Primero que nada, aviso que este es el relato de un sueño que tuve hoy en la
madrugada. Un sueño tan raro... que me hizo pensar y aceptar la idea de
representarlo aquí.
Soy una persona que tiene sueños bastante raros y de cierta forma perturbadores.
No todos son así, pero hay unos que al despertar los analizo y termino
sintiendo algo de preocupación por mi salud mental, lol; pero hay que tomarlos
de buena forma. Mis sueños son cambiantes, recurrentes y a veces preocupantes
para mí; todo comienza normal, como cualquier sueño, con una situación X's,
para luego pasar sin aviso a otra, con otros escenario, luego este se desvirtúa
y todo se vuelve surrealista y aterrador. Una de las temáticas que más se
repiten es el cambio de sexo, de forma instantánea y biológica. No me doy
cuenta en el sueño, siento tanta comodidad que no siento la diferencia. Y es
algo que lo he soñado desde los 12 años, es algo tan real que puedo decir, que
soy de las pocas persona que han experimentado como es ser hombre y mujer
(independientemente si es un sueño).
Por eso les advierto desde ya, que este relato es tan surreal como
verdadero, pero claro... solo en el mundo que conforman mis sueños. Será narrado tal como lo vi, mas no como si lo hubiese vivido, hay cosas que solo me di cuenta tras recordar el sueño, pero si no fuera por eso, nunca lo hubiese sabido. Comienzo:
Una
representación de lo cambiante que son la mayoría de mis sueños. De hecho, hace tiempo soñé esta escena. Lamentablemente, es lo único que recuerdo.
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Aquello que llegó del mar
Era un día soleado y muy caluroso, y aun así
sabiendo mi desagrado ante el sol y el calor, mi mejor amigo Luis, me invitó a
dar un paseo por el museo marino. Lo rechacé de inmediato y me dediqué a hacer
mis cosas cotidianas; pero con el pasar de las horas, y ante el aburrimiento
volví a llamarle para aceptar su invitación, después de todo... era un día sin
internet. Además, dedicar un tiempo a mi único y mejor amigo estaba bien, de
vez en cuando.
Fuimos al museo y nos la pasamos en grande, por
su fascinación por la marina y el mío por los animales que se encuentran en las
profundidades abisales del mar. Al culminar nuestro recorrido fuimos a un
balcón de descanso ubicado en la parte trasera del museo; era el mejor momento para dar un respiro de las horas de caminata dentro de los infinitos corredores del
museo, el cual no terminamos de recorrer en su totalidad. A los pocos minutos
de reposar los brazos en los barandales, notamos un movimiento brusco entre los
arbustos muchos pisos más abajo, era un animal. Luis, que parecía verlo mejor
que yo, me informó que era un puerco espín, y que debíamos ir tras el a picarle
con unas baritas. Acepté, aun sin saber por qué y bajamos dando saltos por las
escaleras en espiral, que llevaban a cada piso del interminable museo.
Al estar abajo, fuimos a la parte trasera del
mismo, perdiéndonos entre los frondosos arbustos que nos cubrieron de pies a
cabeza, en un desconcertante y desesperante recorrido, para encontrarnos en
medio de un pantano, con un inmenso lago al final del horizonte; al voltear,
tras arrepentirme de la decisión de ir a buscar el puerco espín, me di cuenta
que misteriosamente aquel inmenso museo que se podía ver a metros de la
carretera, no estaba. Luis, despreocupado me llevó de la mano por el sendero
lodoso, hasta que encontramos al puerco espín, que nos atacó sin siquiera
detallarnos. Caímos en un charco lodoso, algo profundo, lo suficiente como para
cubrirnos al caer. Me puse en pie y ayudé a mi amigo, que tras el incidente
estaba rabioso y frustrado por el fracaso de nuestra absurda expedición.
Volvimos por el mismo camino, para encontrarnos
desconcertantemente con el cadáver putrefacto de un rinoceronte entre la maleza,
y en su cintura, se encontraba aferrado con sus fauces un ser de dimensiones
gigantes, como si se juntaran cuatro autobuses para medir su largo, y dos
camiones, uno sobre el otro, para comprarse con su altura. Era amorfo, como si
hubiese salido de una dimensión desconocida. Sus patas eran palmeadas, su hocico
se asemejaba a un hipopótamo con ciertos rasgos de reptil. Su cola era corta,
pero musculosa, con muchas espinas que medían más que nuestros brazos. Aquella
criatura estaba acostada en sus propios intestinos verdes y putrefactos, poseía
una grotesca abertura en su vientre que se extendía hasta la espalda. Y sus
ojos, tan enormes como ruedas de tractor, nos observaban directamente, inertes
e inexpresivos y palidecidos con el tiempo, como si fueran los ojos de un
pescado muerto. Al contemplarle no nos dimos cuenta que el lodo ya era arena, y
lo que antes en el horizonte se podía ver como un lago inmenso, ahora era un
mar a pocos metros a nuestras espaldas.
- ¡Luis viste! - Exclamé de impresión, al
ver el sol del atardecer aparecer en el horizonte, cuando antes solo había un
cielo azul y despejado; pero Luis, no me respondió.
Él no estaba ya conmigo en ese momento, se había
ido, pero las huellas en la arena seguían ahí, en donde él había estado. Era
como si se hubiese desvanecido en la nada. Corrí a casa, aun sin saber dónde
estaba y aún si darme cuenta que mi sexo había cambiado, me sentía como siempre
y me vía como si fuera algo de todos los días, pero yo ya había perdido mi sexo
real. Notaba que en los alrededores la gente corría y un rugido proveniente de
mis espaldas hacía que un viento fétido azotara mi cuerpo. No tardé mucho en
darme cuenta que era aquella criatura que había visto antes.
Al llegar a mi casa, vi a mi abuela y a mi
madre en el comedor, vestidas en un camisón blanco y ligero, golpeando violentamente a los
platos y la comida con su cabeza, una y otra vez, con mucha rapidez. Salpicaban
sangre, y pedazos de comida molidos por los golpes de sus cabezas. Ambas me
miraron, con unos ojos negros, pedazos de porcelana clavadas en las mejillas y las ojeras cubiertas en sangre, y se
petrificaron; todo entonces quedó en silencio, mientras lentamente tomaban los
cuchillos del comedor. Solo escuchaba los latidos de mi corazón en aquel profundo silencio, mientras retrocedía
lentamente para no ocasionar ninguna reacción violenta; pero solo hice que
todo sucediera más rápido. Ambas lanzaron sus cuchillos atinando en mis brazos
y corriendo hacia mí al ver mis heridas. Escapé, entre arañazos y mordidas
salvajes que arrancaron mis prendas junto algunos de mis dedos, como si de tiburones hambrientos se tratasen. Corrí a
las montañas, mientras aquel monstruo rompía los hogares, metros más atrás, y
aquellas mujeres de mi familia me perseguían deseando ver mi cadáver.
Las calles ya eran curvilíneas y algunos caminos
se habían vuelto inexplicablemente cilíndricos, con calles que estaban en forma de
"U" cuyas aceras (o extremos) se encontraban a seis metros sobre mi cabeza. Todo ahí
era más tranquilo para mí, al saber que no me perseguía nadie más. Caminé lentamente por aquella extraña calle con inalcansables aceras, mientras veia como las personas se lanzaban de cabeza contra el pavimento, una tras otra, hasta escuchar el "crack" de sus cráneos al romperse. Cuando finalicé aquel mórbido recorrido, entré a un extraño museo (creo que eso era) con cuatro esculturas de
mujeres obesas, musculosas y con vellos largos en el pecho que se extendían hasta crear una cúpula
de piedra, justo en el medio de aquel extraño y oscuro lugar, donde las pocas
luces que aún quedaban se opacaban, hasta quedar completamente en tinieblas.
Horas después de estar ahí en el
helado suelo de mármol, descansando del extraño incidente, escuché claramente
como a kilómetros de distancia aun se sentían los bramidos furiosos de
aquello que llegó del mar.
Ese fue mi sueño.
Justo después de semejante "novela visual" desperté, anotando lo que
recordaba, con una letra tan espantosa que me costó entenderla después. Supongo
que aún hay más cosas que no logro recordar; porque se dice que solo recordamos una
pequeña cantidad de nuestros sueños. Me encantaría verlo todo, desde el inicio
hasta el final.
Luego les cuento
otro, uno de esos que hasta el día de hoy recuerdo, sin importar los años que
hayan pasado desde entonces.