domingo, 13 de marzo de 2016

Los Redentores del Pozo - Capítulo 1

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CAPÍTULO I
El sendero de los desdichados


          La calma llegó a la Siena tras escampar, al igual que las hojas que antes surcaban la tempestad ahora descendían para reposaban sobre el lodo. Un viento frío seguía soplando desde el lejano horizonte, como una huella que olvidada por aquel monstruo que surcaba los cielos, cuyo rostro seguía marcado en tinta tras mis párpados viéndole de nuevo al cerrar. Las tinieblas cubrían el triste atardecer, que venían siguiendo nuestros pasos y que ahora acechaban por cubrirnos las cabezas, para luego mantener cerrados nuestros labios; pues el silencio era el invitado especial de esta noche. Ninguna se atrevía a decir alguna palabra, ni siquiera entre murmullos; pero no hacía falta, las pisadas por este suelo húmedo hablaban por nosotras. Podía escuchar las voces inexistentes de una incómoda y pausada conversación. Podía ver la silueta de Agnese a mi lado, entre la oscuridad creciente de la noche, en las últimas horas del crepúsculo. Y así, ausentes de lumbreras y de palabras continuamos por el sendero que nos llevaría al pueblo, siguiendo el paso dejado por las figuras nudosas que se ramificaban a nuestro alrededor, aquellas de copas frondosas que ya apenas se podían ver.

          Una repentina paz me arropaba casi tan sutilmente como lo hizo la noche, dispersando mis angustias y librándome de las ramas de esta tristeza, pero las raíces seguían allí. Los cantares de las cigarras se intensificaban al final de este fresco ocaso, cuando ya podíamos ver a lo lejos nuestro destino.

          – ¡Allá están! Apresúrate. – Informó Agnese irrumpiendo en mis armónicos pensamientos señalando hacia las antorchas de la entrada al pueblo, a un carretón estacionado frente a este dando la espaldas hacia nosotras.

          Agnese sin esperar a que me incorporase y tratase de acostumbrarme a sus acelerados pasos corrió a toda velocidad cuando el mayoral agitó su campana avisando que el transporte partía hacia Florencia. Acelerando el paso aún sentía que mi mente estaba ausente, me preguntaba si estaba en lo correcto, si este era el camino que debería tomar, ir hasta allá a servir a la monarquía y perder mi libertad por quién sabe cuánto tiempo; ya no había nada más que pudiese hacer, y menos sin un techo al que pudiese llamar de nuevo "hogar". Logré subirme al carretón cuando este había iniciado su marcha poco después de que Agnese también lograse subir, siendo ayudadas por los que ya estaban dentro. Jadeando me incorporé, para luego acomodarme al lado de ella y reposar mi canasta sobre las piernas dando un suspiro de alivio, aunque este no durase demasiado. No había nada por lo que debiese sentirme tranquila, al menos por ahora. 

          El pueblo se alejaba cada vez más, observaba como ser perdía su silueta al igual que los llamativos y pequeños destellos amarillos que se acentuaban con el inicio de la noche, eran las antorchas apoyadas en las pequeñas murallas que rodeaban al pueblo y que cada vez se perdían entre los imponentes arboles que rodeaban el camino hacia Florencia. La vista al exterior era plena y algo peligrosa debido al diseño del carretón, que muy a pesar de tener paredes y techo, este no poseía puertas o cerca y ni siquiera un pedazo de algo que sirviese para sostener el cargamento, no había nada, solo el fin de la madera rústica y agrietada que teníamos como suelo y una caída directa al pedregoso sendero de tierra a toda velocidad. El carretón se tambaleaba de vez en cuando por las irregularidades del camino, a veces muy suavemente, y otras con una brusquedad que me arrimaba hacia los bordes, hacia el camino. Me aferré como podía a Agnese, la cual estaba mucho más asegurada que yo, rodeando su cintura para apegarme a ella y con la otra mano metí los dedos todo lo que pude a una grieta en las pared de madera; no quería caer en medio de la oscuridad y ser comida por los lobos, estaba claro que el Mayoral no pararía su camino.

          Tras pasar ya muchas horas en la misma posición, me comencé a sentir muy extraña, no sabía si era el camino, los bamboleos, el silencio del ambiente, la completa ausencia de luz en una noche que ya nos cubría por completo, o el viento que aún seguía soplando con la misma fuerza de antes, pero me sentía indefensa y muy nerviosa, más de lo que me sentiría normalmente; ha de ser por esa peste a desdicha que se respira aquí dentro. Entre la oscuridad del interior, entre estas paredes rústicas y de techo forrado de cuero, se encontraban muchas personas desconocidas y variopintas cuya mayoría eran hombres que duplicaban nuestra edad y algunos pocos más jóvenes que ellos. También se encontraban algunas pocas mujeres mayores a nostras, viudas y sin hijos quizás. Tantas historias tan variopintas que se pueden contar en estos tiempo, y la mayoría son tan desafortunadas que parecen irreales, como esos relatos que cuenta a veces mi padre antes de ir a dormir. Trataba de contemplar sus rostros en medio de la oscuridad, forzando la vista para detallar sus facciones y tratar de revelar alguno sus motivos. Nadie parecía contento y todos permanecían en un profundo silencio. Parecían sumidos en sus pensamientos, quizás tratando de visualizar el destino que aguarda al bajar del carretón. El sendero de los desdichados.

          El cansancio duplicaba el peso a mis parpados, cabizbaja mis ojos luchaban por mantenerse abiertos. Sabía que era demasiado pedir, necesitaba relajar mi cuerpo y la mente, y este silencio no ayudaba en nada. Agnese de igual manera se mantenía callada, volviendo a una paz muy característica de ella cuando piensa; esa era la chica que conocía, aquella que me reconfortaba al sentir su seguridad y tranquilidad, pero no sabía el porqué; quizás la respuesta esté en lo más profundo de mi subconsciente. Al percatarse que apenas tenía consciencia ella rodeó mis hombros con uno de sus brazos brindándome un poco de su calor.  Y así vi cómo todo se pintaba de negro, esta vez un cálido negro.

          Sentí como todo mi cuerpo y mi alrededor se sacudía de un lado para otro con mucha brevedad, me sentí mareada y con una sensación similar a estar y a la vez no estar allí. Dormitando entre el silencio profundo, interrumpido por el constante crujido de las ruedas de vez en cuando, logré escuchar un cuchicheo lejano, de quizás tres o cuatro hombres aprovechando que otros roncaban con suavidad careciendo a su vez de toda armonía. En lo posible traté de agudizar el oído, obligándome a despertar del todo enfocando mi interés en las palabras que compartían aquellos hombres.

          - … al igual que el papado, los romanos  y las distintas monarquías intentan estabilizar la economía con obras de arte, lo único que abunda en el país vuelto un caos. - Comentaba uno de los hombres de ese pequeño grupo ubicados posiblemente en la esquina más cercana a mí. – Pero, ¿por qué no contratar artistas famosos, o buscar otra forma de sostener la economía? Son parte del gobierno, después de todo. – Cuestionó uno de ellos casi de inmediato. - ¿Tienes idea de lo que cuesta contratar a uno de esos artistas de renombre? Les sale más accesible depender de la clase baja y llenarse la boca diciendo que aquí sí hay trabajos, y escondiendo sus rebosantes bolsillos de florines. Pero, la hambruna… - Siguieron platicando entre susurros y algunos murmullos que apenas podía identificar interrumpidos por los ronquidos de los demás. Las palabras comenzaban a escucharse entrecortadas. - Ahora haría que lo que fuera por algo de comer. - Se lamentó uno de ellos, haciendo que los demás guardaran silencio por un momento. Lo sabía, ellos también harían lo mismo, o mejor dicho, todos aquí estábamos siguiendo el mismo propósito. Esto se volvía cada vez más deprimente con cada minuto que pasaba.

          Mis ojos se mantuvieron cerrados en lo que quedaba de camino, no pude escuchar nada más allá de la conversación de hace rato,  por lo que no sé si me mantuve despierta, o si caí rendida una vez más sobre el hombro de Agnese. Era desconcertante cada vez que volvía a dominarme la consciencia, siempre sentía el carretón moverse, tambalearse solo unos milímetros y sacudiéndose por las imperfecciones del camino, moviendo a todos en un vaivén nada artístico; todo aquello era similar a lo que sería una eternidad, pero era agradable y relajante hasta cierto punto estar aquí percibiendo el terreno y la frescura que traía el viento, pasando entre las ramas de los árboles que rozaban la superficie de madera y cuero que nos cubría, no me molestaban los relinchidos de los caballos acompañados de los murmullos esporádicos del mayoral, todo eso pasó a un segundo plano, como si solo los pudiese escuchar si me dedicaba a pensar en ellos, como ahora.

          - ¿Duermes aún, Eleo? - Abrir los ojos lentamente, viendo borrosas imágenes de las siluetas que nos acompañaban, las tinieblas parecían dispersarse con lentitud. Los rayos de luz apenas se podían distinguir en el horizonte, tiñendo rosa el borde de las montañas, siendo la única división visible entre  el cielo y la tierra. Amanecería dentro de un rato, pero aún faltaba otro rato más bajo la noche.

          Tras estirarme y sentir crujir mi cuello y de varias partes de la espalda, me senté en el borde con cuidado sujetándome bien de la madera para así contemplar el paisaje y cambiar un poco la posición en la que había permanecido en las últimas horas. Podía ver la piel de mis piernas descubiertas, ya que había subido un poco el largo atuendo que llevaba para evitar que se enganchara con las ramas más largas que a veces bajaban de las ramas más torcidas; sentía cómo la piel se ponía de gallina por el frescor de un viento madrugador. Era realmente agradable, y traía recuerdos de mi niñez. Una sonrisa leve surgió de mis labios al perderse la vista sobre mi piel, viéndome años atrás nadando en el rio con un niño que apenas podía recordar, mi padre me regañó ese día por jugar con varones, después de llegar a casa toda empapada, pero nunca me arrepentiré de esa decisión.

          Inesperadamente el trasporte se detuvo por primera vez después de casi una noche de viaje. Escuché a algunas de las personas que me acompañaban se incorporaban estando alerta murmurando entre ellos, esperando que no fuese un robo, un camino bloqueado, o algún problema mayor. Nos enteramos de voces a nuestras espaldas, justamente en frente del mayoral. Todos guardaron silencio, preparándose para cualquier situación, por lo que algunos despertaban a los dormían para que también estuviesen alerta y agudizasen los sentidos. Después de largos segundos de tensión el carretón volvió a andar dejando atrás a algunos hombres armados y con antorchas en mano, los cuales se quedaron viéndome expectantes por ser la única que no estaba del todo dentro. Luego vi a otros, los que mantenían abierto el portón más grandes que había visto en la vida para que pasara el mayoral y su carga de futuros trabajadores. Lo que vi a continuación fue realmente impactante para mí: caminos de piedra lisa bien elaborados, antorchas dispuestas en algunas secciones de las calles con caminos muy variados y largos, y casas de dos plantas tan hermosas que parecían provenientes de un sueño, incluso algunas tenían balcones, y aunque la estructura era humilde no poseían ese aspecto rural que tanto estaba acostumbrada a ver, fue un contraste impactante para mí, o quizás para todos los que me acompañaban. Así que a esto es a lo que llamaban "ciudad".

          – Ya estamos en Florencia. - Decían algunos, mientras otros exclamaban impacientes: - ¡Ya era hora! – a la vez en que se incorporaban, recogiendo sus pertenencias del suelo; pero, el mayoral no se detenía cuando todos esperasen lo contrario. El transporte mantenía su paso por calles el triple de anchas de las que estábamos acostumbrados a caminar por la Siena, sin dura eran las más amplias que había visto en mi vida, pero más desordenadas y desoladas que en mi hogar; las ratas se paseaban por los profundos callejones en los que apenas tenía oportunidad de ver y donde no eran alcanzadas por las antorchas, produciendo libres ese sonido desesperante, aterrador y breve que surgía de sus pequeños pero sucios hocicos retumbando por las paredes de piedra y barro hasta nuestros oídos. Al parecer eso era lo único que no cambiaría fuese a donde fuese, las plagas siempre estarían presentes haciendo un infierno en vida; sentía una profunda repulsión hacia esas cosas y de un momento al otro la piel se volvió de gallina desde el tobillo hasta los  muslos. No importaba si sabía que estaba segura aquí arriba, sentiría el mismo asco, pero la historia sería otra una vez que toque el suelo de nuevo. Me estaba comenzando a preocupar por ello, y mucho.

          El mayoral inesperadamente desvió el carretón lejos de las calles y casas que veníamos viendo desde la entrada con deleite para disponerse a andar por un terreno elevado hacia caminos más amplios después de pasar un estrecho pasaje a través de una muralla enorme de piedra al final del ascenso. Debido a mi posición solo podía ver lo que se alejaba de nosotros al igual que el suelo de piedra lisa que indicaba la distancia creciente de la muralla, que irónicamente mientras más lejos estábamos de ella más grande e imponente parecía. A los costados del camino, allá, muy lejos de mí, la hierba y arboles casi se camuflaban entre la noche, sin embargo su forma destacaba con elegancia, pareciendo impecables y majestuosos. Para mí era extraño que un árbol pudiese tener semejante presencia, y solo me hacía preguntarme cómo serían las personas de este lugar si incluso las plantas tenían buena imagen. Y el mayoral, como siempre, con aquella actitud imprevisible que destacó desde el inicio del viaje sin siquiera conocerlo o intercambiar palabras, tocó una vez más la campana, haciendo los caballos redujeran el ritmo de su incansable marcha. Ahora sí habíamos llegado, pero ¿a dónde?

          Bajé finalmente del carretón sujetando la canasta con la diestra, percatándome que este no era el único vehículo estacionado allí, habían tres más frente al nuestro con varias personas bajándose y contemplando los alrededores sin moverse demasiado. Durante todo el viaje pensaba que éramos los únicos. El grupo se incorporó con los otros para luego ir al frente y contemplar en lo posible los vastos terrenos frondosos de un castillo inmenso que intentaba ocultarse con el fondo nocturno. Desde mi posición parecía que tocase las oscuras nubes hasta perderse en sus profundidades, o lo que poco a poco quedaba de ella, pues el cielo a nuestras espaldas ya no era tan profundo; solo por eso deseé por un momento que fuese de día completamente, era la primera vez que estaba ante un castillo y era lamentable no verlo con todo el detalle que merecía. Estar allí y ser una hormiga ante tal estructura hizo que se erizaran los vellos que cubrían sutilmente la piel; era la primera vez que veía algo más alto que una muralla. Frente a mí, a varios metros, muy cerca de un gran portón de hierro sólido de dos hojas, permanecían inmóviles unos guardias junto a un hombre de prendas finas tintadas en azul real con partes más oscuras que se perdían de vista entre la oscuridad y el reflejo de las antorchas frente al portón, perdiendo su color y adoptando la profundidad del. En sus prendas se detallaban objetos que reflectaban las anaranjadas llamas en su figura, seguramente eran de plata. Éste hombre, con una mirada empapada en grandiosidad que resaltaba en su varonil perfil, repasó los rostros de los presentes sin mencionar ni una palabra esperando a que todos bajasen del carretón.

          – Esperaba a más personas, - Dijo al fin. - pero supongo que para provenir de la Siena estará bien. Me presento, Soy Lorenzo Médicis, pero me dicen el Magnífico, y desde ahora ustedes están aquí para servir a la familia real para cualquier labor artística que les sea encomendada. - Todos prestaban absoluta atención a su persona cuya voz clara retumbaba en la paz de la noche; mientras que yo permanecía perpleja, pues no sabía quién demonios era y que él fuese parte de "esa familia". – Ahora, por favor, respondan a mi pregunta: ¿quiénes son? Y ¿qué saben hacer? – En su pausa todos quedaron callados sin saber cuándo hablar y qué decir, preguntándose quizás quién iniciaría semejante presentación. Se sentía esa desagradable presión y agobio característico de momentos como este. Agnese inició presentándose y aunque lo disimuló muy bien podía leer su impaciencia ante este tipo de situaciones, ella quería terminar rápido con todo, pues le dejaban nerviosa. Luego de la aprobación de Médicis algunos continuaron el flujo que ella inició con mucha más confianza que antes. Todos se identificaron indicando sus conocimientos, y lamentablemente tuve que hacer lo mismo cuando sus ojos se posaron en mí, ya que era la única que no había abierto la boca hasta ahora. No tenía muchos ánimos de devolverle la mirada ni de explicar a fondo lo que sabía, siendo mi presentación la más breve que cualquiera de los presentes. – Me parece excelente. -  Posó la mano izquierda en su barbilla rasurada que resaltaba con un brillo enigmático. – Entonces, los pintores y practicantes de otras artes, sigan al guardia que está a mi derecha, mientras que los arquitectos y manos de obra pueden venir conmigo. Una vez que estén en sus respectivos aposentos esperen instrucciones al amanecer. Los guardias serán los encargados de informar con sumo detalle sus horarios y obligaciones respectivas de ahora en adelante. - Lorenzo Médicis dio media vuelta y se dirigió al portón, siendo atendido por uno de los guardias que le abrió las puertas seguido de aquellos que él había llamado. Entrar al castillo se veía complicado por su vigilancia, e infiltrarse más allá de ese imponente portón de metal sin una autorización lo hacía una tarea casi imposible. Una lástima, tenía ganas de ver su interior, pero todo esto solo era un pensamiento al contemplarle, no tenía interés de tentar a la suerte, ni de intentarlo.

          El guardia nos sacó de los terrenos del castillo siguiendo el camino que habíamos pasado en el transporte, ingresando de nuevo a la ciudad al ir bajo la muralla; una vez allí nos entregó con otros guardias que, según él, nos guiarían entre las calles hasta nuestro hogar. Cuando apenas comenzábamos la verdadera travesía por las calles, detallé las diferentes armaduras que portaban los guardias de cada sección, recordando los que custodiaban los terrenos, los de la entrada y la guardia real. Todos tenían armaduras diferentes o una insignia claramente visible, quizás resaltando así su cargo o zona de patrullaje. No pude detallar del todo las armaduras anteriores por no estar al tanto de ello, pero estaba segura que algún día tendría la oportunidad de notarlo. Estos guardias organizaron al grupo y comenzaron a caminar a paso firme y rápido alejándose más y más de nosotros entre el camino y la seguidilla de gente que pisaban sus talones, y antes que se alejasen demasiado comencé a saciar mi curiosidad hacia estos hombres: pude percatarme que estos parecían portar una armadura más ligera y poco elegantes, pero les otorgaba una impresión de ser muy aguerridos por las hachas que descansaban a la izquierda de sus caderas.

          Solo uno de ellos portaba una antorcha, siendo este el guía caminando delante de sus compañeros y de nosotros, conduciéndonos por las calles que para nosotros eran desconocidas; sin embargo, antes de llegar a lo que parecía ser la zona comercial, estos se desviaron dando un giro inesperado hacia un callejón estrecho y maloliente. Agnese y yo intentábamos de seguirles de cerca, pero era difícil pues los demás que eran más grandes y fuertes que nosotras imponían sus posiciones frente la escasa luz y así no quedar caminando ante la oscuridad. Era difícil caminar por aquellos lugares tan poco iluminados, tratando de ver los alrededores y el suelo siendo guiados únicamente por el flujo de los demás, no por la luz de la antorcha que ya entre las siluetas que estaban frente a nosotras resultaba imposible de verla, además del reflejo de su lumbre entre las paredes de piedra remarcando sus grietas y relieves y plantas que colgaban desde sus numerosos pisos. Poco a poco, entre esquina a esquina, calle y calle, llegamos a los suburbios que mantenían un ambiente bastante lúgubre y de mala muerte, con barriles destruidos en las esquinas, paredes forradas en enredaderas y plantas que invadían las paredes y "puentes" o extraños marcos delgados a muchos metros de nuestras cabezas conectado pared con pared. Sin detenerme me acerqué a Agnese tanto como podía hasta sentir mi hombro pinchando sus costillas, ya que había recordado lo peor de todo, las ratas que podían escucharse de cerca con sus horrendos chillidos, y a pasar pasando por los marcos sobre nosotras, de casa en casa. Estaba tan nerviosa que las sentía bajo mis pies al dar nuevos pasos por las calles y paredes de piedra. Lamentablemente esto solo era el principio de todo, el trayecto fue largo, y pasábamos por varias zonas que nos alejaban más y más de lo que era Florencia a simple vista, pasando por las trastiendas, callejones y barrios sospechosos con más cajas, barriles y demás objetos en cada esquina, pasadizos con paredes tan estrechas que apenas podíamos caminar de uno en uno, convirtiendo al grupo en una fila india. El guardia con la antorcha se veía distante, muy distante, como un punto fugaz en la noche, un guía en medio del bosque que amenazaba con perderse de vista entre los matorrales y las curvas de los árboles.

          Las rutas tomadas por el guía ya se volvían cada vez más insólitas y nuevas para mí, convirtiéndose casi en una broma de mal gusto. Los pasajes se volvían en ramificaciones de caminos iguales de estrechos que por poco nos hacían perder de vista al guía entre curva y curva, pues éramos las últimas. Incluso en una ocasión, en uno de esos cruces violentos, Agnese y yo terminamos perdidas en medio de un nexo con más de cinco caminos, y que pudimos salir adelante siguiendo un sonido extraño, pasos que parecían cercanos y que permanecían lejos. Agnese les llamaba "eco", para mí era algo completamente nuevo.

          Volvimos al grupo cuando estaban bajando con cuidado en empinadas escaleras en descenso, donde las casas parecían muchos más agrandarse y las paredes que nos rodeaban hacían creer que nos aprisionarían entre sí. Las plagas inmundas volvieron en un ambiente de pestilencia que con tan solo inhalar hacía picar la nariz; estas chillaban sorprendidas por irrumpir en su territorio y se azotaban contra las piernas, cajas, o cualquier cosa que tuviesen cerca, tratando de huir en los caminos más estrechos; tuve la suerte que ninguna me tocó, y aunque gemía asustada tratando de montarme sobre Agnese, ninguna pasó cerca, pero vi a varios gritar asustados al sentir algo chocar con sus tobillos rasgándoles la piel con sus pequeñas garras curvas o si tenían suerte solo los pantalones. Agnese me tenía tomada de la mano, ella sabía que lo estaba pasando muy mal por esta sensación hacia las ratas, y por ello me trataba de dar ánimos para continuar. Sentía su mano empapada, cubierta del sudor descontrolado de la mía. Para mi suerte el amanecer fue brindándonos un poco de calor, y de luz adicional sobre nuestras cabezas, ayudándonos a disipar esa sensación profunda de desolación, curándonos de esta ceguera que nos había seguido durante casi todo el viaje; pero la dicha no duró demasiado pues estas escaleras ubicada al final de un callejón bastante estrecho, llevaban a un túnel que poco a poco se volvía más grande. Detuve mi marcha, pero Agnese continuó arrastrándome con ella hacia la boca de las rocas, engulléndonos y encerrándonos en un ascenso incierto y peligroso de escalones resbaladizos, cortos e imprecisos. Bajamos con cuidado mientras un sonido lejano pero profundo invadía los oídos, parecía meter dentro y resonar en los tímpanos, como si aire dentro de ellos tratase de salir y entrar, a tal punto que incluso podía escuchar mi corazón. Esta sensación abusaba de los sentidos desconcertándome por completo, además de los latidos también escuchaba a la perfección mi respiración ahogada y la de otros, acompañados de los susurros de todos, ¿qué estaba pasando aquí? ¿Es esto a lo que Agnese llamaba "eco"?. De pronto sentí que los escalones habían culminado, dando un paso en falso pensando que descendería como el anterior, encontrándose de nuevo con un suelo firme, podíamos ver al fondo el resto de lo que parecía un camino seguro. Justo en frente de nosotras estaba el guía con la antorcha, su luz se pintaba las paredes negras de un anaranjado chillón con espectros que llegaban hasta nosotras desde el techo y de las paredes curvilíneas que se conectaban al mismo, estas estaban agrietadas y eran casi tan estrechas como dos puertas de ancho y una de alto. Un aullido profundo se escuchó del otro lado del túnel seguido de una ráfaga de viento que amenazó con apagar la antorchar zarandeando las prendas de los primeros y colándose entre las piernas. Comenzaba a sentir frío, mucho frío y un penetrante olor a humedad.

          - Vamos Eleo. Han dicho que ya faltaba poco, aguanta. - ¿De verdad han dicho algo? No sentí la voz de nadie solo aullidos que ninguno parecía escuchar, Agnese estaba tranquila, como siempre, pero incluso su voz se escuchaba más grave y envolvente, parecía que hablase desde el frente y por mi espalda al mismo tiempo, ¿cómo no puede darse cuenta, si igual pasa con mi respiración? No dije nada, solo me limité a continuar con ella tomándome de la mano y guiándome por el camino. Nunca antes había estado en un lugar tan raro como este, quizás ella esté acostumbrada, pues fue capaz de entrar en la cueva que estaba cerca del arrollo más cercano a casa. Me recordaba a las historias de mi padre, historias de lugares donde te encerraban y podías escuchar cómo tu respiración te envolvía y cómo tus pasos parecían estar lejos y a la vez cerca. Si esto es lo que él me contaba, entonces finalmente puedo comprender la angustia que vivió hace muchos años en el exterior. Todo esto era extenuante.

          El final del túnel se hacía visible con la poca luz de un cielo azul real, tan profundo como las prendas de Lorenzo Médicis, un cielo que poco a poco presentaba reflejos dorados y rosas que poco a poco reclamaban su espacio en el firmamento. Una vez fuera mis oídos volvieron a la normalidad, sintiéndose como si quitasen un tapón de cera desde fondo, me sentí libre otra vez. Sequé el sudor de mi frente y dando un profundo y nada disimulado suspiro me dediqué a contemplar nuestros alrededor, no había nada comparado a lo que habíamos visto antes. Abundaba la hierba alta entre grandes escombros y sacos conglomerados en las esquinas de piedra. Era prácticamente un campo abandonado en frente de suburbios en ruinas que apenas cubrían las murallas principales de la ciudad, o lo que quedaba de ella, pues habían pedazos rotos bloqueados con planchas de madera y en una parte parecía no tener continuidad. Las casas que quedaban en pie eran pequeñas, las grandes estaban destruidas o se habían caído y sus restos estaban esparcidos en las afueras, esos que rodeaban el túnel. Este lugar, parecía ser los restos de una antigua Florencia. Alcé la mirada de dónde veníamos y podía ver las casas en las simas de unos empinados desfiladeros protegidos por vallas grandes de madera y barriles dispuestos en los espacios donde éstas se habían caído y que ahora estaban esparcidos por el suelo. De verdad ¿habíamos bajado todo eso? ¿Qué es este lugar? Y solo bastó seguir mirando para encontrar respuestas: este lugar fue abandonado por los Médicis desde hace mucho, la desesperanza se olía en el aire, y se escuchaba al pisar la tierra seca que desplazaba las antiguas calles de piedra. Simplemente algo no andaba bien, aunque no supiese qué y por qué. Caminamos apartando los fragmentos y despojos con los pies hasta llegar a lo que parecía la calle principal. Las casas que las rodeaban eran muchas y se perdían de vista entre tantas calles que las conectaban entre sí, entre subidas, bajadas y escalinatas que llevaban a más y más calles con más casas de paredes sucias, llenas de enredaderas, de techo inexistente o con troneras apenas cubiertas con madera, era un desorden. Era un maldito laberinto gris.

          - Este será el vecindario donde se quedarán, e iremos asignando sus respectivas viviendas por parejas. - Dijo el guía de pronto, deteniéndose en medio de lo que antes pudo ser una plaza o calle comercial principal con árboles que parecieron nacer de la nada en medio de los caminos desestabilizando el terreno y desprendiendo las piedras para así separar a los grupos. Agnese y yo quedamos bastante patidifusas por semejante afirmación. Acogernos en este lugar era bastante descorazonado.

          Dividieron al grupo en cuatro partes, y cada uno se llevó con una decena de personas más o menos, para ir asignando más fácilmente sus futuros "hogares". Agnese  y yo corrimos con la suerte de estar en el mismo grupo, pero no sabíamos si finalmente estaríamos en la misma casa, pues el guardia pasaba casa por casa dejando un par de personas sin ánimos de discutir acuerdos o de escuchar objeciones, para luego continuar. Deseaba quedarme con ella así que le tomé fuertemente de la mano como una última y fuerte esperanza.

              - Y ustedes dos, jovencitas. Digan sus nombres. - Tras pasear durante largos minutos por la ciudad finalmente tocó nuestro turno, juntas. Me sentía triunfadora y muy aliviada. Él con pergamino en mano mojó la pluma y comenzó a anotar lo que suponía que era nuestros nombres, para luego tocar una de las puertas callejón bastante amplio pero discreto. - Se quedarán aquí. Pasaré de nuevo en unas horas y asignaré sus oficios.

          Él nos dejaron a nuestra suerte en la entrada de la casa, la cual y con suerte no tardó en abrirse. Un hombre de edad intermedia y de aspecto cansado nos recibió con una muy sutil sonrisa en los labios, pero de ojos hinchados y piel pálida. Nos invitó a pasar mientras escuchábamos las pisadas del grupo alejándose a nuestras espaldas retomando el camino lejos del callejón. Al entrar vimos a otra persona sentada en la mesa, la cual también nos saludó con una sonrisa similar, pero realmente fuimos bienvenidas por el pesado y desagradable aire viciado, impregnando nuestros pulmones de un penetrante olor a humedad, pues se veía hasta en las paredes manchas oscuras y secas que chorreaban desde el techo. La única iluminación eran unos pobres residuos de una vela derretida que luchaba por sobrevivir encima de una gran y deteriorada mesa con marcas profundas de cuchillos. Este ambiente pesado ocasionada que la tensión volviese a sentirse en todo mi cuerpo, recayendo especialmente en la espalda estropeada por el viaje. Y aquella iluminación tan tenue lograba marcar de manera exagerada los gestos de aquellos que nos recibieron. Las sombras de sus arrugas y pliegues eran tan marcadas como las grietas profundas en una pared lisa y brillante, desproporcionando cualquier gesto sutil para convertirlo en algo grotesco. Una vez dentro del lugar y tras cerrar la puerta a nuestras espaldas, vimos que era un lugar bastante pequeño, pero lo suficientemente grande para que solo viviesen dos personas. Quizás otros estén aquí también. Estos dos anfitriones, uno parado a nuestro lado que fue quien abrió la puerta, y el otro que  permanecía sentado en la mesa ubicada a nuestra derecha, cerca de la chimenea que parecía muerta (por los momentos). Él parecía tratar de calentar sus manos frente a la vela a la vez que mantenía la mirada fija en nosotras, tratando de sonreír. No sabía si era producto de la misma luz, pero sus rostros se veían pálidos y enfermos; algo no andaba bien aquí, pero eso a Agnese no le pareció importar, saludando a todos como si fuésemos una familia feliz, por mi parte solo callé y observé la situación sin expresar algo más que extrañeza en mi rostro. Por el semblante y reacción de estas personas pude suponer que ya sabían de nuestra llegada, no mostraron ningún tipo de sorpresa, incomodidad o enojo al vernos irrumpir en su privacidad.

          Ellos, dos hombres de aproximadamente treinta y algo de a cuarenta años, nos dieron a entender de inmediato en pocos diálogos y sin rodeos que también eran artistas de pueblos cercanos a Florencia, dedicados a trabajar para la familia Médicis. Ni cortos ni perezosos nos ofrecieron un paseo por la casa con la condición que guardásemos silencio, pues el jefe del grupo, un hombre de edad ya madura, estaba descansando después de un agotador día de trabajo en una habitación sin puertas al principio del único corredor de la pequeña casa. El cual se encontraba cruzando el comedor. El pasillo tenía varios marcos pero ninguno con puertas, en su lugar colgaban una tela gruesa en alguna de las habitaciones para dar algo de privacidad a quienes dormían allí. Este lugar, aunque se esforzasen de volverlo un poco más ameno y hogareño, me parecía muy incómodo, era difícil asimilarlo y verlo con buenos ojos. No podía ni ver el final del corredor por más que me esforzase, gracias a la ausencia de ventanas, y porque la vela que llevaban era la misma que antes estaba posada sobre la mesa, esta no dejaba ver más allá de unos centímetros cuadrados en frente de nuestras narices. Era como si estuviésemos completamente aislados del exterior, como si volviésemos al túnel de hace un rato, pues los susurros y murmullos eran igual de envolventes. Y suponía que no importaba si era de día, tarde o noche, la oscuridad sería exactamente la misma.

          - Al final de este corredor se encuentra el baño. Y por ese pasillo, - señaló hacia la derecha, el corredor seguía una vez que se llegaba al final. - se encuentra el estudio, allí hay varios lugares para trabajar, y con mucha iluminación, seguido de la puerta que va al patio, que aunque está algo descuidado poco a poco le agarras el gusto. - Era bastante obvio el porqué. Después de estar aquí día y noche debe ser agradable sentarse y tomar aire fresco. De lo contrario perderías rápido la cordura. - En fin, revisaremos las habitaciones a ver en cual se pueden quedar. - Agnese, muy interesada y animada por todo esto se adelantó caminando casi al lado del guía regresando sin prisa hacia el comedor, solo que esta vez apartando sutilmente las cortinas de los marcos de las habitaciones, revisando su disponibilidad. Sabía que habría mucha más gente aquí.

          Me quedé atrás observándoles mientras pensaba, mientras profundizaba en lo más profundo de mi decepción; hasta que me percaté de un hecho curioso que ocurrió frente a nuestras narices, y nadie, ninguno de los tres que estaban frente a mí, parecían percibir. El guía revisó habitación por habitación, pero obvió una: la segunda a mi derecha. <<¿Por qué no revisó esa habitación? ¿No es para dormir o es que está ocupada?>> Me preguntaba mientras iniciaba los primeros pasos hacia el grupo, deteniéndome una vez que llegué al marco de aquella enigmática habitación que parecían ignorar. Había una vela al otro lado, podía ver su tenue luz atravesando los hilos e intensificando el color tinto de la cortina. Había alguien allí. Giré una vez más para ver a mis futuros compañeros de casa alejarse, estando atentos de sus asuntos. Tragué saliva viendo de reojo a la tela de mi derecha, tomándola con la punta de mis dedos, como si eso pudiera disminuir el riesgo de que me pillaran, con la intensión de apartarla poco a poco. Lo podía lograr, de hecho, ya podía ver la pared más cercana al marco, pero necesitaba que ellos se distrajesen aún más. Ellos por su parte ya habían conseguido una habitación disponible, pues podía escuchar sus susurros lejanos e ingresar en ella; era el momento perfecto.

          Apresurada, di un vistazo rápido a todo lo que podía. Lo primero que vi fue una cama, sábanas y una figura recostada de esta y cubierta por la misma, una pequeña mesita donde reposaba un candelabro con mayor iluminación que ayudaba a ver la habitación. Volví la mirada hacia el pasillo, casi tan nerviosa que sentía el doble de fuertes los latidos de mi corazón, pero aún seguían hablando y tras la cortina verdosa de aquel cuarto, los escuchaba, tenía tiempo de sobra. Cuando me giré de nuevo para esta vez dedicar una mirada más cuidadosa y minuciosa sobre aquel sujeto que reposaba sobre la cama, desagradable fue mi sorpresa al ver con detenimiento el rostro del hombre, proveniente de las pesadillas más turbias que pudiese tener en años. Su rostro estaba infectado de bulbos sangrantes y negros, al igual que sus rechonchas manos ausentes de uñas que reposaban sobre su pecho. Las manos estaban negras, escamosas y despellejándose con solo mover sus dedos dejando ranuras a carne viva.  Valiente fue mi decisión de ver el rostro de aquel hombre, con ese brillo cercano a su frente que era el brillo del fuego reflectado en sus ojos, aquellos que ya casi no se podían ver por los bulbos que se aglomeraban en sus alrededores. Aquel hombre devolvía la mirada que le dedicaba sin querer con aquellos vidriosos ojos casi ausentes y profundos, y así, sin mediar palabras fue capaz de transmitirme sus sentimientos. Sus palabras ausentes se expresaban por sí solas, mientras movía sus hinchados y lastimados labios rebosantes de palabras insonoras, mientras que aquellos incansables y pequeños ojos parecían taladrar mi mente, sin parpadeo y sin perdón. <<No creas ni una palabra.>> decían sus labios, aquellos que intenté leer todo este tiempo cuando mi mirada vacilaba incapaz de mantenerse sobre sus ojos, para luego volver allí como un círculo vicioso inconsciente. El corazón se conmocionó, alterando mis reacciones y alejándome de la cortina casi de inmediato. Las manos me temblaban, era incapaz de cerrar la cortina no la encontraba frente a mí. Y aún seguía allí, mirándolo al igual que él a mí.

          De pronto, me apartaron de un empujón cubriendo de nuevo el marco de tela tinta con solo un tirón. - ¡¿Qué crees que estás haciendo?! - Susurró con un claro tono de alteración, acercándose a mí hasta acorralarme contra la pared. Estaba muy alterado. El hombre me advirtió que no volviese a hacer nada fuera de su autorización. Y sin decir más explicaciones me tomó por el hombro y me empujó hacia el pasillo para que continuase caminando hasta el comedor, esta vez no apartaría la mirada de mí, nunca más. Agnese, quien me tomó de los hombros al llegar al comedor, le dedicó una mirada fulminante al sujeto, pero no dijo nada. Yo respiraba con dificultad mientras mi corazón latía con tanta fuerza que lo sentía en la garganta y oídos, era como caminar y sentir mi propio corazón palpitando en el piso y tras las paredes de piedra. Estaba casi entumecida por aquel sentimiento fuerte que me invadió por un momento, aquellos vinieron acompañados de recuerdos que permanecían borrosos, pues no los quería recordar. Hice lo posible para centrarme en la actualidad y olvidarme de las imágenes que amenazaban con volver.

          - Las habitaciones están ocupadas, solo hay espacio para una persona más. -  No tardaron en ubicar a Agnese allí casi sin dudarlo, mientras que mi caso era más complicado de lo que creía, ¿qué sería de mí si no había una habitación disponible? Uno de ellos propuso esperar al guardia en la mañana para proponerle un cambio de casa momentáneo, pero Agnese se opuso por completo. - Bueno, nos queda un lugar, pero está allí. - Señaló con la cabeza a una esquina de la casa, donde se encontraba una trampilla. - Es el sótano, lo usamos de depósito, pero aún queda espacio para alguien más. - Agnese pareció satisfecha con la propuesta. Por mi parte realmente no sabía qué decir, pero prefería eso a que me ubicasen en otro lugar lejos de mi amiga y quizás en peores situaciones que en la que estamos ahora. - Si no hay más que agregar, diríjanse a sus aposentos y descansen. Mañana trabajarán, al igual que nosotros.

           Los hombres sin perder más tiempo se dirigieron a sus habitaciones sin mediar mas palabras, dejándonos a nuestras anchas en la casa. Me dirigí hacia la trampilla y Agnese me siguió mientras me ayudaba a levantarla. Ella no me iba a dejar sola tan fácilmente; eso me había devuelto los ánimos que había perdido gradualmente con el pasar de la noche y el inicio de este nuevo día. Bajamos por unas pequeñas escaleras de mano para luego seguir por las escalinatas de madera que continuaban descendiendo unos pocos pasos después de posar el pie en la madera, estas rechinaban al posar el pie sobre cada escalón "cantando" hasta tocar el frío suelo de piedra y tierra seca. Allí abundaban los materiales de trabajo de todo tipo. Podíamos ver paletas, pinturas ya hechas, sacos de pigmentos, lienzos y cuadros terminados con perfiles de personas y paisajes inquietantes que estaban allí dispuestos como si nada, mirándonos tras el lienzo. Nada parecía mantener un orden ni sentido aquí abajo, y mucho menos en las obras; todo esto era como entrar en un mercado, un mercado silencioso y con muchas miradas acosándote con apenas poner un pie allí. Irónicamente también podía compararlo como una exposición de arte y tú ser el cuadro, mientras que todos te contemplaba. Era fascinante pero profundamente incómodo al pasar frente a estas y apartarles del medio para investigar el lugar. Hallamos un colchón hecho a mano reposando al final de la habitación, a metros de varios caballetes y lienzos blancos, los cuales apenas podíamos contemplar del todo por los candelabros que nos habían dejado los hombres. Era posible que este lugar anteriormente fuese el lugar de trabajo del algún miembro de la casa, el autor de estas pinturas que parecían tener la misma firma.

          - ¿Cómo se supone que podrías dormir aquí? - Reclamó ella al ver el colchón que aunque estaba limpio le habían nacido hongos por la humedad.

          - Supongo que dormiré sobre mi ropa usada. - Sentencié con tranquilidad, realmente no era lo peor que podría pasar ahora; pero ella no parecía nada conforme.

         - De ser así contribuiré con la mía también, o veré qué podría hacer. - Quedé estupefacta mirándole directamente a los ojos sin pronunciar ninguna palabra. - Olvídalo, quizás no sea buena idea después de todo.

            - ¡No! No es eso. Es solo queee... - Interrumpí lo que ella iba a decir. - es solo que no lo esperaba. Pero estaría muy, ¿cómo decirlo? Complacida por tu ayuda, quizás. - Por alguna razón me sentía avergonzada, era muy extraño todo esto, digo, hablar de un tema como este en medio de semejante ambiente lúgubre, entre pinturas y bajo tierra, iluminadas por dos velas pequeñas. Vaya día más loco.

          Agnese se sintió halagada por lo que le dije y nos reímos en silencio. Dejamos los candelabros en el suelo y nos acostamos juntas, después de apartar el horrendo colchón de nuestra vista, dejándolo en el rincón más lejano posible, un curioso rincón que parecía no amoldarse al resto del lugar, no era armónica con la forma rectangular que intentaban de mantener las paredes, parecía como un pequeño pasillo de apenas dos pasos de profundidad y nada más. Me parecía extraño, pero quizás fue un error de cálculo del arquitecto, se lo comenté a Agnese, pero ella solo me dijo que no me comiese la cabeza por detalles así. Era incómodo estar en el suelo, pero la espalda dolía y el cansancio era mayor que la comodidad ahora mismo. Hablábamos de cómo nos pareció toda esta aventura. Ella parecía algo decepcionada por la situación, esperaba algo mejor, algo más digno para las dos, y yo también compartía su opinión, aun así ella mantenía la fe en que esto nos ayudaría a ambas y a nuestros familiares, se mostraba positiva ante todo. Yo solo callé, y escuché, no sentía sensaciones buenas estando aquí, además de estar a su lado y tener un poco de privacidad lejos de nuestros padres y personas conocidas. Era lo único que me hacía sentir tranquila, estaría bastante deprimida y desmotivada de no ser así. Y más con lo que vi allá arriba, cosa que preferí omitir en nuestra conversación. Continuamos hablando de otras cosas, desde situaciones actuales hasta recuerdos muy lejanos que casi se me habían olvidado. Sentía que los ojos se me cerraban poco a poco y con mucha pesadez, todo el estrés del día recaía sobre mí ahora y mi cuerpo dejaba de reaccionar al igual que mi consciencia. Agnese bromeó en ese momento, remedando a mi padre con sus historias a la hora de dormir. Le empujé suavemente y me reí mientras me acurrucaba a su lado. Todo me dejó de importar mientras el sueño me arropaba, tal como cuando éramos niñas, cuando todo parecía tan feliz e interminable.

1 comentario:

  1. Desgracias tras desgracias, la pobre Eleonor si que le ha ido mal. Primero sus padres la trataron de ladrona y luego "un laberinto gris", en un barrio de ruinas, yo esperaba que a ella se le mejorara la situacion sin embargo me equivoque. Me ha gustado la historia, te felicito por ella. Saludos!

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