Buenas, queridos lectores. Tras haber disfrutado parte de las vacaciones y ausentarme un poco del internet, he decidido publicar la segunda parte de The Moon. La historia de un personaje, cuyo futuro incierto en su vida, va de mal a peor. Desconociéndose a tal punto de no saber si es ella misma.
Quisiera aclarar, que esta historia tiene realidad con fantasia, mezcladas entre sí. Hay datos que fueron tomados por la historia en Alemania y otras son creada por mi persona. Es un mundo paralelo anexo a una realidad ocurrida en nuestro mundo.
Bueno, espero que disfruten del capitulo, me he esmerado estos días en editarlo muchas veces, espero que sea de agrado. Nos vemos en otra entrada.
- Historia [2/?]
- Temática: Sobrenatural, Terror y suspenso.
- Titulo: The Moon
- Autor(a): Katsu Komori
- Link de Capítulos anteriores [Capítulo 1]
Pocos días
pasaron, tras lo ocurrido en la cabaña de Adelino. Mi salud había mejorado
considerablemente al igual que mi entendimiento; en cambio mi desconocimiento
hacia mí misma había incrementado. Desde que aquella voz desconocida se
introdujo en mi cuerpo, llamándome Arabelle, he notado el nacimiento de algo
raro en mi interior.
Los
pensamientos iban y venían, en constantes conflictos entre sí, mientras un
sinfín de voces, me atormentaban con frecuencia. Eran comparables a la
consciencia, aquella voz que siempre habla en tu interior. Aunque estas… además
de superarle en un incontable numero, eran insanas. Cada vez que veía mi
reflejo, en los manantiales cercanos al palacio, al momento de lavar la ropa,
notaba algo raro en mi rostro. Mi apariencia parecía normal, pero aquellos ojos
que me devolvían la mirada, desde el reflejo, los desconocía; era como si otros
ojos me contemplaran desde allí.
Entre mi
desconcierto por la situación que recién estaba viviendo, se presentaron otras
situaciones aún más inesperadas. Mi señor, sabiendo de mi enfermedad, decidió
deshacerse de mí, vendiéndome por algunas monedas de oro a unos extraños
hombres, en un supuesto paseo en las afueras de los terrenos. No pude negarme,
aunque lo deseara, mientras aquellos hombres me arrastraban con fuerza, muy
lejos de lo que pude considerar mi hogar. Esa fue la principal causa de la
muerte del yo que siempre conocí, Adalgisa Klein.
03 de
Diciembre, 1254 – En las afueras
El gélido
aire del invierno que se avecinaba, me hacia compañía en esa incomoda
madrugada, en las afueras, un lugar desconocido para mí. Temblaba de frio,
mientras me intentaba de calentar con la débil fogata que había armado, tras
muchas horas de intentar hacer fuego. Solo estaba esperando al amanecer en unos
largos minutos.
Me
encontraba sucia y desnuda, cubierta en dos grandes sabanas de piel que me
abrigaban un poco del frio. Mis manos y mis pies, estaban cubiertos de cayos,
por el esfuerzo de caminar sin zapatos durante tantos kilómetros, mientras que
mis manos se lastimaban al intentar de sobrevivir en la intemperie. A mi lado,
se encontraba un cuchillo, el cual había tomado de la casa de aquellos hombres
que me habían comprado. Era el único instrumento que me había ayudado a sobrevivir.
A pesar de haber durado días sin escuchar a alguien, las voces que estaban en
mi cabeza, eran las únicas que había tolerado ya que, no seseaban de hablar. No
me quedaba otra alternativa más que escucharlas. Mientras, esperaba a que el alba
indicase mis caminos. Sabía, que tarde o temprano, dichos senderos se
encontrarían con los de mi señor. El cual, terminaría apenas se cruzara con el
mío, tal como pasó con aquellos hombres que me compraron.
Me
encontraba en un punto sin retorno, el cual crucé inconscientemente, tras matar
a aquellos hombres; la rabia y las voces que abundaban en mi mente, finalmente
habían tomado control de mí, tras sufrir los abusos y violaciones de dichos
hombres. El único resultado de tal acción, fue mi libertad, a cambio del
desconocimiento de mi propia persona. Ya no sabia, quien era; aunque, la voz,
siempre repetía una y otra vez el nombre de “Arabelle”.
Mis
pensamientos, finalmente se habían acabado, cuando los primeros rayos de sol
dieron presencia en el cielo. Me levanté sin perder tiempo, y seguir el camino que
me indicara mi corazón, siguiendo los senderos de los viajeros. El único camino
donde el pasto no era obstáculo, pero otra cosa mucho peor lo sustituía.
- ¡Alto
niña! – Exclamó una voz masculina frente a mí. Un hombre salió tras un árbol
que estaba al lado del camino, armado con un sable muy afilado. Sus prendas
eran de pieles, y no llevaba nada que pareciera de valor, quizás estaba en las
mismas condiciones que yo - ¡Dame todo lo que llevas, no te lo pediré dos
veces! – Amenazó apuntándome con su sable.
- Me temo
que no tengo nada que ofrecerte – Respondí tranquila, sonriéndole mientras
ocultaba mi cuchillo – Lo siento mucho.
- ¡No te
hagas la tonta! – Siguió alzando la voz - ¡Si no me quieres dar lo que llevas,
te lo robare a la fuerza!
El hombre
se abalanzó hacia mí empuñando el sable con intención de herirme. No tuve mas
remedio que reaccionar mientras recordaba lo ocurrido en la casa de aquellos
hombres que me habían comprado con monedas de oro. Estire el brazo con el que
llevaba el cuchillo, apuntándole hacia su pecho. De inmediato, mi cuerpo tomó
la forma de aquel líquido viscoso que me había encontrado en la casa del señor
Adelino. Mi brazo se estiró, deformándose hasta impactar contra el pecho del hombre,
ocasionándole una profunda herida. Por medio de aquella abertura, fue que pude
ingresar en su organismo y comenzar a absorber los fluidos cuerpo y su memoria.
Le paralice de inmediato todos los músculos, y comencé a abrirme paso hacia el
cerebro donde con esfuerzo pude ingresar a su información. Mientras contemplaba
sus ojos, que poco a poco perdían humedad, arrugándose como pasas; sus fluidos
y su sabiduría ingresaban en mí. Al terminar de succionar su vida, saqué mi
brazo, convirtiéndolo de nuevo en la textura normal de todo cuerpo humano.
- Te dije
que no tenia nada que ofrecerte, pero tu si a mi… debiste haberme hecho caso –
Le dije al cadáver del hombre, que había tomado un aspecto momificado – Pero
eras tan ambicioso, que preferiste morir… - Seguí mi camino pasándole por al
lado.
Una nueva
voz se había agregado a mi cerebro, hablando sin detenerse, ocasionando ligeros
dolores de cabeza, mientras las otras le callaban. Gracias a eso pude
comprender mejor el funcionamiento de mi maldición… o como muchos llamarían “habilidad”,
la cual adquirí sin saber, en la cabaña de Adelino, tras convertirme en aquel
extraño liquido y absorber todo lo que estaba en el suelo. Cada cuerpo y
memoria absorbida, ocasionaba que una nueva voz en mi cabeza me revelase sus
conocimientos y experiencias, fortaleciendo mi inteligencia y mi locura.
Muchos
recuerdos pasaron por mi mente en ese momento, recordando cuando fui abusada
por aquellos hombres, tanto física como psicológicamente. Aquella voz, que
supera todas las anteriores, me recordó lo ocurrido en la cabaña, enseñándome a
su vez, lo que podía hacer ahora. Lamentablemente, no recuerdo más. Al saber
como convertir mi cuerpo en agua, mi mente se nubló… y al despertar… me
encontré bañada en sangre, mientras los cuerpos de aquellos hombres yacían en
el suelo. Aquella voz, me habló de nuevo, diciéndome que no me controlé al
usarlo.
- Eso me
hace suponer que estoy aprendiendo… - Murmuré, mientras seguía caminando por
los senderos de los viajeros.
Me dirigía
hacia la aldea más cercana, a unos kilómetros de aquí. Donde buscaría
información de la ubicación del territorio Hohenstaufen, antes de la llegada de
la nieve. Tardé
muchas horas en llegar, tomando breves descansos para que mis pies no se
lastimaran tanto, hasta que finalmente vi la aldea en las lejanías. Al llegar, comencé
a intentar hablar con alguien para que me guiase, pero al parecer les
desagradaba a la vista.
- Señor,
disculpe… - El sujeto a quien intentaba hablarle me ignoró y siguió de largo.
Noté, que atrás de él se aproximaba una mujer de edad avanzada, que con verme se giró para
caminar por otro lado – Disculpe… - Me dirigí a un guardia que se aproximaba,
afortunadamente me prestó atención – Necesito ir al territorio de los Hohenstaufen
¿Puede decirme donde es?
- Esta muy
lejos y dudo que reciban bien a alguien como tu… ahora, a un lado – Me apartó –
Tengo mucha prisa.
Estaba algo
decepcionada, ya que no había obtenido mucha información, solo que estaba muy
lejos de aquí. Me dediqué a buscar restos de comida y pedir algunas sobras en
las casas cercanas, aprovechaba de preguntar por la dirección, pero no me respondían
a esa pregunta. Y así duré, hasta que el sol se estaba ocultando al casi
terminar la tarde. Tenía que buscar algún lugar donde quedarme, para no morir
de frio, quizás esa noche nevaría, por los gélidos vientos que soplaban, batiendo
con violencia las sabanas de piel que me cubrían. Terminé descansando recostada
de un muro de piedra, tras haber durado largos minutos preguntando en muchas
puertas, para ver si alguno se apiadaba de mí; pero como era de esperarse,
nadie deseaba acogerme en su hogar, para pasar esta helada noche.
- Elementalista
Arabelle… - Dijo una voz atrás de mí, femenina y muy seca.
Al voltear
noté a una figura, cubierta de prendas negras y una capucha que le impedía que
le viese el rostro. Pero de la oscuridad de la misma, se podían ver dos pequeños
círculos violeta, aquel color de ojos, nunca lo había visto, lo que sin duda me
resultó aterrador.
- Qui – ¿Quién
eres? – Pregunté alejándome de inmediato de aquella persona, que se asomaba
tras el muro de piedra, alertando mis instintos - ¿Por qué me llamas así? Me temo que
te equivocas de persona… – Respondí tratando de mantener la calma, aún no me había
recobrado del susto que me había dado. Volteé a todas las direcciones posibles,
pero no había nadie más fuera de sus hogares ¿Cómo era posible?
- Eres
Arabelle… la bruja elementalista de agua – Respondió sin vacilar, haciendo caso
omiso a lo que había dicho anteriormente – Vengo a ti, porque sé que buscas a
tu señor… el príncipe Louis de la dinastía Hohenstaufen - No pude evitar
arquear las cejas y quedarme sin habla ¿Cómo podía saber tanto de mí? Aun así…
no entendí el porque me había llamado bruja, y por qué tanta insistencia con
aquel nombre “Arabelle” – Pero, nunca lo encontraras…
- Po - ¿Por
qué?
- El príncipe,
Louis, ha escapado y desaparecido, tras un repentino ataque… nadie sabe donde está,
y dudo que le encuentres – Respondió aquella extraña persona, sin dejar de
verme a los ojos, con aquellos luminiscentes ojos violeta, cuyo resplandor era
lo único que podía ver – Si buscas respuestas… - Señaló hacia una gran colina,
muy cerca de la aldea – Dirígete a la casa del brujo sabio, entre las colinas,
antes de que caiga la noche.
Volteé
hacia las colinas que se encontraban al noroeste, no eran muy altas, podría
llegar antes de que el sol me dejase en las tinieblas… y eso seria aproximadamente
en cuarenta minutos más. Al voltear de nuevo hacia aquella mujer misteriosa, me
percaté que no se encontraba en ningún lugar. Volteé a todos lados, e incluso
tomé el valor de subir al muro de piedra para ver si se había ocultado atrás de el…
pero no había nadie ahí conmigo, solo mi sombra. Había perdido la cabeza o sin
duda, algo muy extraño había ocurrido hace segundos. Aún con algo de temor e
inseguridad, decidí partir hacia las colinas, y encontrar la casa, antes de
perder más tiempo.
En el
camino, solo pensaba en lo ocurrido, mientras todas las voces de mi cabeza,
hablaban a la vez, ocasionándome incomodos dolores de cabeza y visiones
extrañas. Todo se volvía borroso de nuevo, y extrañas manchas lineales,
aparecieron por doquier, moviéndose como tentáculos. Algo estaba invadiendo de
nuevo mi mente.
- De nuevo
esta sensación… - Posé una mano en mi frente, tapando mis ojos a la vez. El
dolor de cabeza solo aumentaba el sonido de aquellas voces. Mis extremidades
comenzaron a temblar descontroladamente junto con una transpiración constante a
tal punto de empapar todo mi cuerpo – Deténganse por favor… - Las voces
gritaban atormentándome, mientras caía de rodillas, sentía como el suelo palpitaba
junto con los latidos de mi corazón, no me atrevía a abrir los ojos, ya que
poco a poco, la textura del suelo se volvía viscosa y el ambiente en el que me
encontraba comenzaba a despedir hedores nauseabundos - ¡YA BASTA!
Después de
ese momento todo se volvió negro, mis cinco sentidos se habían perdido, pero
aún era consciente. Sabía que aun vivía, pero ignoraba que pasaba conmigo;
era una tranquilidad que relajaba y aterraba a la vez. “Mátalo, mátalo… mátalo”
fue lo único que escuché proveniente de aquella voz, tras haber durado un
tiempo incontable, en un silencio profundo… sin dura, algo así sería morir. Un
viaje a las profundidades de la nada.
Desperté
bruscamente, exaltada, con la respiración acelerada y el corazón golpeando con
fuerza mi torax. Aparté las manos de mi rostro, observando impactada lo que había
en ellas, grandes y goteantes manchones de sangre. Observé a mi alrededor, dándome
cuenta que me encontraba en una casa muy grande, iluminada con pocas velas. En
el suelo, se encontraba un cuerpo con apariencia desnutrida y con piel arrugada
y oscura, similar a una pasa. Por sus prendas, pude asimilar que era aquel
brujo sabio que me habían contado; pero… ¿Cómo llegué ahí?
- ¿Quién soy?
– Me pregunté, mientras observaba el cadáver de aquel anciano, que me devolvía la miraba
con aquellos ojos arrugados y desinflados, mientras la piel de su rostro desfigurado
parecía agrietarse y rasgarse por sí sola. Sentía lástima por aquel hombre, sin
duda yo había ocasionado todo eso – Un momento… - Me dije a mí misma, tras
revisar mi mente con los pensamientos. Me sentía mucho más sabia que antes.
Al observar
mi desnudo cuerpo, me di cuenta, que las cicatrices y las heridas que tenía por
aquel forzoso viaje, se estaban cerrando y eliminando de mi piel. Parecía, que
al absorber los fluidos del cuerpo de otra persona, su sabiduría y su vida se transferían
a mí, curándome de las enfermedades, heridas y alargando mi existencia… por eso
fue que me había curado de la enfermedad que padecía. Pero por desgracia, mi
mente se volvía más insana.
- ¿Será que…
encontré la clave de la inmortalidad? – Me pregunte a mi misma, observando mis
manos impresionada al ver como los cayos desaparecían – Arabelle… soy,
Arabelle.