domingo, 13 de marzo de 2016

Los Redentores del Pozo - Capítulo 4 [Final]

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- Prólogo - La corrupción de las nubes
- Capítulo I - El sendero de los desdichados
- Capítulo II - El florín de sangre
- Capítulo III -  Los redentores del pozo

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CAPÍTULO IV
Recuérdame en tu gloria


- ¡MAGNÍFICO! – Alguien clamó maravillado resaltando entre una lluvia de aplausos que alborotaban el ambiente sereno. Abrí los ojos tras parpadear una y otra vez, tratando de enfocar la vista con unos ojos hinchados que se resentían con cualquier movimiento, pero no podía ver más allá que unos manchones cafés muy opacos y ausentes de brillo. Era un lugar pequeño, estaba forrado de madera de pies a cabeza, y era tan estrecho como el lugar de carga de una carreta. La cabeza me dolía al igual que todo mi cuerpo, seguido de pulsaciones fuertes en el interior de mis caderas. No sabía qué era lo que pasó conmigo, incluso llegué a preguntarme si había pasado por un mal sueño y también mi consciencia comenzaba a dudar si esto era parte de la realidad o de otro sueño, pero al comprobarlo con solo observar mi diestra y ver su figura incompleta cubierta por las sombras de este lugar, donde apenas pequeños rayos de luz se lograban filtrar por los agujeros del techo; en efecto, no estaba el meñique ni el anular, en su lugar solo habían vendajes con sangre cubriendo la herida cosida. Escuchaba personas cerca de mí, dándome a entender que había entendido lo que mi visión borrosa trataba de construir; aquellos sonido parecían provenir de algún exterior. Intenté moverme de girar la cabeza o de hablar, sin embargo era imposible, no controlaba del todo mi cuerpo y si hacía un sobreesfuerzo el dolor intenso se ramificaba desde la zona y se resentía en las demás. No podía hacer nada. - ¡¿De verdad, usted hizo todo esto señorita Olivietti?! – Era la voz de “el Magnífico” Lorenzo Médicis en persona, y sus palabras estaban dirigidas a alguien de apellido Olivietti. «¿¡Agnese?! ¡¿Era a Agnese?!» Intenté una vez más hacer algo, así que rodé hacia mi izquierda sufriendo las consecuencias, mi cuerpo estaba peor de lo que pensaba. Inhalé profundo varias veces tras cerrar los ojos, intentando de concentrarme para resistirlo. Al abrirlos pude ver por una pequeña ranura en la madera, traté de arrastrarme a ella y contemplar el exterior. Mis ojos se lastimaron ante tal resplandor, pero aún así intenté de ver qué ocurría allí fuera: frente a mí, a una distancia media, estaba lo que parecía una exposición de cuadros rodeados por nobles y con Lorenzo Médicis con sus típicos ropajes llamativos, un guardia vestido de carmesí y Agnese montada sobre una caja de madera en medio de todos exponiendo muchos cuadros, los cuales, a pesar de mi visión borrosa e imprecisa podía identificar algunos míos y aunque los demás no los pudiese detallar por el tortuoso resplandor del sol, intuía que también lo eran. «¡Era, Agnese! ¡Era de verdad Agnese! Vamos, por favor, esta es mi oportunidad para salir de este tormento. ¡Agnese, te lo pido! ¡Ayúdame, por favor! Di que esos cuadros los hice yo, ¡dilo por favor!» Le rogaba en pensamientos, intenté gritarlo, pero solo tosí lastimándome de nuevo. Volví a recuperar la compostura respirando con mucha dificultad. No sabía lo que habían hecho con mi garganta, pero con solo respirar despertaba el ardor en la cavidad hasta el estómago. Si Lorenzo estaba allí, y el hombre de carmesí también, entonces podía comprobar que de verdad estuve trabajando. – Yo... - Vaciló por un momento, sabía que estaba pensando en mí. - ¿No le parece obvia la pregunta, su magnificencia? Jejeje ¡Por supuesto que todo esto fue hecho con mis manos! – Las últimas esperanzas fueron derribadas a pedazos y pisoteadas por mi única y mejor amiga, al igual que mis ánimos. Cerré los ojos lentamente tras dejar escapar un suspiro doloroso de decepción, solo para ocultarme en la oscuridad, alejándome de la grieta, y de donde quiera que estuviese. Cubrí mi cabeza con los brazos y me aferré al cabello tirando de él, gimoteando con voz quebrada y lágrimas formándose entre los párpados. Quería desaparecer, dejar de escuchar esos aplausos que deberían de corresponderme, dejar de escuchar esa voz dulce que tanto me encantaba deleitar desde la infancia. Quería que me dejasen en paz, y parasen de una vez de rebanar mis sentimientos tal como hicieron con mis dedos. Quería volver a casa, y ahí caí en cuenta que no podía. Sollocé ahogando mis lamentos, en un llanto que nunca antes había tenido. Me había quebrado para siempre.

«Oye, Eleo, si llegas a ser reconocida por tu gran trabajo, recuerda mi nombre cuando estés a un paso de tu gloria, ¿sí?», «Acuérdate de mí cuando estés en tu gloria», «Muchas gracias, nunca más te dejaré sola», «¡Tú te robaste los florines esta mañana, y a saber en qué lo has gastado!» «Sí, yo igual acepté el trabajo para ayudar a mis familiares, ya no había dinero en casa…», «De todos modos tienes una salvadora, la señorita Agnese Olivietti dijo que compró lo necesario para ambas el día en que nos conocimos, lo recuerda ¿no es así?» Mi cuerpo se estremecía temblando descontroladamente al escuchar la voces de los días pasados visitándome de nuevo, especialmente aquella que escuché en la tormenta y que volvería para susurrar en mi oído una última vez; incluso sentía el vendaval surcando los cielos arrastrando los aullidos del viento y arrebatándome la capucha de la cabeza para llevarla a las ramas más altas de los árboles, aquellos a los que más nunca me atrevía a montar y las gotas de la llovizna caer de nuevo sobre la piel. Y de pronto sobre mí, aquel rostro deforme y grotesco que se iluminó por menos de un segundo por los truenos y relámpagos del horizonte, diciéndome solo una vez más: «No creas en esta semana… recuérdame en tu gloria.» Mi cuerpo yacía paralizado y con los ojos abiertos como platos saliéndosele las últimas lágrimas hacia el suelo oscuro de madera para romperse cual cristal haciéndese añicos. Comencé a sentir impotencia, una que no cabía en mí, una impotencia que se convertía en enojo, odio y luego en un calor envolvente que hacía temblar mis manos. Sentía por primera vez lo que papá llamaría ira y rencor, tal como me lo había descrito una noche antes de dormir, sobre el monstruo que descansa en nuestro interior y consume nuestros sentimientos.

- ¡Eleonora! ¡Ey, Eleo! – Abrí los ojos como vajillas en lo que pareció un parpadeo, sintiendo los golpes de mi corazón contra el pecho una y otra vez. Me dolía, al igual que en las profundidades de mi pecho, más allá de ese órgano palpitante y físico. Estaba sobre un taburete, con las piernas babeadas por mi propia saliva y frente a mí, nueve lienzos en blancos. - ¡Eleo! Por favor, - Giré lo más lento posible, pues sentía un dolor punzante en cada músculo del cuello y hombros; a mi izquierda hacia la voz, estaba Agnese que tomaba mi mano, mi mano sana, sentada en otro taburete a mi lado pintando el décimo lienzo, uno que no había visto. – Te preguntaba si te parece bien este avance. ¿Qué opinas? – Vi a la obra, un paisaje, uno idéntico a la Siena, solo que esta era demasiado alegre a como la recordaba. Entendí que era una versión fantasiosa de nuestro hogar. – Me pregunto si mis padres estarán bien. - Murmuró  mientras tomaba el único pincel que quedaba. Me sorprendí al ver el espacio a nuestro alrededor, todo parecía más amplio, volteé de reojo para ver hacia tras, «¿Qué ocurrió con los demás? Y, ¿las demás obras, dónde están?» me giraba a todos lados con mucho cuidado, impactada por lo que presenciaban mis ojos. Este sótano era casi irreconocible, las obras se las llevaron y la casa parecía deshabitada en el piso superior, mientras que las ventilaciones parecían más grandes ayudando a entrar mucha más luz. Y al fondo, en el pasillo de dos pasos que parecía descontinuado, ese que ya estaba a la vista por la ausencia de los cuadros y caballetes conglomerados en esa zona y donde dejamos ese colchón infectado de hongos, allí ausente de todo permanecía una piedra enterrada en la tierra, casi tan perfecta que parecía una trampilla sin manija ni aro para tirar. No había prestado atención al suelo aquella vez que fui para allá. Quizás gracias a la oscuridad. 

– ¿Padres, dices?... – Intenté de hablar, aun con la voz carrasposa y con un punzante dolor en lo más profundo de mi garganta, no era mi voz, no me sentía como antes. Mi diestra temblaba ausente de dos dedos y forrada en vendajes con manchas de sangre seca, al igual que mi pie izquierdo con solo dos dedos restantes, pero no solo temblaban de dolor, sino también por mis pensamientos, aquellos que no me dejaban en paz. Veía pinturas que se desvanecían en las paredes y en el suelo. 

– Sí, es normal que piense en ellos todos los días, ¿sabes? Pero, - Giró para verme al igual que yo, con la diferencia que yo intentaba de enfocarme en su rostro y mantener fija la visión. Se quedó en silencio viéndome y reflejando mi figura a través de sus lagos de esmeralda y así se quedó por otros segundos. – sé que estarán bien.

Su sonrisa sutil fue el despertar de pensamientos sombríos, pensamientos que desconocía y no podía explicar. Aquella sonrisa tan tranquila y dulce dibujaban sus labios, aquellos que tanto me encantaban y que fantaseaba con probar, ahora me provocaban una profunda repulsión e impotencia. Me sentí rara por tener esos pensamientos tan variopintos e inusuales, todo era tan irreal, pero no debía engañar a mi cabeza, esto era real. Quedé viendo sus labios, y de un parpadeo ubiqué sus ojos antes de que voltease a continuar con su obra. Me sentí abandonada de pronto, como si realmente no estuviese ahora mismo con Agnese a mi lado, y fuese otra persona más. Pero no, no era así, ella estaba allí conmigo, su aroma, sus ojos, su tamaño y las pecas que se diferenciaban al resto de su piel y cubrían sus mejillas y la punta de la nariz, el lunar de su cuello, la pequeña cicatriz bajo su oreja y por aquella música dulce que ahora tarareaba, aquella que escuché cuando nos conocimos. Realmente era ella. Fue ella quien me acompañó todo este tiempo, quien me siguió en el camino a casa antes de hablar conmigo, pensando quizás en qué decirme. Fue ella quien, en ausencia de otras amistades, pues todos nuestros amigos han muerto, decidió convencerme para que viniese hasta acá con ella. Fue ella quien se llevó el dinero de mi casa en la visita que me hizo el día anterior, antes de salir a vender. Fue ella quien se quedó ante la oscuridad cuando mis padres me acusaban de ladrona. Fue ella quien para tratar de sentirse mejor me hizo una cama de paja, para después traicionarse a sí misma y abandonarme cuando más lo necesité, mintiéndome para hacer cuadros y venderlos en la calle cuando pensaba que iba a trabajar en un puesto al que yo era incapaz de asumir, por mis miedos, y mi propia inseguridad. Siempre fue ella. Bajé la mirada hacia el suelo tratando de librarme de mis pensamientos antes de quebrarme, pero no podía callar mis pensamientos, era incapáz. – Así que fuiste tú. - Musité intentando de levantarme del taburete cubriéndome la boca con la mano y caminando lejos de ella tambaleante, perdía el equilibrio al caminar con un pie herido y ausente de los dedos que soportaban el peso y el equilibrio. Me sentía mareada y con ganas de vomitar, así que traté de volver a la cama. 

– ¿Qué dijiste, Eleo? Hablas muy bajo desde el accidente y estaba concentrada pintando el sol. – No respondí, tocía y escuchaba el aire tratando de entrar y salir de mi lastimada garganta, a la vez en que presenciaba como mi cuerpo lentamente perdía el control. - Debes tener más cuidado en las calles, Eleo, me asusté cuando me dijeron que te atacó un perro. Descansa, anda. Estás muy mal. -  Escuché su voz de fondo mientras veía un papel arrugado entre mis cosas de la canasta. Me incliné tomándolo y lo abrí: era el bosquejo de un hombre cuervo. Me sorprendí al verlo otra vez, haciéndome tragar saliva por los nervios. Ellos existían y vendrían a por mí. La voz del rubio vestido de carmesí apareció de pronto haciéndome ahogar gritos y voltear a todos lados, no había nadie más allí, ni aunque buscase en el techo tratando de ver al piso superior. «Tienes cinco días», «Ni se te ocurra contarle esto a alguien, ¡a nadie! Ni siquiera a tu amiga. Porque te juro que seré el primero en saberlo, y de ser así...»  Abrí los ojos en ese momento viendo hacia la nada, como si se hubiese presentado algo ante mí, pero no era así. Giré hacia Agnese con lentitud contemplando cómo pintaba tranquila y alegre uno de los diez cuadros tarareando aquella canción, la que tarareaba cuando dormía en su regazo. «¿Cómo supo lo de los cuadros? ¡¿Cuántos días han pasado?!» Ella tenía cerca una caja de óleo nueva que aún no usaba, mientras que su alegría y entusiasmo volvían a ser normales, como antes de hacer nuestro trato. Ella lo sabía, sabía del encargo y lo que pasaría si no lo cumplo. Gracias a ella me llenarán de ratas y a mi familia de pulgas. Las malditas pulgas de las plagas y moriremos. Volteé hacia la cama y hacia mi ropa, dándome cuenta entonces que tenía prendas nuevas que no había tenido antes. Con grima descubrí mi cuerpo de toda prenda y me sacudí agitándome por completo, temiendo que fuese demasiado tarde. – Pulgas, pulgas, ¡llenarán mi cuerpo de ratas con pulgas! - Gemía temerosa, temblando a la vez que sacudía las manos por todo mi cuerpo.

El rostro del hombre enfermo apareció junto con sus sentimientos, esos que me transmitió y los que tanto me aterraron, pero que curiosamente ahora me invadían. Sentía las patas de las pulgas subiendo por mi piel, pero no veía nada, ni un solo punto en la pálida piel. Me rasguñaba y sacudía, sintiendo como si estuviesen bajo la piel, pero no, no había nada. - ¡Mi cabello, están en mi cabello! - En un acto de desesperación tomé mi cuchillo para comer corté mi largo cabello hasta más arriba de los hombros reduciendo mi larga cabellera que cubría mis caderas a un corte desigual a nivel de la mandíbula con un corte limpio. Resoplando vi los mechones largos de cabello caer hasta cubrir mis pies casi sin creer lo que pasó y a la vez aliviada. Mis ojos fueron hacia Agnese que aún pintaba tan concentrada que no había notado nada de lo que había pasado. No, me equivocaba, ella no era mi querida Agnese. Aquella niña dulce y enérgica había muerto al igual que mis amigos. Aquel cuerpo casi adulto que estaba a mi lado no era más de un reflejo de lo fue, y ahora estaba corrompida por las plagas y el tiempo. Y solo ella podía delatarme, y yo no podía confiar en ella otra vez. Ella no me delataría y tampoco se robaría mi crédito, nunca más. 

Tambaleando me acerqué y observé su obra una vez más desde la espalda, para luego posar mi mirada debajo de su nuca. Recordando todo lo que pasó y lo que dijo en la exposición, y también imaginándome lo que iba a decir dentro de los días venideros. Ese calor al que llaman ira y ese odio perdurable que se aloja en la memoria al que papá llama rencor volvieron ayudándome a apuntar el filo bajo su nuca. – Quémate con tú cuadro. - Ella detuvo su mano y se quedó petrificada sin voltear al escuchar mis palabras y sentir el filo del cuchillo apoyado allí, en donde me dolía ahora por hablarle, paseando por su cuello.

      - E-eleo, ¿qué ocurre? - Su respiración se aceleró al girar y verme de reojo, aquella mirada que pasó del cuchillo a mi cuerpo desnudo y luego a mis ojos incoloros penetrando los suyos sin parpadear. No sabía cómo era mi rostro ni la expresión que tenía, pero aquella expresión que hizo tiró por el suelo la valentía que le caracterizaba ante mis ojos. Estaba acorralada. - Eleo, no... - No supo qué decir, o qué hacer. Su juego había sido descubierto. Abrió la boca para decir algo más, pero no quería escuchar más, no quería nada más de ella.
  
Inesperadamente para ella le tomé desde los cabellos por la nuca y clavé el cuchillo en su espalda, impulsándola hacia su obra y estrellándole después hacia el suelo. Me encontraba sobre ella mientras le veía forcejear e intentando de zafarse de mí, clamando piedad en alaridos, aquella que no tuvo por mí ni mi familia. Saqué el cuchillo de su espalda que se había enterrado por completo gracias a la caída, y restregué su rostro con el óleo que se chorreaba ahora por toda la obra. – Haré que recuerdes mi nombre, Agnese. ¡MI NOMBRE! ¡Ese que ya olvidaste y que te recordaré, para siempre! - Casi iracunda clavé el cuchillo una y otra vez descargándolo sobre su cuello, ella gritaba, tosía y lloraba. No podía soportar escuchar su voz me desgarraban por dentro. La volteé hacia mí y me senté sobre su abdomen sosteniéndole aún del cabello. Ella rápidamente llevó sus manos hacia mi cuello, apretándolo fuerte tratando de desmayarme, pero yo, a cambio, clave el cuchillo en el suyo una y otra vez, hasta destrozar su tráquea y abrirlo de par en par. La sangre salpicaba por todos lados, y los sonidos que producía al quejarse y respirar eran horrorosos, creía que su voz me hacía daño, pero esto era peor. Mi vista estaba nublada por la fuerza que hacía hacia mi ya herido cuello, así que le apuñalé en el pecho  y en otras partes de la cabeza sin ver, hasta que la fuerza se perdió y sus manos se estrellaron contra el suelo en un golpe seco.

Resoplaba aún alterada y con un gran dolor en la garganta, parpadeando muchas veces e intentando de mantenerme. Ya ese estado de fuerza y ausencia de dolor se desvaneció abandonándome con un cuerpo débil y herido. Sentía el cuello desgarrado, resintiéndose de un agudo dolor, al igual que mis demás heridas. Entre resoplidos ubiqué el rostro de Agnese, sus ojos vívidos se habían vuelvo opacos, como si viese cómo su vida se escapaba en mis manos, hasta que no quedó más que la expresión tatuada en su rostro herido y apuñalado, aquel rostro pintado en óleo. Era la mirada más impactante que había visto en toda mi vida: una mirada perdida fundiéndose con la mía y penetrando lo más profundo de mi ser. Recordando su rostro pintado de pequeña con una mirada alegre amenazándome también con pintar mi rostro. Su voz resonaba en los recovecos de mis recuerdos, dejándome petrificada contemplando su expresión absorbente.

Sentía un frío horrendo que recorrió mi columna e invadió mi cuerpo. Tosí sangre una vez más cerrando los ojos por el dolor punzante de mis heridas, dándome cuenta al llevar mis manos al cuello que igual tenía sangre y heridas superficiales y de las manos de Agnese rastros de carne, y no pude evitar contemplar el resto de su cuerpo sintiendo una desolación profunda y dolorosa. Me dolía mucho mi corazón y aunque supiese que Agnese me había abandonado desde hace tiempo, siempre tuve su reflejo conmigo, y ahora me había abandonado a mi suerte para siempre compartiendo finalmente mi silencio, el silencio que yo compartía al estar con ella. Cerré los ojos tratando de soportar el dolor físico y emocional, pero no pude, rompiendo en llanto. No podía hacer nada más, literalmente éramos ella y su familia o yo con la mía.

El dolor me acompañó durante días enteros en los cuales únicamente me dediqué a pintar, expresando mi dolor en diez grandes lienzos y tratando de salvar lo poco que me quedaba, a mis padres. No importa si estaba agobiada, herida y sola, debía trabajar. Mientras, recordaba las palabras favoritas de mi padre, aquellas que siempre decía, de aquellas que me salvé hace mucho: «Así son estos tiempos, el hurto y la mentira son sinónimos de traición que tarde o temprano serán pagados con la muerte.» Y desde ese entonces volví a sonreír.

- ¡Maravilloso! ¡MAGNÍFICO! – Las típicas muletillas que Lorenzo Médicis clamaba cuando sus ojos contemplaban algo de su agrado. – ¡Eleonora, esto fue divino! ¡Las obras volaron en la subasta internacional! Esos cuadros fueron, fueron, ¡Magníficos! – Yo solo observaba al noble con un rostro inexpresivo, mientras él acariciaba mi nuevo y recortado estilo de cabello, para luego dar unas palmadas en mi cabeza. Mis trabajos le agradaron tanto que me pidió que estuviese presente en la subasta cerca del castillo y allí estábamos ahora, finalmente lo contemplaba frente a mí e iba con él caminando hacia los terrenos del castillo fuera de aquel portón de metal quedando en medio del camino de piedra rodeado de árboles. Llevaba ropajes nuevos y limpios, con un bastón improvisado que me ayudaba a acostumbrarme a caminar otra vez con el pie izquierdo. – Lo único que me pareció extraño era que todas las pinturas fuesen rojas, grotescas y morbosas. Varios se sintieron aterrados por ellas pero curiosamente las compraron. No sé cómo lo has conseguido, tenían algo extraño en su estilo, especialmente “La miseria de un hombre” y “Hermosa hasta los huesos”, ¡incluso ahora recuerdo sus detalles tras cerrar los ojos! - Mencionó algunas de las obras que hice, uno era una representación de un hombre enfermo, mientras que la otra se refería a un desnudo de una mujer joven cuya carne se caía a pedazos. Los otros cuadros eran peores, representaciones de todo lo que viví en estos días, mi vida destrozada en diez diferentes cuadros, pintados en sangre mezclada con el poco óleo que quedaba. - Oye, por cierto, ¿dónde está tu amiga? Juntas harían un excelente trabajo, ¿no crees? ¡La vez pasada igual hizo una exposición divina! Aunque no fue tan emocionante como la tuya, debo admitir.

Lorenzo se había dado cuenta de su ausencia, quizás le han buscado en vano, no había rastro de ella y yo no podía hablar, mis cuerdas vocales y parte de la garganta se había lesionado gravemente, ese era el diagnostico de "un doctor" tras el breve interrogatorio. Así que solo escribía en un pedazos de papiro viejo que guardaba en el nuevo vestido que usaba, uno que ella compró y nunca usó. Debido a que los demás pinceles estaban rotos y los otros no eran míos, saqué uno de mis nuevos pinceles hechos con hueso, tendones y cabello, remojando su punta con algo de tinta y escribí: “Escapó a la Siena con todo su dinero y más.”, para luego detenerme y contemplar el rostro de Lorenzo tras leer las pulcras letras teñidas de rojo. Está de más decir la expresión de enojo que coloreó su rostro intensificando sus marcados gestos. Él no podía dudar de mí, no había pruebas de nada, su cuerpo había desparecido y procuré de deshacerme de sus pertenencias, quemándolas en la estufa para luego verterlas entre los escombros quemados y destruidos de unas casas abandonadas, esas donde no podría vivir nadie más. – Perfecto, muy bien. - Trató de mantener la compostura ante mí relamiéndose varias veces los labios y suspirando disimuladamente cada tanto. - ¡Entonces enviaré la orden para que no envíen más florines a su hogar! Y de paso, enviar un pequeño presente a las puertas de sus aposentos por su... labor. – Sentenció dejando finalmente una gran bolsa de monedas en lo que quedaba de mi diestra, una gran cantidad de florines que parecían no caber en mis manos rebosándose por los costados sostenidos únicamente por la bolsa, más otros que enviaron ya a casa, más de cien monedas se podían escuchar con solo sacudirla un poco. – Gracias por ayudarnos, Eleonora. Luego te solicitaremos para un último trabajo, después del gran festín por supuesto. – Escribí por el otro lado “Buen provecho su Magnificencia” y esperé a que él y sus guardias se fueran de nuevo hacia el interior de sus terrenos hasta que cerraron el portón.

Di media vuelta y regresé para caminar por la ciudad a paso lento y con la frente en alto observando cómo la gente se movía de un lado a otro  sumidos en sus asuntos y en cómo las ratas de los callejones los remedaban de forma idéntica. Por primera vez me encontraba en paz, mientras pensaba sin pensar del todo, solo estaba muy entusiasmada con lo que ocurrió hoy, sentía mucha satisfacción tras ver que todo resultó como esperaba. Ese “pequeño presente” al que se refería Lorenzo eran cajas con prendas infectadas de pulgas y ratas que tenían preparado para mí y que ya no enviarían a mi hogar. Ahora su familia conocería mi venganza y caería en la miseria para sucumbir ante la muerte poco después. Pero el palacio tampoco pasaría por la gloria, este sería la última comida de Lorenzo y sus seguidores. Sería una lástima que alguien hubiese arruinado la fiesta de antemano, saboteando los barriles de alimentos que están dispuestos en los almacenes escondidos en los suburbios para mantenerlos fuera de la vista de otros clientes y de posibles confusiones, lamentablemente yo ya conocía esos lugares. Y toda una pena que alguien fuese al castillo para mezclar los condimentos con plantas y semillas trituradas altamente venenosas. Qué curioso que yo ya regresase de allí. Si eso de casualidad pasara todo se volvería un lienzo, y todos los que estén allí serían parte de mi nueva obra, aquella que contemplaría día tras día ocultando mi sonrisa bajo mi nueva máscara de cuervo de cuencas verdes.

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CAPÍTULO III
Los redentores del Pozo

           Los minutos, horas y días de paz pasaron haciendo que el ritmo de mi percepción del tiempo volviese a la normalidad al igual que mi salud mental. Estuve preocupada el primer día después de nuestro trato, era la prueba de oro, pero al regresar Agnese me contó que le encantaba el trabajo, que le emocionaba y que quería continuar, lo cual me impresionó bastante especialmente por esperar todo lo contrario. Por mi parte logré terminar varios cuadros, el primer día casi termino tres estando aquí sentada durante muchas horas, levantándome únicamente para recibir a Agnese y para comer. Realmente comenzaba a amar lo que hacía, pintar además de ser una afición se estaba convirtiendo en más que una pasión. Ambas decidimos continuar con nuestro trato con lo bien que nos estaba yendo. No entendía cómo ella podría soportar un trabajo tan pesado y destructivo para luego regresar tan contenta y satisfecha, como si nada hubiese pasado; aunque notaba que sus ganas por hablar habían disminuido, al menos no me contaba con mucho detalle lo que había hecho en la catedral, y le comprendía, quizás ella no lo quería reconocer para no dejarme "ganar", típico. Aun así noté que su comportamiento había variado un poco, estaba más natural que de costumbre y percibía el cansancio en su voz. Por mi parte estaba tranquila en este taburete pintando una representación de mis pensamientos, aunque de vez en cuando me tenía que levantar para estirar las piernas. A diferencia de ella yo sí reconocía lo que me había mencionado y advertido, ese taburete lastima poco a poco la espalda y corta la circulación en los muslos; pero lo bueno es que avanzaba rápido y podía darme el lujo para estirar las piernas unos largos minutos para luego volver a trabajar. 

          Como era de esperarse un día me cansé por sobreesfuerzo y en el descanso más prolongado, en el que estaba tendida sobre la cama, sincronicé sin querer con el descanso de otros que hablaban en el comedor con suma tranquilidad. Por lo que logré escuchar eran de temas adultos, aquellos que según mi madre "no tenía la edad de escuchar", eran otros dos pintores que juraban que estaban a solas, quizás pensando que "Eleonora estaba trabajando en la catedral". Me reí por lo bajo y con picardía y me quedé allí prestando toda la atención a cada palabra, cerrando los ojos para concentrar mis sentidos en aquellos murmullos en el piso superior, me sentía emocionada, casi tan traviesa como una niña, pues no era algo que se tuviese la oportunidad de escuchar o experimentar, de hecho, era la primera vez que escuchaba a alguien (además de a Agnese y a mí) hablar de aquello. Mientras lentamente formaba sus conversaciones en algo más, una obra erótica que poco a poco me impacientaba por pintar, sus descripciones servían para condimentar aún más mi imaginación, sería la primera vez que me animaría en hacer algo así, y quizás le pida a Agnese para que sea mi modelo y posara mientras le retrato. Era realmente emocionante.

          De pronto la conversación cambió muy drásticamente, tal y como suele pasar normalmente cuando se llega a un punto apasionante entre dos personas que tienen confianza, tomando un rumbo inesperado, como uno de esas historias de papá que me contaba antes de ir a dormir. - ... así es, Cornelio, me dieron diez florines por el cuadro ¿y sabes a cuanto lo subastó la nobleza? En ciento veintiséis florines, a nombre de un tal "da Vinci". Te lo digo tal como lo siento, esto es un asco, y yo que estaba tan ilusionada. ¿Puedes creerlo? Pensaba que esta vez reconocerían mi trabajo. - Reclamó algo deprimida la mujer a un tal Cornelio; no me había aprendido los nombres de nadie, solo de doña Donielle y de Emilio, el hombre que desapareció y que al día de hoy todos desconocen su paradero. Ahora que tenía el tiempo para pensar, recuerdo que he escuchado muchos rumores al respecto a la hora de la cena, muchos decían que es posible que volviese a casa. Sinceramente esa historia no termina de convencerme. – Y déjame adivinar, - Respondió el tal "Cornelio" haciendo que volviese mi interés a la conversación. - ese tal da Vinci le pagó el doble a la nobleza por realzar su nombre y tener mayor fama ¿cierto? ¿Te pagaron algo extra esta vez? – Esto parecía una broma de mal gusto, pero las voces de allá arriba conversaban en un tono suave, uno que detallaba claramente la frustración en los cambios de tono, esos tonos que solo eran audible para mí por estar a sus pies y en completo silencio, en una habitación donde no debería haber nadie. Si esto era cierto, entonces estos hombres estaban aprovechando un buen negocio al costo de nuestras vidas, a coste de nuestro tiempo y talento, cosa que a ellos no les costaba remplazar por otros necesitados de "una buena oportunidad para vivir". Ya lo pillo, ahora todo encajaba. A la nobleza le encantaba usarnos a su antojo y levantar su nuevo imperio económico a coste de las vidas necesitadas de pobres, inocentes y desesperados.

          «Venganza...» Quedé en silencio al escuchar una voz que me susurró al oído, haciendo que una ansiedad despertara dentro de mí sin sentir nada raro, frustrante o extenuante, era como si todo estuviese bajo control dejando de lado mi impresión, como si siempre hubiese estado allí en silencio al igual como hago yo con mis labios y palabras con la gente que me rodea, callo, pero allí estoy. - ¿Venganza? ¿Cómo podría vengarme de tantas personas tan poderosas? – Me pregunté a mí misma dejando de escuchar por completo para sumergirme de lleno a mis pensamientos. Quedé en silencio esperando la voz de mi cabeza, pero nada ocurrió, hasta que al suspirar y cerrar los ojos, una amalgama surrealista de todo lo que había visto en estos días invadió de nuevo mi mente sin orden ni piedad, incluso de cosas que no había visto antes, algo tan grotesco que mis vellos se volvían como escarpias al sentir que esa imagen, la que quedó después de toda aquella amalgama, parecía tener vida dentro de mí. Me detuve a pensar con más calma cuando la veía moverse lentamente, enfocándose y desenfocándose al otro lado de los ojos. Hace días había vuelto a revisar las habitaciones cuando me aseguré de estar sola en casa, y tomé el valor de ir a ese cuarto con cortinas color vino, y para mi sorpresa, no estaba ni el hombre enfermo ni las cortinas. Era una habitación oscura sin rastros de haber tenido a alguien allí en años, pero había algo adicional, bajo la cama yacía un bosquejo de lo que parecía un hombre con cabeza de cuervo hecho de líneas imperfectas digno de un pulso tembloroso, se podría decir que era una obra casi caóticas dispuesta sobre un papel arrugado y viejo. Muchos hacían comentarios sobre "el cabeza de ave", pero nunca presté atención por ser rumores que algunos cuentan, y porque sus narraciones eran paupérrimas.

          Abrí los ojos alarmada por un ruido seco que me sacó de mis pensamientos, un caballete cercano se había caído. Me incorporé quedando sentada en la cama con la mirada fija al cuadro que yacía allí, en medio de la soledad. Observé todo a mi alrededor sintiéndome indefensa una vez más, un sentimiento que no había vivido a lo largo de los días y que pensé que había quedado atrás; pero no, estaba aquí conmigo. El miedo ahora era realidad pues era imposible que algo se cayese por sí solo en un lugar donde en todos estos días nada había pasado. Vi a la trampilla, estaba cerrada, y nadie pudo haber bajado por las escalinatas o su crujido me habría alertado, saltarlas era imposible por lo alto y el ruido que haría un cuerpo al caer. Quedé alerta aunque no pasara nada por largos minutos y aunque intentase de estar tranquila y de convencerme que nada pasaba era completamente imposible, ya que pensar lógicamente era peor: lo mínimo que pudo causar que aquello se cayese era una rata, y eso era lo peor que cualquier cosa. Comencé a sentir escozor por todo el cuerpo carcomiéndose por los nervios, me rascaba y acariciaba la piel para apaciguarla mientras con la mirada clavada en el suelo vigilaba y rastreaba cualquier pista que me llevase hacia aquel asqueroso roedor. Recogí las piernas hasta estar sentada sobre ellas y esperé sin dejar de ver al suelo, especialmente hacia el montón de caballetes que inundaban el sótano, pero estaba muy oscuro como para ver más allá.

          Fui por la vela que tenía y traté de encenderla para poder ver qué había bajo los caballetes, y allí estuve hasta que de pronto dejé de ver seguido de un tirón desde el cuello que me tumbó sobre mi espalda y una fuerza me llevó a arrastras fuera de la cama hasta el suelo de piedra. Desconcertada llevé las manos a la cabeza que estaba cubierta por una textura similar a un saco de patatas, alguien había conseguido entrar y cubrir mi rostro, alguien me quería llevar a quién sabe dónde. No hice preguntas, solo me quejé y alcé la voz tratando de pedir ayuda, pero ese alguien cubrió aún más mi boca y me siguió arrastrando hacia las profundidades del sótano entre los caballetes, los sentía rozar mis piernas pero al intentar agarrar uno o tropezarlos con los pies, ya no estaban. En el forcejeo mi cuerpo perdió poco a poco la resistencia y las ganas de luchar, como si mis movimientos fuesen mucho más pesados por más que intentase de moverme y zafarme de sus manos. Había algo en la bolsa, algo muy aromático y fuerte que hacía picar la garganta y molestaba al inhalar. Algo andaba mal, realmente mal; aquello no hizo más que facilitar mi traslado, pudiéndome cargar sin mostrar resistencia ni que fuese un problema más. Sentía los pasos tambaleantes pero constantes y sonidos que parecían disolverse en la nada, solo entonces todo se volvió monótono y distante. Me comencé a sentir mareada y desorientada, ya no sabía si estaba acostada o no y si realmente todo esto estaba pasando.

          Mi cuerpo se sentía pesado y la mente se mantenía ligera, a tal punto que solo mover la cabeza me producía nauseas por no saber dónde estaba y por las variopintas sensaciones que sentía entre el cuerpo y la mente. Mis sentidos solo ayudaban a empeorar la situación, no tenía control sobre ellos, se agudizaban algunas veces y se ausentaban en otras tantas, no obstante entre todo ese caos habían dos que se mantenían en un mismo estado y que podía identificar: siendo la primera mi estado físico, podía sentir mi cuerpo inerte yaciendo sobre una superficie fría y sólida que me impedía mover los brazos y los pies; y la otra era parte de mi percepción, sentía el cuerpo helado, mis labios secos al igual que mi garganta y los ojos fuertemente cerrados con algo que los envolvía hasta la nuca. Darme cuenta de aquello ayudó a que el resto de los sentidos poco a poco fuesen organizándose por sí solos dejando de lado muy lentamente el caos agotador que succionaba la cordura logrando ahora escuchar mi respiración y a los lejos ruidos que, con sutileza, despellejaban el control dejando al desnudo los instintos. A veces identificaba pisadas que luego se confundían con pozas en agua y el agua se volvía en gotas, de gotas a golpes y chirridos metálicos similares a las puertas al cerrar o a las cadenas al agitarse y golpear contra el suelo, y de aquello a sollozos que parecían viajar de un lado al otro. Todo esto me parecía familiar, como si lo hubiese vivido antes de una forma más sutil o quizás fueron historias que alguna vez escuché. Este ambiente era extraño, parecía que todo sonido rebotase de todos lados, y que algo proviniese de todas direcciones, y eso mientras más lo asimilaba, mientras más lo pensaba y lo rebuscaba entre los numerosos recuerdos, más me aproximaba al resultados, hasta que finalmente di con él: un recuerdo que variaba desde hace pocos días, hasta uno con diez a once años de diferencia. Este lugar era como el túnel que va de camino a las ruinas de Florencia, o como meter la cabeza dentro un enorme jarrón de barro y escuchar su profundidad. Era idéntico a lo que una vez me padre me relató una noche al lado de mi cama, entre la luz de las velas observándome acostada bajo la manta para dormir: «aquel lugar era el único donde tus respiros regresaban hacia ti como voces de algo que no podías ver ni sentir, hasta ese momento. Era como despertar bajo tierra, en una cueva a la que nadie se atrevería a bajar ni siquiera a buscarte, y donde la oscuridad consumía tus sentidos. Ese maldito lugar donde el abismo te llamará por tu nombre, es el final de lo que muchos llamarían como vida, y a lo que yo llamo la desolación de piedra». Suspiré una vez más al recordar el porqué el sonido envolvente se había vuelto un temor casi incomprensible desde entonces, especialmente por lo que ocurrió poco después, cuando la niña Agnese metió mi cabeza en un jarrón de barro donde se me quedó atascada hasta que lo rompieron. Ahora todo estaba claro, incluso sabía en dónde me encontraba sin siquiera saberlo en realidad.

          Sentía con la punta de los pies un suelo de piedra gélido y húmedo, al igual que el aire que entraba por la nariz, un aire frío pero viciado. Al hacerlo me di cuenta ya estando más consciente, que mi garganta dolía con solo forzar las cuerdas vocales. No podía hablar ni gritar por más que lo intentara. - Vaya vaya, pero si es Eleonora Francesca Adalberone. – Me dio un vuelco al corazón al escuchar mi nombre completo de forma tan inesperada y siniestra por su tonalidad burlesca de su voz nada apropiada para esta situación tan desconcertante que no hacía más que intensificar mis nervios. Pude identificarla pero no recordaba de dónde, me era muy familiar por aquel tono burlesco, elegante y varonil. Era incapaz de girar el cuello, de siquiera hacer el intento de mover la cabeza, algo la sujetaba y un dolor punzante recorría la columna. – Es una grata sorpresa tenerte por aquí. Debo de admitir que te sobrestimé por aquel semblante tan sumiso y gentil que mostraste esa tarde en la Siena. Parecías trabajadora, callada y obediente, una trabajadora esplendida e inigualable para tu edad, de esas que callan y asienten con la cabeza. Por eso me sorprendió saber que te desanimases tan rápido de esta maravillosa oportunidad que iba a cambiar tu vida para bien. – Ese tono para los monólogos también lo había escuchado antes y por dentro sabía a dónde iba a llegar sin siquiera saber qué quería y a qué se refería, si yo había trabajado todos estos días con solo horas de descanso, no había desaprovechado la oportunidad ni en un solo momento, al menos hasta que supe la trampa que ocultaban estos malditos burgueses. - Ah... así que no sabes lo que ocurre. - Acertó de pronto, al parecer había leído muy bien mis muecas, tal como si lo hubiese expresado con palabras. - Qué típico, te imaginaba más original. Actuar como si no fueses la causante de tantas irregularidades estos últimos seis días faltando al trabajo no te ayudará ahora, niña. Y mucho menos cuando intentas jugar con fuego, ¿qué dices? ¿A qué fuego, dirás? Te refresco la memoria. Varios testigos decían ver pasear por la ciudad a una chica joven y pordiosera pidiendo dinero y revendiendo la comida que le otorgábamos a los trabajadores. ¿Te suena de algo, ah? – No podía decir nada, pero estaba realmente confundida, yo había trabajado todo este tiempo, y mucho menos había intentado algo semejante. De pronto me tomó por la barbilla y la alzó un poco causándome dolor por dentro y por fuera, parecía contemplarme, pero yo no podía devolverle la mirada. - Te daré una oportunidad, solo una. Dime por qué hiciste esto y menospreciaste la gran oferta del gran Lorenzo Médicis, y tendré compasión de ti. ¡Vamos, habla ahora! No querrás que te cuente lo que vendrá sino lo intentas.

          Estaba un poco alterada tragando saliva varias veces y tratando de decir alguna palabra, dolía y debía ignorar cómo la garganta parecía desgarrarse por dentro. - Y-y-yo-o... yo - Las palabras comenzaban a fluir con dificultad intentando de parecer serena ante tantas adversidades. - N-no, no he hecho, hecho nada. Hee-e traba-jado e-en todo, todo este ti-tiemp-po. Pi-pintando cua-cuadros. - La voz me temblaba muchísimo tanto por los nervios como por el dolor dentro y fuera de mi cuello.

          - Y, ¿por qué hacías cuadros, querida niña? Si tu trabajo fue designado y acordado en la catedral, ¿me equivoco? – Esto era un interrogatorio, ahora entendía qué pasaba. Me mantuve en silencio mientras retomaba fuerzas para hablar, y las palabras del guardia retornaban a mí una vez más: «Si faltan al trabajo por razones no anunciadas por la nobleza serán llevados ante el "Magnífico Lorenzo" para así prepararlos para el interrogatorio y de ahí aplicar una penitencia de corrección elegida por los grandes» eso era lo que ocurría ahora, y de hacerlo bien quizás mi castigo sea obviado, pero había un problema: no podía revelar a Agnese ni nuestro trato, ¿qué debería hacer? ¿Asumir la culpa o traicionarla? - Y-yoo, me sen-sentí m-muy mal, la, la altura, n-no podía. Así-que, que hice c-cu-cuadros p-para-a traba-jar yo- Una tos súbita calló mis palabras lastimando aún mas mi herida garganta, no pude hablar más después de aquello me era imposible pronunciar algo más con semejante afección, por ahora. El sujeto soltó mi barbilla dejándome toser quedándose allí frente a mí, pues ni un paso dio después de aquello.

           - Ya veo, ya veo. - Comentó en voz baja tras pasar el ataque de tos. – Todo ha quedado muy claro ahora, y es una lástima que desaprovecharas esta segunda oportunidad. - Traté de hacer el menor ruido posible y quedé expectante ante lo que él tenía que decir. Le había contado todo y resguardado el trato con mi amiga, ¿qué había hecho mal? - Así que eras tú quien vendía los cuadros entre los suburbios, ¿eh? Qué curiosa y pequeña comerciante emprendedora resultaste ser, usando los recursos que prestamos a los artistas por sus servicios. Pensando quizás que nadie se daría cuenta. Una pintura más, una pintura menos, un lienzo gastado, pigmentos vaciados. No importa, "si después de todo la nobleza puede comprar más y más" ¿no es así? - Su tono se volvió muy sarcástico y me estaba dando muy mala espina, algo más había pasado estos días y al parecer yo había dado pistas falsas que necesitaban. Antes mi caso era aislado, ahora parece se entrelazó con otro al que yo no tenía nada que ver. Negué con la cabeza desesperadamente, mientras algo goteaba de entre las comisuras de mis labios. Él solo respondió con una risotada y unas palmaditas sobre mi hombro desnudo bastante suaves de un principio, para luego se volverse rudo hasta el punto de tomarlo en la última palmada y presionarlo tan fuerte que sentía cómo sus uñas me atravesaban la piel. - Aaahh, Eleonora. Te prometo que la pasaremos en grande. - Unos pasos comenzaron a escucharse, pausados, pacientes pero decididos resonando en toda este lugar que parecía no tener salida. - ¡Anda mira! Pero si ya han llegado los "animadores". ¡Oh! Es verdad, no puedes ver. Déjame echarte una mano.

          El hombre se inclinó hacia mí y posó sus manos tras mi nuca, buscando el nudo que sostenía aquello que me aislaba de mi visión. - Ya casi estará. Resiste un poco. - Lo trataba de desajustar mientras movía bruscamente mi cabeza lastimándome con aquello que sujetaba mi cuello, me di cuenta que era algo similar a un collar, algo que hacía presión y que aferraba el cuello a la silla de metal, y presionándome contra eso. En medio de su forcejo y mi lucha por respirar escuchaba pasos que se aproximaban desde algún lado, era complicado ubicar la dirección por aquel sonido envolvente al que no estaba acostumbrada a escuchar, ese "eco" como diría Agnese, que estaba segura que si estuviese conmigo también se sentiría igual, estar amarrada sin poder ver y con un sonido tan errante en semejante y desconocida habitación que parecía tan descomunal, donde varios sonidos iban y venían de todos lados, todos los que antes presenciaba y trataba de relacionar, y ahora estos que por su procedencia y volumen podía intuir que estaban muy cerca de nosotros. El sonido de sus pisadas parecían andar sobre pozas que estaban esparcidas apenas por la habitación, unas más lejos y otras más cerca; algunas veces golpeaban con las puntas del calzado objetos que salían despedidos desde sus pies rebotando sin parar una, otra y otra vez, hasta pasar por más pozas y chocar contra las retiradas paredes que conformaban este cerrado lugar, donde los sonidos eran libres y las personas presas de otras. Solo así me di cuenta que uno de esos pasos se había detenido frente a mí, mientras que a lo lejos una zarandeada y rechinamiento de un algo metálico me hizo entender en dónde me encontraba, sin siquiera verlo ni por un momento, seguido de un golpe estridente que rebotó hasta la profundidad de mis oídos acompañado poco después de un breve chasquido fácil de identificar, tan fácil que me dejó sin aliento: una cerradura y un pestillo. - ¡Listo! ¿Mejor?

          Parpadeé varias veces tratando de enfocar las figuras borras que apenas podía presenciar, y que por un momento me hicieron creer que estaba ciega, amplios matices de manchones negros me rodeaban, siendo el más oscuro la habitación de piedra negra, pues hasta el suelo tenía el mismo tono sin importar que la luz sobre mi cabeza se reflejase en él. Un manchón carmesí llamó mi atención, uno que estaba justo frente a mí, resaltando en lo más alto brillos dorados que se movían con él, como cabellos rubios. - ¿Sabes? Es una verdadera lástima que seas tan escuálida y ausente de pechos. – Despreocupado tocó mi pecho plato, presionando los pequeños bultos que conformaban mis senos, aquellos que cabían con facilidad en su palma y no parecían moverse por más que se esforzase. Los presionaba con fuerza causando dolor, escapándosele de entre los dedos cuando trataba de estirarlos. Gracias a ese tacto brusco y a unas palmadas que sentí en el muslo, muy cerca de las caderas pude percatarme que estaba desnuda ante él. No podía bajar la mirada y solo podía ver mis manos al final de los reposabrazos. - Quién diría que ser joven produciría tal decepción, o quizás no deba echarle toda la culpa a tu edad y solo seas una chica desnutrida, un saco de huesos que nadie quiere, ni más ni menos. Al parecer no va a servir de nada usar esto después de todo. - De la oscuridad se mostró algo curveado que se cerraba y abría haciendo ruidos metálicos. Era una gran pinza roja y caliente al rojo vivo que desgarraría un seno común como mantequilla. Mi vista estaba mejor, por lo que pude ver la figura con claridad algunos segundos. Cerré los puños y contraje los dedos de los pies al igual que muchos músculos de mi cuerpo, no podía moverme, y no sabía qué hacer. - Pero tranquila, ellos se encargarán de arreglar este pequeño problema y darte algo mejor. - Llevé la mirada imprecisa y temblorosa al rostro de aquél hombre vestido de carmesí solo para encontrarme con el rostro que me recibió en las afueras de mi casa en la Siena. Sonreía muy ampliamente, y esta vez, al contrario de la sonrisa que me dedicó esa tarde, esta era asquerosamente sincera. De reojo veía algo más al frente un poco más a mi izquierda, y al tratar de enfocarle me vi cara a cara ante un gran y frío rostro de cuervo pálido con sombrero negro casi tan alto como aquel hombre, de un pico tan largo y grueso que se podía comparar fácilmente a un antebrazo y con la punta afilada y de metal pulido dirigida hacia mis ojos. Sus cuencas negras, enormes y cristalinas reflejaban mi figura desnuda ante la única luz que había en este húmedo y oscuro lugar, con mi rostro estupefacto y paralizado grabado en las que podían ser sus pupilas. A su lado estaba otro bastante retirado de nosotros que no me hubiese percatado de su presencia si no fuera por haber dirigido la mirada al otro ya que se camuflaban bien con las desoladas y negras paredes de este calabozo. Estaba preparando algo que no podía ver por la posición en la que estaba aquel extraño ser y por la rigidez de mi cuello, pero podía escuchar lo que hacía, frotar algo con fuerza contra el metal una y otra vez. Este se detuvo cuando mi mirada se posó en su nuca, y en la misma posición giró la cabeza contemplándome con enormes cuencas rojas como ojos y con su cara negra de un profundo mate. Un calor invasivo estaba siendo bombeado desde el pecho alertando al resto de mi cuerpo a estar atento ante aquellos engendros que parecían vivir entre las sombras, preparándome sin saberlo para algo que iba a pasar. - No te preocupes Eleonora, - La mano del hombre carmesí tomó mi puño cerrado cubriéndolo con facilidad y con una sádica ternura acariciando mis nudillos con su pulgar. - estaré aquí contigo en todo momento. Mientras te cuidan "los redentores del pozo".

          Resollaba y temblaba al mismo tiempo, a veces en orden y en otras volviéndome un caos descontrolado, sudando a tal punto de no dejar agua para mi boca ocasionando que poco después mi lengua se pegase al paladar. Eran los hombres cuervo del bosquejo. El sujeto con rostro de cuervo blanco sacó de entre sus atuendos negros algo similar a un látigo pequeño con espuelas colgando de sus múltiples puntas de metal curveadas como patas de cuervo. El sujeto carmesí se apartó de mí dejando el paso libre hasta mi silla, y al llegar este se quedó estático, observándome fijamente durante prolongados períodos de tiempo en los cuales solo se dedicaba a tensar cada vez más las cuerdas del látigo y tocar una y otra vez las espuelas con la punta de sus dedos cubiertos. Mis ojos no sabían a qué apuntar, si a sus manos forradas de una tela gruesa y negra, o a su rostro pálido de ave muerta con cuencas negras que reflejaba mi rostro demacrado y golpeado. Escuchaba al otro sujeto mover cosas que no se podían identificar y que estaban tiradas frente a la pared, gotas y gotas cayendo desde el techo incesables, una y otra vez, y respiros serenos mostrando un falso sosiego al mezclarse con el ya presente aullido del abismo.

          - Te gusta tomarte tu tiempo, ¿no? - Comentó el hombre carmesí irrumpiendo en el silencio con su escandalosa voz, tratando de apresurar lo que sea que iban a hacer, estaba impaciente; pero aquel sujeto, ese ser extraño que estaba frente a mí absolutamente inmutable, se limitaba a persistir, clavando sus cuencas ausentes de vida en mis ojos en un absoluto silencio. Llegué al punto en que mi mente trataba de hacerme creer que era una estatua, que no haría nada más, que todo estaría bien y que regresaría a casa tranquila y con su figura tatuada en mis recuerdos. Inhalé angustiada y cerré los ojos en busca de un alivio al son del inconsciente ingenuo que negaba la realidad, intentando de no ver hacia aquel horrendo y perturbador ser que ahora tenía en frente y que sin importar que le viese o no, que cerrase los ojos o me tapara la cara, aquella cosa o ser se mantendría conmigo atravesando mi frente o párpados con las cuentas cristalinas y profundas al igual que los pozos de agua en busca de mis ojos.

          - N-noo-o - Gemí escapándose las palabras de los labios hinchados y agrietados que se lastimaban con solo moverlos. Tras escuchar un breve roce llevé la mirada una vez más hacia su rostro y vi que su brazo estaba ya alzado por sobre su cabeza, ese donde empuñaba el látigo. Se detuvo con solo mirarle eternizando mi angustia otros largos minutos más. - Cuando parpadees, será el momento. - Comentó el hombre carmesí seguida de una risotada corta y contundente. Gimoteaba al intentar respirar otra vez, y otra vez, y otra vez, y una vez más, sin saber qué hacer ahora que mis ojos estaban por volverse cristalinos si llegaban a no cerrarse por traición y permanecer así hasta cansarlo, empero, aquello nunca pasaría. Sentía cómo de a poco los ojos comenzaron a molestar secándose la humedad que los recubre haciéndome lagrimear con el escaso viento que oscilaba por los pozos. Mordí mis labios arrancando pellejos de heridas ya abiertas al sentir las lágrimas recorrer las mejillas y que los ojos incitaban a vacilar, amenazando con cerrarse aumentando el peso de los párpados gradualmente. Me estremecí tras un suspiro profundo de angustia y temor, un deje del autocontrol cuando el dolor era notable y las últimas lagrimas estaban activando el reflejo de los ojos, ya era inevitable, no podía hacer nada más. Al cerrarse los apreté al igual que los dientes fortificando mi concentración para soportar el dolor. Y aquel verdugo no tardó ni un momento en golpear el látigo contra mi piel, sin piedad ni miramientos. Clamaba sin palabras al ser golpeada por aquella cosa que afligía un dolor profundo y que cada vez se volvía mayor por los desgarros que causaban el retirar cada gancho rasgando la carne para luego volver a golpear. Ahogaba los gritos que me volvían la garganta en un verdadero infierno ardiente y me obligaba a volver a toser aún más empeorando todo lo que ya estaba pasando, mi cuerpo se resentía por dentro y por fuera. Aquel ser desalmado golpeaba especialmente en los costados y en el pecho, pero a veces los ganchos se desviaban al rostro, a las piernas y los brazos. Los sonidos tanto de golpes como de quejidos se escuchaban como alaridos en este lugar consumido por la agonía y la desolación. Nadie podía hacer nada por mí. Tal y como me lo describió mi padre aquella noche.

          El sujeto dejó de golpearme con el látigo pero no abrí ojos hasta que sentí que se apartaba de mí. El cuerpo parecía palpitarme de dolor como si estuviese envuelta en fuego, mientras que la sangre fluía como lava hirviendo. La mirada nublada volvió al igual que el desconcierto pareciendo que por un momento estaba en el piso o todo estuviese de cabeza a mí. El constante golpeteo de metales se detuvo, y tras dejar un objeto pesado en el suelo nuevas pisadas se encaminaron hacia acá, y esta vez ambas figuras, tanto el hombre carmesí como el engendro del pico blanco se posaron a mi lado como guardias cuyo trabajo era observar a su reina, o como cuervos acechando desde las alturas; el otro hombre con cabeza de cuervo negra era quien caminaba ahora observando con sus cuencas rojas entre las tinieblas, siendo lo único que se destacaba de él en medio de la lobreguez. No sabía qué esperarme, pero ya mi mente se destruía a sí misma con solo imaginar que esto apenas estaba comenzando. Nadie dijo nada pero ya lo sabía, sabía que esto no terminaría aquí. El engendro finalmente fue iluminado por la única luz de la habitación, aquella antorcha que estaba en la pared sobre mi cabeza, y a pasos ligeramente cojos, sin detenerse, llegó hasta mí. Bajé la mirada al ver que algo portaba en sus manos cuando la lumbrera de la antorcha reflectó su luz de vuelta a mi rostro, un objeto alargado de metal que detuvo mi respiros en seco y olvidándome del dolor que se esparcía por dentro y fuera de mi piel, para luego luchar en salir de aquí, braceando y pataleando sin conseguir que las ataduras que me aferraban a esta silla se zafasen ni un poco. Aquel de cuencas escarlata, casi más monstruoso que el anterior, portaba unas tijeras tan enormes y de un filo tan reciente e insuperable que podrían cortar un brazo si tuviesen la fuerza para ello. Sentía nauseas, mareos y dolores punzante atravesándome el pecho hasta los pulmones. Tragué saliva mientras las lágrimas volvían a recorrer el mismo camino que ya conocían por mis mejillas, y comencé a sentir frío en los pies y palmas de las manos que estaban húmedas al igual que algunas zonas de mi cuerpo. Este, se acercó con esas cosas apuntando hacia mi rostro, todo esto sin apartar las cuencas rojizas de mí, mientras que de reojo veía la amarillenta pero impecable sonrisa del hombre carmesí, complacido por lo que veían sus ojos. Desde que le conocí en la Siena pude sentir una enfermiza fijación hacia mí y que se comprobaba con la forma en que me veía y trataba, sabía que le excitaba verme así, era lo que él tanto deseaba. - ¿Qué ocurre, querida? ¿Por qué esos ojos como vajillas? – Sentía que no podía respirar, como si mis pulmones no pudiesen llevar el ritmo acelerado de mi corazón, como si dentro de poco me fuese a desmayar. Quejidos y murmullos comenzaron a salir de mi lastimada boca cada vez más fuertes y claros, al ver cómo abría las tijeras a pocos centímetros de mi nariz y que ese sutil movimiento recorriese su brillo por el resto de mis ojos. – Yo n-no, no he hecho nada malo. He tr-trabajado, he trabajado todos estos dí-días, n-no ¡ Yo nooo! - Mi voz se quebró seguido de un llanto frenético y doloroso. El sujeto con las tijeras las retiró del frente para posarlas esta vez sobre el puño de mi diestra, afincando cruelmente la punta sobre la carne. Mis dedos ya estaban escondidos bajo la palma desde hace rato, y ahora se estaban cerrando tanto que las uñas me herían la piel. - ¡Noo! ¡Con ella pinto y trabajo! ¡La diestra no! ¡¡LA DIESTRA NO!! – La tos volvió una vez más salpicando esta vez mis muslos con sangre, mientras que un poco más resbalaba por las comisuras de mis labios mezclados con saliva, no pude hablar más. El hombre carmesí cubrió mi boca finalmente con una prenda empapada mientras gimoteaba convirtiendo así mis lamentos en jadeos silenciosos e igual de sonoros y mucho más agobiantes que antes. Al presionarla contra el paladar y contra la lengua pude saborear una horrenda mezcla entre vinagre y alcohol, uno tan concentrado y fuerte que al escaparse por sí solo a la garganta ya causaba arcadas y aumento en la tos. Cada trago era horrible y cuando no podía hacer más lo dejaba escapar rebosando por las comisuras de mis labios. El hombre carmesí lo volvió a empapar y así continuar causando daños a las heridas que desconocía en el interior de mi garganta.

          El hombre carmesí, satisfecho tomó mi diestra y con fuerza obligó a que mi sudado y tembloroso puño intentase de abrirse. - Colabora Eleonora, o él se hartará de esperar y te cortará toda la mano. - Negaba con la cabeza jipiando y presionando los ojos con todas mis fuerza, mientras lentamente abría la mano, la cual fue recibida de inmediato por el filo inferior de la tijera bajo el índice y el anular, justo en los nudillos. Eso me destrozó los nervios, sollozaba descontrolada siendo víctima de múltiples reacciones que era incapaz de controlar, sofocándome con el líquido y estremeciéndome en la silla que me atrapaba en esta pesadilla. Ya había perdido el control absoluto de mi cuerpo. Había llegado al límite de mi cordura. Sentía el sudor recubriéndome, pasando por las múltiples heridas combinándose con la sangre y aumentando el dolor de las mismas y resbalándose por el rostro mezclándose con las lágrimas y junto con la baba y los mocos que deslizaban desde los labios hasta la barbilla volviendo mi apariencia mucho más vergonzosa y miserable de lo que ya era. Noté que el hombre con las tijeras se apartó un poco de la silla al igual que el hombre carmesí sobresaltándose de repente, el otro se mantuvo en su sitio, viendo como un calor húmedo se esparcía desde mi cadera hasta las piernas, hasta rebosarse por los bordes goteando casi a chorros y empapado por completo mis tobillos y pies. – ¡Eleonora, por favor, niña! ¡Mantén la compostura como una señorita, arg! - Se quejó asqueado, pero yo solo podía sentir mi cuerpo estremecerse entre violentos temblores y llantos sofocados por el trapo húmedo que cubría mi boca. Sentí una mano adicional acariciando mi diestra. Era el sujeto con pico negro y cuencas rojas que se volvía a incorporar a su posición, el portador de las tijeras. – Tiene hermosas manos, ¿verdad? Dignas de una artista. Debes estar contento en que serás tú quien acabará con su belleza. ¡Ah, y por cierto, Eleonora! - Apartó las tijeras de mi mano, y tronó sus dedos cuyo sonido rebotó por toda la habitación. El sujeto de cuencas negras y pico blanco se alejó y fue hacia donde le señalaba el hombre carmesí. Fue lentamente hacia allá, tomándose su tiempo. - Antes de proseguir, que, sé que será imposible que puedas concentrarte y leer después de nuestra sesión; quisiera mostrarte algo que te encantará. - El sujeto volvió portando un pergamino y una pequeña vela para aumentar su legibilidad, y lo abrió frente a mis ojos acercando el papiro lo suficiente como para poder ver aún con las lágrimas cubriendo mis ojos; era la lista de asistencia, y mi nombre solo tenía dos marcas, la misma que agregaron cuando asistí y la otra, en el día prometido por Agnese, las demás estaban en blanco contrastando con la puntuabiliodad de los demás trabajadores. El nombre de Emilio estaba allí también, un poco más abajo del mío, solo pude localizarlo porque llamó mi atención la única marca que tenía de asistencia. Sin embargo, y volviendo a mi caso, Agnese no regresó al trabajo en la catedral después del día prometido, me había mentido. Ahora entendía su silencio, el por qué no mencionada nada de sus días y el motivo de estar tan apagada y distante en comparación a otros días. - Debía decirte que ya sabíamos que habías faltado y solo queríamos saber qué estuviste haciendo. Creo que hemos sido muy pacientes contigo, esperando tantos días para que te reincorporases, ¿no crees? – Esto solo me hacía sentir peor, traicionada y abandonada aquí como un trapo usado en manos de este loco, y de estos dos "engendros" del pozo. – Ahora, ya que terminamos con el papeleo, - El "engendro" portador del pergamino sacudió la vela apagándola y recogió la lista para dejarla de nuevo en algún lugar de entre tanta oscuridad. - prosigamos por dónde íbamos entonces, ¿vale? - Al escuchar las tijeras abrir de nuevo fue suficiente para volver de nuevo a la agonía. Una vez más las tijeras fueron ubicadas bajo el dedo índice y anular, muy suavemente. - Seré amable, querida, - Acarició mi rostro empapado y pellizco la mejilla con todas sus fuerza. - contaré hasta diez ¿sí? Después de todo, es tú primera vez, y los tres tenemos que ser amables contigo. – Negaba con la cabeza, enloquecida, agitada, tratando de mover las manos pero no podía cerrar de nuevo el puño, pues, estaba firmemente sujetado por ellos, mientras tanto iniciaba la cuenta regresiva muy lentamente. Él sonreía al ver mi desesperación, al verme llorar y sufrir sin siquiera haber pasado el número diez: la forma más primitiva del pánico y la desesperanza, demostrado con temblores y sudoración excesiva la fragilidad de la mente y el cuerpo. – ¡No tiembles tanto! ¡¿No ves que te pueden cortar más dedos por accidente?! O quizás toda tu mano ¿por qué no? – Se detuvo en siete solo para decirme eso, para luego proseguir desde el cuatro.

          Ahogué lamentos entre lloriqueos y cerré los ojos con todas mis fuerzas, casi comparable con el trapo con vinagre y alcohol que mordía justo en el momento en que el filo tanteaba mi piel por ambos lados presionando sutilmente los huesos con su filo justo cuando pronunció el "uno". No ocurrió nada, pero el filo seguí allí, apretando y soltando solo un poco, y aumentando de manera gradual, no sabía cuando los iban a cortar y así se prolongó la espera durante largos y contados segundos, llegando incluso a varios minutos. Desconcertada pero temerosa abrí los ojos temblorosos solo para ver los tres rostros frente al mío contemplándome a más no poder, y él, que portaba en esta ocasión un traje carmesí, me mostraba orgulloso todas sus piezas de marfil, engullendo mis opacos iris en sus grandes lagos circulares de cristal celeste, mientras que los otros con cuencas enormes en lugar de ojos parecían absorber mi alma al solo ver mi reflejo en el vacío. Escuché las tijeras cerrarse seguido de una presión en la mano. Fue rápido, inesperado y tan violento que no sentí más que eso. Atónita enfoqué a mis dedos los cuales se vestían de rojo lentamente, salpicando incluso en las tijeras que apenas se separaban de mi. Ahogué un grito de impresión sin creer lo que había pasado, comenzando a sentir el dolor punzante tras comprender que ya me faltaban dos dedos y que ya solo quedaba una herida abierta a carne viva. El engendro de cuencas rojas y rostro negro tomó mi mano y la cubrió de un paño empapado que apestaba a alcohol y vinagre que con solo tocar la carne sentía que la quemaba por dentro y por fuera. El dolor se hizo insoportable de inmediato, no solo por el trapo empapado que se teñía de rojo, sino por los nervios, tendones y huesos que se resentían ante el filo que arrasó con todo a su paso. Esto solo era un repudiable círculo vicioso, intentaba tomar aire entre la tos y los sollozos al restregar el trapo húmedo no solo por la herida de la mano, sino por los múltiples desgarros que se esparcían por el torso y las piernas. De pronto el otro ser, el de pico blanco, tomó mis dedos tirados en el suelo y los metió en un saco de bolsillo. – Tranquila, - El hombre carmesí volvió a "consolarme" con su sarcasmo y a reconfortarme en su sadismo. Acarició mi sudado y magullado rostro con su mano ensangrentada por mí. No podía sentir calma, y menos con ellos en frente. - que aún están comenzando.

          Sin perder tiempo el del pico blanco sacó de sus prendas una aguja curva como garra de ave la cual pasó por un paño de alcohol para desinfectarla para luego proseguir y posarla sobre el fuego de la vela, observando cómo poco a poco se pintaba de rojo, sabía lo que iba a hacer y no era tranquilizador. Sin embargo, impaciente, el otro, el portados de las tijeras curvas, se agachó frente a mí y limpió mis piernas y tobillos con el mismo trapo sucio de sangre librándolas de la orina que las recubría, hasta quedar limpios, casi impecables y sin dejar que pisasen de nuevo en el suelo húmedo, tomó de nuevo las tijeras, y las posó bajo los mismos dedos en el pie izquierdo. Yo ya no podía más, ya no podía soportarlo más. Agobiada traté de de resistir el resto de las torturas, que repetían los mismos procedimientos que con la mano, pero mis ánimos sucumbieron por completo. No podía hacer nada, y por más que intentase gritar nadie vendría a por mí, ni siquiera Agnese lo haría. Ya no tenía fuerzas de nada, solo de seguir luchando y tratar de no desmayar, mi más grande temor era imaginar lo que estos harían si perdía la consciencia. Y lo peor, es que estaba segura que hubiese sido peor si tan solo fuese una mujer de grandes senos.

          Al verme tan apagada ante el conteo regresivo, el hombre de carmesí empezó a golpearme para que sufriese más, pero no podía, estaba en un estado en que volvía a ver nublado. Me golpeaban en el abdomen y a veces en el rostro, pero ya solo de mis labios salían quejidos ahogados y débiles. - Córtale los dedos y acabemos con esto, pero también corta otro más, el del medio. - No sentí más que otra una presión rápida pero más dolorosa que la anterior, porque a diferencia de aquella vez ahora estaba alerta y sabía que lo harían pronto. Sin demora, la aguja incandescente pasó por mi piel quemando la carne tras coser las heridas que estaban abierta y no solo la de mis extremidades que fueron las primeras que atendió el cuervo blanco, sino que adicionalmente también cosió aquellas que no podía ver que cubrían la mayor parte de mi torso. El hombre carmesí, incansable, me tomó por la barbilla muy suavemente cuando terminaron de coserme y viendo a mis ojos de mirada borrosa y apagada por el peso de mis párpados me murmuró muy de cerca cuando las malditas aves se apartaron de mí limpiando sus herramientas. – Escúchame bien, niña: te gustaba "pintar" ¿verdad? Jeje, de ser así, pongamos a prueba tu talento y con tu nueva mano digna de una profesional: tienes cinco días a partir de mañana para terminar diez cuadros. ¿Me entiendes? Diez grandes y gloriosos cuadros. ¿Y sabes lo que pasará si no lo logras? Nos encontraremos aquí una vez más y entonces, repetiremos esto otra vez y durante más tiempo, pero con toda tu preciosa diestra, quizás así aprecies el arte al aprender a pintar con la zurda otros diez cuadros. ¿Te parece? ¿Te gusta la propuesta? – Me negué con la cabeza y el cuello adolorido se resintió ante tal movimiento brusco. - ¡Escúchame primero, perra! – Recibí otra bofetada cuyo estruendo hizo voltear a los engendros del pozo. Sin embargo de mis labios no salió ninguna queja, esto no dolía tanto en comparación a mis heridas. – Queda poco óleo en los almacenes, y ¿adivina quién tiene la culpa? Y más te vale que uses lo necesario o menos. De todos modos tienes una salvadora, la señorita Agnese Olivietti dijo que compró lo necesario para ambas el día en que nos conocimos, lo recuerdas ¿no es así? Pero una cosa te voy a decir, y espero que me escuches con atención: - Giró mi rostro muy bruscamente hacia él tronando varias vertebras del cuello causándome mucho dolor, especialmente por estar en la misma posición por quien sabe cuánto tiempo. - Ni se te ocurra contarle esto a alguien, ¡a nadie! Ni siquiera a tu amiga. Porque te juro que seré el primero en saberlo, y de ser así, mi niña querida, joven, escuálida, miserable y guarra Eleonora, - Sus ojos claros parecían estacas de hielo, de esas que cuelgan del techo en invierno apuntando directo a mis ojos, sin ser capaz de apartar la mirada - descubrirás lo que hay dentro de los sacos.


          Volteé lentamente hacia el cuervo de cuencas negras cuyos pasos se aproximaban a mí, arrastrado algo que parecía producir varios chillidos al unísono. Sentía que me iba a desmayar. «No, eso no, ¡por favor! ¡¡ESO NO!!» No podía hablar sin embargo mi voz resonó dentro de mi cabeza casi tan vívido que creí escucharme de verdad. A una distancia prudente ese verdugo alzó el saco, pudiendo ver cómo se movían millones de bultos por dentro, chillando y chillando miles y miles de escorias con patas. Miles de ratas negras. El hombre vestido de elegante carmesí se acercó para susurrarme al oído una frase que por sí sola me estremeció. – Y eso no será todo. Llenaré tus cosas con pulgas, y las enviaremos a tus padres. Pulgas cosechadas por estas plagas inmundas. - La imagen del hombre enfermo tendido en la cama volvió a mi cabeza, haciendo que mi corazón se detuviese por un momento y mis ojos se abriesen como huevos volviendo una vez más varios días en el pasado; ese sentimiento que sentí esa noche al ver a ese hombre, y aquellas palabras que me dedicó con su voz ausentes: «No creas ni una palabra», ahora lo entendía a carne propia, algo ocurría tras todo este trabajo lleno de mentiras y falsas esperanzas, algo que no pude entender cuando leí sus labios. Volví a quejarme y negar con la cabeza a pesar que los músculos del cuello me doliesen, no deseaba que le pasase lo mismo a mis padres. Él sonrió complacido, reflejando el fruto de su crueldad en sus grandes dientes al contemplar y tocar mi cuerpo adolorido por completo, de arriba abajo y cada rincón, maravillado y apartando el sudor que goteaba desde el rostro hasta los rincones más inhóspitos. Era como si yo fuese su trofeo viviente más preciado, o alguien que quisiera dañar y tener a la vez. No era capaz de comprenderlo. – Así me gusta. Dulces sueños, señorita Adalberone. Nos vemos en cinco días y veremos si mereces otra corrección. – Un golpe en la boca del estómago me privó de toda reacción y aliento cortando la respiración súbitamente, seguido de otro más. Sentía que me iba a caer de la silla, pero estaba amarrada a ella. Vi por última vez el maldito rostro de ese hombre, cuyas muecas guardaré para siempre con rencor y repetiré entre maldiciones.

Los Redentores del Pozo - Capítulo 2

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CAPÍTULO II
El florín de sangre



No me acostumbraba al olor a humedad, me veía caminando entre aguas bajas que apenas enfriaban mis tobillos, dentro de un túnel de piedra apenas iluminado por algunas grietas y troneras donde se asomaban enredaderas. Allí las voces del fondo eran arrastradas hasta mí por el flujo del agua, como si este fuera una vía de escape hacia algún lugar, como un río, o un amplio mar que guía a sus marineros, como una de esas historias de papá. Ese olor penetrante y ese sonido envolvente hizo que quedase paralizada viendo a la oscuridad, escuchando una y otra vez las voces que se disipaban con el flujo del agua, cerré los ojos y escuché mejor antes de dar un paso más.

          - Sí, comprendo. Yo igual acepté el trabajo para ayudar a mis familiares, ya no había dinero en casa…- Era la voz de Agnese que sonaba cada vez más fuerte, hablaba con alguien más. Mi cuerpo siguió a mi mente y con ellos el resto de mis sentidos, sintiendo ahora el suelo frío a un costado de mi cuerpo. Me había dormido, ahora todo tenía sentido. - ¿De verdad esto es un buen trabajo? ¿Envían el pago a los familiares? - La persona con la que hablaba le respondió, era un hombre cuya voz ronca y ausente de viveza revelaba su edad. Recordé de aquel hombre que dormía y que otros temían despertar. - Ya veo, entonces es seguro. - Le respondieron afirmativamente, y continuó explicándole. Presté atención aunque las voces se escucharan lejanas. Él decía que el único problema era que los trabajos asignados eran muy duros, tanto que muchos no resistían la presión. <<¿Qué sería tan duro como para que algunos decidieran regresar a casa?>> Me pregunté regresando a mi lucidez manteniéndome en un completo silencio, como si aún durmiese. Pero la conversación fue interrumpida por unos golpes en la puerta. - ¡Han de ser ellos! - Exclamó impaciente el señor - Rápido, despierta a tu amiga. Es hora de trabajar. - Escuché cómo se cerró la trampilla seguido de los pasos apresurados de Agnese al bajar las escalinatas de madera a toda velocidad. Abrí los ojos, encontrándome en medio de la oscuridad, las velas se habían apagado pero ella regresaba con una mejor. - Estabas muerta, Eleo. - Bromeó mientras reía por lo bajo ayudándome a levantar y a mantenerme en pie. - Te veías tan linda durmiendo que no quise despertarte. Pero vamos, ya nos llaman a trabajar. - Sin dar explicación y sin abrir la boca apresuramos el paso hacia el piso superior, hacia el comedor. 

De camino a las escalinatas de madera escuchábamos cómo rechinaba la pesada puerta de la entrada que lentamente se abría, dejando pasar el resplandor de la mañana que incluso sin problemas ingresaba entre las tablas de madera que separaban el sótano del comedor, dejando un rocío de luz fluyendo en medio de la penumbra, como cortinas divinas. Era hermoso de ver estando allí, contemplar cómo la luz bañaba las obras abandonadas por su autor. Escuchamos nuestros nombres combinando la voz con el crujido de la madera de las escalinatas al posar nuestros pies; habían regresado a por nosotras y una vez estemos arriba se decidiría todo lo que estaba preparado desde el principio. Abrimos la trampilla y una por una fuimos saliendo hacia el cegadores rayos de la mañana, en presencia de la figura opaca de un hombre de espaldas a semejante luz y frente a nosotras pacientemente de pie al otro lado de la entrada, el cual se dispuso a anotar algo en el pergamino que llevaba en la mano al vernos caminar hacia él. Le observaba con detenimiento al escribir y al devolvernos la mirada para luego iniciar el monólogo que echaría a la suerte nuestro destino. Primero nombró a Agnese, quien debía realizar cuadros en lienzo al igual que a muchos que nombró después, mientras que a mí me tocaba ir con otros cuantos a la catedral más grande de Florencia, aquella que sin problemas se podía ver desde cualquier lugar de la ciudad, supuestamente, por su descomunal altura incluso similar a la del castillo. Comencé a dudar si tanto recalco de su altura era una indicación o una advertencia.

Pregunté sobre mi trabajo, tratando de asimilar lo que me habían querido decir, él, por su parte, me explicó con serenidad pero sin empatía; la catedral necesitaba una remodelación ya que no había sido tocada tras su construcción, y ahora tendríamos que pintar todo su interior en escenas religiosas y divinas dignas de cuadros. Alcé las cejas sin decir o hacer nada más viendo su rostro sin siquiera verle realmente, era una completa locura. El guardia, por las buenas, me dio el paso para que saliese de la casa junto con otro hombre que vivía bajo nuestro techo y que no había visto antes, para encaminarnos hacia la monstruosa estructura que realmente era tan inmensa que en efecto, podía ver su campanario desde aquí con los ojos entreabiertos por la lastimosa luz del sol. Era como ver un lobo en medio del sendero que llevaba a casa y no saber qué hacer y cómo reaccionar; eso sentía ahora mismo.  

Fuimos llevados por el guardia por otro camino completamente diferente al que tomamos anoche, pasando por muchas calles hasta llegar a un terreno baldío con un sendero improvisadas entre la tierra, dentro del propio acantilado que dividía esta zona con la verdadera Florencia. El ascenso parecía peligroso y al caminar evitaba ver al suelo, pero de reojo veía la forma de las casas a varios metros abajo de mí. Cada vez estábamos más altos del suelo y un resbalón sería el último. Alcé la mirada lastimando mis ojos que aun estaban acostumbrados a la oscuridad solo para ver lo que faltaba del serpenteante sendero, "la senda de la serpiente" como le decía el hombre que caminaba a mi lado.  Veía a algunas personas a varios metros sobre nosotros acercándose a los bordes del acantilado en el final de este desolado y discreto camino que quizás solo nosotros conocíamos. El trayecto era muy agotador por lo empinado que era y alteraba los nervios con solo saber que estabas a centímetros de caer. El hombre con el que estaba, cuyo nombre no logré escuchar, inició una conversación a mitad del ascenso preguntándome cosas básicas para conocerme mejor. Le expliqué algunas cosas, como por ejemplo de dónde provenía y cómo fue el trayecto para llegar hasta aquí, pero ignoré otras e hice como si no las hubiese escuchado. Él me explicó que aquella catedral fue terminada a principios de este siglo y los Médicis estaban planeando una remodelación, mejorarla con relieves, llenarla de pinturas hermosas y colocar vitrales de colores hermosas, y por eso quizás fueron a buscar más candidatos de la Siena y de otros lugares para empezar esta y otras labores; sin embargo, el dato más curioso que reveló era que este camino: "la senda de la serpiente" era un entrenamiento para aquellos que sean designados trabajar en las alturas. Con un rotundo suspiro respondí a sus comentarios seguido de una mirada preocupada enfocada al suelo. Agradecía su intención de calmar mis ánimos y de hacerme sentir mejor  y capaz de todo en una conversación tan amena, pero él no comprendía lo que sentía, me estaba preocupando muchísimo el trabajo que me esperaba una vez que este sendero acabase.  

Desde entonces mi percepción del tiempo se alteró sin saber por qué, vi que todo pasaba más rápido de lo que debería y en un abrir y cerrar de ojos volvíamos a las hermosas calles de Florencia para unirnos y mezclarnos con la muchedumbre en frente de la majestuosa y gigantesca catedral. Allí a la espera de que los guardias nos llamasen por nuestros nombres, la gente hablaba entre sí, unos entusiasmados, otros extraviados preguntando qué se tendría que hacer allí dentro, y otros al igual que yo, preocupados por lo que fuera a pasar allí. Cubrí mi boca con la mano mientras alzaba la cabeza contemplando y comprobando la altura de semejante monstruo de piedra que parecía consumir mis miedos para volverlos realidad. No podía creer lo que veía y mucho menos que fuese yo quien estaría allí dentro, ha de ser impresionante entrar si ya por fuera su rojiza cúpula era el cuádruple de grande que cualquiera de las casas y negocios que nos rodeaban. 

- ¡Ey! Eres Eleonora, ¿no? - El sujeto que me acompañaba me dio unas palmaditas en el hombro para llamar mi atención. Desconcertada volteé a verle. - Te están llamando, niña. Apresúrate o tacharán tu nombre como ausente.

El corazón me comenzó a latir con mucha fuerza casi saliéndose de mi pecho. El hombre señaló a los guardias que me llamaban al ver que estaba perdida volteando a todos lados buscándolos entre tanta multitud, y luego de darme un empujoncito comencé a caminar siguiendo el ritmo de otros que también habían llamado, eran varios guardias con pergaminos. Mis pies se sentían pesados haciendo que la simple tarea de caminar hasta ellos fuese más complicada para mí de lo que creía. El ruido de la gente murmurando, vociferando y pululando pasó a un segundo plano a conglomerándose en un estruendoso caos dentro de mi cabeza acompañando los desesperantes palpitaciones de mi pecho. Finalmente, me presenté ante los hombres de armadura quienes me observaban desde arriba, desde su pronunciada estatura. El portador del pergamino tras un movimiento sutil con la pluma sentenció: – Eleonora Adalberone, pintora. Tendrás que pintar el mural que se está iniciando ahora mismo. - para luego otro proseguir - Los designados a trabajar dentro de la catedral solo podrán descansar cuando les sea anunciado el permiso. Cumplir el horario de trabajo por un día equivale a un florín… pero si son pillados descansando en el horario laboral, su sueldo será descontado por tres días. Si faltan al trabajo por razones no anunciadas por la nobleza serán llevados ante el "Magnífico Lorenzo" para así prepararlos para el interrogatorio y de ahí aplicar una penitencia de corrección elegida por los grandes. Tomen en cuenta las advertencias en todo momento y trabajen hasta que les sea otorgado el descanso. Si no hay ninguna duda, pueden pasar.

Los guardias se retiraron de la entrada permitiendo mi paso junto con el de otros que habían llamado también. Fui la más lenta en entrar, pues con pasos pausado observaba con una mezcla de temor y fascinación todo lo que pude ver tras cruzar la pesada puerta tachonada de madera sólida. Al otro lado tuve que agachas la cabeza solo un poco, pasando por abajo de una plataforma de madera en donde varias personas trataban de comenzar el vitral circular que estaba sobre la entrada, mientras que otros trataban de perfeccionar un relieve. A los lados otras plataformas estaban dispuestas haciendo labores similares con guardias abajo observando y organizando a los trabajadores. Ellos hicieron señas para que continuase más adentro hasta lo que parecía ser el centro, el mural no parecía estar por aquí. El suelo era liso, casi resbaladizo donde podía contemplar el reflejo de mis piernas y bajo mis faldas, aunque no era mucho el detalle por la ausente luz del pasillo enorme que llevaba hacia la siguiente zona de trabajo. A los lados se alzaban enormes pilares tallados sosteniendo un techo curvo que vista desde abajo daba una sensación extraña de profundidad. No sabía explicarlo bien, quizás porque mi mente no estaba funcionando como debería. Al frente, tras el largo recorrido que faltaba, se alzaban estructuras monumentales de madera con puntos luminiscentes que se movían de un lado al otro, eran candelabros llevados por los trabajadores tratando de iluminar las paredes. Las plataformas de madera se alzaban hasta lo que parecía la gran cúpula que antes había visto y continuaba más allá de lo podían ver mis ojos. Al acercarme lo suficiente pude comprobarlo y descubrir a la vez algo que me heló la sangre: podía ver partes pintadas en las paredes de la cúpula apenas empezadas y planchas de madera suspendidas por cuerdas que las hacía ascender y descender con la ayuda de otros ubicados en las partes superiores de la torre que ayudaban a ajustarlas y a prepararlas. Estas no tenían barandillas eran solo unas simples planchas de madera rectangular ¡con cuatro simples cuerdas! Esto no podía ser cierto. Allí se encontraban pocas personas, pues la mayoría yacía en el suelo, preparando las cosas para ascender. Los otros trabajadores, aquellos que escalaban y subían por las laberínticas escaleras de la torre de madera, se dirigían a lo alto donde se sostenían las planchas. Allí, mucho más arriba tocaba pintar y colocar los vitrales. Todos los trabajos allí eran horribles para mí, no sabía qué elegir.

Sequé el sudor de mi frente con la manga, y suspiré escuchándose más fuerte de lo que esperaba. – ¡Tú, niña! – Alzó la voz uno de los guardias a varios metros de distancia ubicado en los primeros pisos de la torre. - Necesitamos más personas en las planchas y tú eres ligera, así que ¡rápido! ¡A trabajar! - Señaló hacia una plancha de madera que aún no era suspendida junto al frente del camino y con solo dos personas sobre ella que trataban de acomodar bien las pinturas para que no se cayesen en el ascenso. Los pasos se hicieron más pesados que antes al igual que mis respiros que poco a poco se volvían jadeos, tratando de llevar un poco más de aire a mi sofocado pecho. Me paré frente a la plancha pero mis pies no podían subir a ella, los hombres me observaban intrigados e impacientes, esperando a que subiera, pero no podía. - ¡DIJE, RÁPIDO! - Miré al guardia que no apartaba la mirada de mí, y al ver que no hacía nada se dispuso a buscar el camino para bajar. Iba a por mí. Los hombres que estaban allí se apresuraron y me subieron a la plancha a la fuerza, quizás para así calmar los ánimos alterados del guardia y protegerme o quizás porque también su trabajo estaba en juego. Una vez sobre la plancha dieron las indicaciones para subir; yo estaba paralizada.

La plancha comenzó a moverse y a tambalearse cuando apenas se separó del suelo, me arrodillé y traté de sostenerme como podía con manos alejándome todo lo posible de los bordes, casi no me respondía el cuerpo, temía que se tambalease otra vez. Me sentí como si estuviese montada sobre un árbol y ahí mi mente comenzó a recordarlo todo con imágenes fugaces que bombardeaban mis ojos. Me veía de niña sobre un árbol, uno de las ramas gruesas y altas, mientras que observaba con mirada borrosa el cuerpo inerte de un niño que había caído de allí, el mismo niño del lago, junto a una rama a su lado. Me cuenta que la rama en la que yo estaba rota a pocos centímetros de mí y él al parecer estaba sentado a mi lado. Gritaba su nombre y también pedía ayuda para ambos, tratando y queriendo bajar de allí sin saber cómo, pues estaba paralizada de miedo. Las lágrimas brotaban y me costaba respirar por la nariz. 

         - ¿Estás bien? - Una mano en la espalda me estremeció, espabilando y dándome cuenta de nuevo en dónde estaba. Las lágrimas seguían cayendo, humedeciendo la madera. - Debes mantener la compostura aquí arriba o todos vamos a tener problemas. Venga, te vamos a ayudar si cooperas. Toma el pincel y ayúdanos también a pintar. Tenemos mucho por hacer. - Me tomó de la mano y me ayudó a despegarlas de la madera, él estaba de pie como si nada al contrario de mis rodillas  que no respondían. - Vale, vale. Mejor quédate así, solo trata de tener cuidado. - El hombre me soltó dejándome para volver a trabajar, tomo el pincel y comenzó a pintar en la pared de la cúpula. El compañero ya estaba en ello observándome de vez en cuando de reojo. Se veían los años en sus rostros, como si hubiesen hecho esto antes. Inhalé de forma interrumpida por los espasmos, tratando de calmarme y tomé el pincel que estaba en el suelo, lo remojé en la pintura y me giré hasta el borde, a donde tenía que pintar, donde habían varios centímetros de separación de la tabla a la pared sintiendo el borde en la punta de los dedos de la zurda. Tragué saliva tratando de ignorarlo y sin ver hasta abajo, tratando de imaginarme que estaba arrodillada sobre una mesa y frente a un lienzo, que no estaba suspendida en medio del vacío. Cerré los ojos y recé mentalmente en medio de la desesperación mientras mi cuerpo se estremecía, temblaba como si estuviese desnuda en medio del invierno. De mis mejillas aun resbalaban gotas que lentamente se volvían frías por el viento que se colaba por las ventanas sin cristales. – ¡Mejora ese pulso, niña! – Reclamó por lo bajo pero con carácter el hombres no me había hablado y que no se había inmutado ante la situación. Abrí los ojos y me di cuenta de lo que había hecho, solo manchas de color en donde debería de haber un cuerpo. El miedo sería el autor de mis obras. – Si los guardias se dan cuenta de tu incompetencia no te veremos más por aquí. Intenta de calmarte un poco. - No podía responder, la voz no me salía. Pero no podía estar tranquila, y menos cuando trataba de ignorar en dónde me encontraba. No podía, realmente no podía. Todo esto me superaba. Quiero ir a casa.

Durante toda una eternidad estuve tratando de trabajar, cuando me calmaba e intentaba de continuar, mi mano se paralizaba a las pocas pinceladas. Los hombres discutían por lo bajo por mi poco rendimiento, uno tratando de entrar en razón al otro, mientras que yo solo me limitaba a intentar de superar esta pesadilla. En medio de la jornada cuando ya casi lo lograba, pues no habían bajado la plancha desde que llegué y mi mente al parecer se acostumbró a ello, escuchamos unos gritos de exclamación seguido de estruendosos golpes y un sonido muy característico a aquel recuerdo, un "crash" tan sonoro que puso los pelos de punta. Reclamos, preguntas, exclamaciones y garabatos se escuchaban, tantos que el hombre "inmutable" pareció sorprenderse por lo que había pasado. Ninguno dijo nada pero me veían de reojo y yo a ellos, mientras que realmente veía mi mano paralizada en la pared. Había ocurrido un accidente con una de las planchas al otro lado de la torre y habían caído hasta estrellarse contra el suelo de mármol. Cerré los ojos y notaba cómo mi respiración se alteraba tanto que al inhalar me dolía el pecho. - ¡SIGAN TRABAJANDO! - Exclamó el guardia desde abajo a la vez que escuchaba el paso de varios corriendo hacia el accidente desde el pasillo. El resto de las horas fue un infierno para mí. Pudiendo pintar en períodos entrecortados, paralizándome cada vez que se tambaleaba la plancha de madera por movimientos leves de mis compañeros, y cuando esta ascendía o descendía de nivel cuando se terminaba una sección del mural.

- ¡Descanso! – Anunció el guardia a final del turno en mitad de la tarde tras largas horas de trabajo riesgoso y con mi mente vuelta añicos. Los guardias ayudaron a bajar las planchas por medio de las cuerdas mientras esperaban a que los pintores de la torres bajasen por las escaleras. – El próximo turno será en últimas horas de la madrugada ¡No se admiten retrasos! Ahora a moverse, ¡largo de aquí o trabajarán también el turno nocturno! – Salí de la plancha aliviada de tocar el suelo otra vez y caminé tambaleante hasta la salida, esquivando a otros que estaban más apresurados y cuerdos que yo, y los que estaban tratando de entrar para iniciar su jornada. No quería volver aquí otra vez

Al salir y recibir los rastros del sol me propuse a regresar a "mi hogar", tratando de seguir a otros que ya sabían el camino de vuelta. – Sabía que este trabajo era demasiado bueno para ser verdad. – Musitaba por el camino viendo la dorada moneda en la palma de mi mano. Este era el florín más valioso que había ganado en toda mi vida, uno que quizás no gaste nunca. Tomé mi tiempo para bajar por la senda de la serpiente sin mirar abajo y pegada a las altas paredes de tierra y piedra para luego, al llegar abajo, tratar de ubicar mi hogar, que a pesar de no ser la casa de mis padres era, sin dudas, lo más hogareño que podía tener. Especialmente después de semejante experiencia.

Olía a comida y una mujer de edad similar a la de mi madre frente a la hornilla. Preparaba algo, pero no podía ver qué. Quizás sopa. - Oh, hola cariño. De seguro eres Eleonora, ¿me equivoco? - Me limité a afirmar con la cabeza cuando volteó a verme. - Eres justo como me dijo Agnese, que chica tan linda. Me recuerdas mucho a mi pequeña Cerelia, aunque ella no podía hablar de verdad. - Suspiró nostálgica observando su preparación y echando condimentos. Bajé la mirada, no sabía su historia y no quería hacer preguntas indebidas. Solo me dispuse a caminar hacia la trampilla. - Agnese está abajo, te espera. Las llamaré cuando la comida esté lista.

Noté que colgaba cerca de la trampilla una lámpara de aceite de forma que no se chorrease. Era extraño, juraría que no estaba allí anoche, o quizás estaba muy cansada para verla. La tomé, la encendí, abrí la trampilla y bajé a mis aposentos aunque fuese incómodo agarrar una escalera de mano a una mano. Una vez allí me sorprendí por la luminosidad de la lámpara, pero luego me di cuenta que no provenía de ella, la luz venía del fondo y era luz del exterior que carecía de ese color amarillento proveniente de las llamas. Al bajar las escalinatas de madera noté que aquella leve iluminación provenía de ventilaciones ubicadas en lo más alto de la pared, cerca del piso del comedor. Las ventilaciones tenían barrotes pequeños para que no entrasen las ratas. Me sentí aliviada y contenta por este lugar, curiosamente la peor habitación que me pudo tocar resultó ser la más cómoda, siendo la única habitación con luz natural. Estas ventilaciones estaban al final, junto en la pared en la que estaban apoyados los lienzos limpios siendo un lugar perfecto al momento de trabajar; esto reforzaba mi teoría de que aquí vivió alguien una vez. Frente a todo, tranquila y dándome la espalda, estaba Agnese sentada en un taburete concentrada en su faena.
  
– Oye. - Me acerqué a ella poco a poco. No volteó, pero noté que detenía su trabajo por un momento, prestándome atención. – ¡Eleonora! ¿Qué tal te ha ido? – Parecía interesada por mi llegada y las historias que tenía por contar. Se veía animada y a la vez serena como siempre, pero yo no tenía muchos ánimos después de todo, estaba cansada, tanto física como mentalmente, me dolía el cuerpo de tanto estrés y mi mente estaba en un estado en que me costaba pensar. 

– Fatal. Realmente falta. Estoy agotada y no pude pintar casi nada bien, las manos no respondían. – Agnese respondió casi de inmediato, e interpretó mi trabajo como de esas jornadas exigentes y con sobrecargas de estrés. Tenía razón pero a la vez no. Traté de explicárselo y al parecer no logró entender mis emociones, al contrario, pareció gustarle el trabajo. Fruncí el entrecejo con extrañeza alzando una ceja, preguntándome en silencio si había usado las palabras correctas para expresarme. ¿Tan mal había quedado después del trabajo que ya me costaba hablar?

- Cualquier cosa sería mejor que esto, Eleo, digo, mírame: estar encerrada aquí todo el día apresurando la mano para entregar pinturas a tiempo límite. Sí, sí, claro Eleonora, tengo que entregar cinco cuadros para el domingo en la noche. Apenas tengo uno completo y este a medias. - Suspiró profundamente mientras se estiraba, inclinando un poco su torso hacia atrás para verla de más lejos. - ¿Verdad que está linda? Este será mejor que el anterior. Lo malo es que ya no tengo ideas que expresar, estoy vacía y las obras de aquí abajo no me inspiran para nada. Quisiera salir y ver todo a mi alrededor, pero perdería el tiempo. No sé qué hacer. - Parecía muy estresada, era difícil verle quejándose por algo así. Aun así, esto era muy curioso, ahora yo comenzaba a sentir atracción por su trabajo, lo veía sencillo y no necesitaba estar en un estrés que podría acabar con mi vida, literalmente, en especial por ese miedo que paralizaba mi cuerpo en las alturas. Y al contrario de ella yo tenía la mente llena de sentimientos y visiones que podría plasmar con facilidad. Si tan solo pudiésemos cambiar todo sería mejor para las dos. Allá en la catedral la temática está impuesta por los Médicis y guardias, y aquí es libre. - ¿Podrías ayudarme? – Dejé de divagar con la mirada y le observé a la nuca justo antes de girarse hacia mí para interceptarme con sus ojos. Permanecí callada y algo perpleja. – Quisiera cambiar de puesto contigo, aunque sea por un día. Me duele mucho la mano y quisiera relajar mi trasero también, si sabes a lo que me refiero, jejeje. - Me sorprendió bastante la conexión que logramos tener por un momento, era justo lo que deseaba hacer, pero que no era capaz de pedírselo. Mi trabajo y jornada eran riesgosas, y no quería ella sufriese por mi culpa. Me inquietaba, no quería que de pronto ella tuviese un accidente y me dejase sola en este lugar tan injusto como este. 

Observé su pecosa nariz, su sonrisa sutil y aquella mirada esmeralda, realmente me lo estaba pidiendo con la mejor intención. – Pero, Agnese, ese trabajo es peligroso, en serio. ¿Acaso me escuchaste cuando te contaba todo? ¿De verdad estás lista para todo eso? - Ella me negó con la cabeza, y me confirmó que sí me escuchó, pero que quería intentarlo. ¿De verdad era eso lo que quería? – V-vale. Supongo que está bien. Prométeme que te cuidarás, por favor. - Le tomé de los hombros. - No quiero que te pase nada.– Ella me sonreía y pasó la mano por mi rostro obligándome a cerrar los ojos, para luego acariciar mi cabello con suavidad, un gesto de cariño y aprecio a mis sentimientos.

– Esa es mi chica. Todo estará bien, créeme, y gracias por preocuparte querida. Ahora vamos, creo que es hora de comer. Los guardias llegaron hace horas informando que trajeron comida y lo que está cocinando doña Donielle huele espléndido. Prepara el cuchillo que de seguro estará delicioso. – Me sonrió y tomó mi mano como apoyo para levantarse del taburete tras un quejido al separar su trasero de la madera, imaginaba que la cadera al igual que la columna eran las más afectadas. - El dolor estaba absorbiendo mi vida, jajaja.

Tras estirarse subimos para darnos un banquete. doña Donielle, como le decía Agnese, había preparado un consomé y varios trozos de carne cocida dispuesta sobre un plato de madera grande donde estaban todas las porciones, las pinchábamos con el cuchillo mientras bebíamos del consomé. Nosotras y varios hombres más estábamos sentados en la mesa, siendo un total de cinco personas. Aquellos hombres eran los mismos que nos recibieron esta mañana, los demás al parecer no estaban en casa. - ¿Y dónde está Emilio? - Se preguntaron los hombres, viéndose entre sí. - El salió contigo, ¿lo viste regresar por las calles? - Negué con la cabeza, manteniendo el silencio. - Ha de estar con alguna chica, no te preocupes. - Interrumpió doña Donielle, risueña y llevándose una cucharada de consomé. Todos continuaron hablamos de otras cosas, pero dejé de prestar atención. Había recordado el accidente y dándome cuenta que no lo vi más desde que entré, ni siquiera al salir. Él quizás me hubiese hablado viendo que caminaba lento de camino a casa, pero no, él no estuvo allí. Me preguntaba si fue él quien tuvo el accidente junto con otros que estaban en la tabla. Permanecí en silencio, no quería preocupar a nadie, podría arruinarles el almuerzo que con tanto trabajo habíamos logrado y también existía la posibilidad de equivocarme; pero por dentro algo me decía que tenía razón. - ¿No te gusta el consomé, cariño? - Me interrogó doña Donielle sin perder tiempo, al verme con la mirada perdida sobre la mesa.

- No. Está muy buena. Solo que, estoy, estoy muy cansada. Solo eso. - Agnese no tardó en dirigir la mirada hacia mí. Sabía que algo estaba mal, así que sonreí a la señora muy levemente y continué comiendo. Aunque no escuché casi nada de la conversación el resto de la reunión solo me limité a comer todo lo que podía, tenía mucha hambre. Nos quedamos allí un rato hasta que todos se fueron levantando de la mesa, limpiaron sus respectivos tazones y se retiraron a las habitaciones, dejándonos a solas a Agnese y a mí intercambiando miradas. 

Ella no tardó en hablar para preguntarme qué era lo que me pasaba conmigo últimamente. No supe qué responderle. – Eleonora… - Me levanté de la mesa y le hice señas para que volviésemos al sótano y sin esperar abrí la trampilla para estar dentro de una vez. Si vamos a hablar de algo prefería que fuese privado. Ella solo tardó unos segundos en seguirme hasta volver entre los cuadros, mi nueva "habitación" de rostros pintados, cuyas miradas nos contemplaban a ambas como si fuésemos parte de alguna enfermiza obra. – Oye, ¿estás molesta? – Preguntó algo preocupada por mi actitud, aunque no le culpo, igual me he sentido rara últimamente. 

– No, solo estoy cansada, es todo. – Limpiaba el cuchillo con un trapo viejo que tenía guardado en el bolsillo del vestido quitando la grasa de su filo a la vez en que la observaba entre las penumbras, ese el rostro preocupado de mi amiga que recién bajaba las escalinatas de madera y se plantaba en frente de mí, a unos escalones más arriba. Ella respondió de inmediato: – Quizás sea eso, sí, pero estás muy rara, y- ¡Tú también estás rara! - Sentencié cortando sus palabras de inmediato alzando la voz un poco más que antes sin gritar a pesar de sentir un ardor profundo en el pecho, iniciando sin querer un silencio incómodo y profundo que perduró unos largos segundos; aquella reacción no era propia de mí, había explotado sin razón. No demoré en sentirme culpable al verla cabizbaja, no debí estar a la defensiva. – Lo siento, yo… solo quiero dormir. No ha sido un buen día. – Ella aceptó moviendo la cabeza, pero continuó caminando hacia mí, bajando los últimos escalones hasta posar sus manos en mis hombros. 

- Oye, Eleo, - Murmuró apoyando su frente sobre mi cabeza, si tan solo fuese más alta de seguro nuestras frentes se hubiesen encontrado. – si llegas a ser reconocida por tu gran trabajo, recuerda mi nombre cuando estés a un paso de tu gloria, ¿sí? - Mis ojos estaban clavados en su pecho, pero no contemplaba nada en realidad, solo tenía la mirada fija en ella, pensando; aquellas palabras me parecían familiares y no entendía por qué de tan repentino comentario, sin embargo era agradable escuchar eso viniendo de ella. 

– Igual tú, recuérdame en tu gloria. – Escuché que rio por lo bajo al separar un poco su rostro de mi cabello para buscar el enlace de nuestras miradas. 

– Entonces es un trato. - Sonreí de verdad por primera vez en varias horas, y le abracé apoyando la cabeza en su hombro. – Espero que mañana te sientas mejor. – Susurró devolviéndome el abrazo. - Tienes una sorpresa aquí abajo. Ven, te va a encantar. - Lentamente se separa de mí y me lleva hacia donde estábamos antes, frente al lienzo, pero esta vez me hace girar para que viese hacia la oscuridad y hacia los demás cuadros. Allí, frente a todo, estaba una cama improvisada hecha con paja y una sábana que la cubría. Estaba realmente impactada. - Ahora a dormir. No te preocupes por lo demás, me haré pasar por ti mañana y tú termina mi cuadro y los que faltan. - Me  besa directo en la mejilla espabilándome para luego reír y dirigirse a las escalinatas viéndome de reojo, contemplando aquella sonrisa estúpida que se dibujaba en mis labios, aquella sonrisa infantil que me había abandonado por tantos años. 

- ¡Muchas gracias, Agnese! - Alcé la voz mientras le observaba irse, dejándome a solas para poder dormir. Me sentí contenta después de todo lo anterior, dando un suspiro profundo de alivio y felicidad. De pronto, un sonido metálico me hizo volver en sí, provenía cerca de mis pies. Al bajar la mirada atónita vi el cuchillo tendido a mi lado, se había resbalado de los dedos al olvidar que lo llevaba en la mano. – Vaya, debo de tener más cuidado la próxima vez que le abrace. Menos mal que no pasó nada. – Me sentía aliviada por no herirla, por el trato que habíamos hecho, por todo en realidad. Dejé el cuchillo en la canasta con cuidado para luego acostarme en la sábana con la que había hecho la cama para mí. Se sentía mejor que estar acostada en el piso, era reconfortante. Mi cuerpo finalmente reposaría.

Veía hacia la ventilación cuya luz caía muy cerca de donde estaba. A mi espalda estaban los cuadros, los cuales ella había tenido la molestia de girar para no sentirme incómoda por su mirada. Suspiré una vez más, esta vez de alivio y felicidad cerrando los ojos finalmente. Intenté de dormir e ignorar lo cargada que estaba mi mente, pues con solo cerrarlos veía imágenes, fragmentos de todas las conversaciones que había escuchado en el día, representaciones de lo que viví sobre la plancha de madera alturas, el accidente y el rostro del pobre hombre que reposaba en el piso de arriba. La cabeza me dolía mucho, sentía que todo giraba aunque la cama estuviese estática. «Aquí a las paredes les salen orejas, y a los objetos ojos» Recordé un fragmento de la conversación que escuché hace un momento y a la que no presté atención, hasta ahora. Agité la cabeza en la cama disipando todo lo que me agobiase y me dispuse a tener la mente en blanco y no pensar en nada más en lo que quedaba de día.