domingo, 13 de marzo de 2016

Los Redentores del Pozo - Capítulo 2

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CAPÍTULO II
El florín de sangre



No me acostumbraba al olor a humedad, me veía caminando entre aguas bajas que apenas enfriaban mis tobillos, dentro de un túnel de piedra apenas iluminado por algunas grietas y troneras donde se asomaban enredaderas. Allí las voces del fondo eran arrastradas hasta mí por el flujo del agua, como si este fuera una vía de escape hacia algún lugar, como un río, o un amplio mar que guía a sus marineros, como una de esas historias de papá. Ese olor penetrante y ese sonido envolvente hizo que quedase paralizada viendo a la oscuridad, escuchando una y otra vez las voces que se disipaban con el flujo del agua, cerré los ojos y escuché mejor antes de dar un paso más.

          - Sí, comprendo. Yo igual acepté el trabajo para ayudar a mis familiares, ya no había dinero en casa…- Era la voz de Agnese que sonaba cada vez más fuerte, hablaba con alguien más. Mi cuerpo siguió a mi mente y con ellos el resto de mis sentidos, sintiendo ahora el suelo frío a un costado de mi cuerpo. Me había dormido, ahora todo tenía sentido. - ¿De verdad esto es un buen trabajo? ¿Envían el pago a los familiares? - La persona con la que hablaba le respondió, era un hombre cuya voz ronca y ausente de viveza revelaba su edad. Recordé de aquel hombre que dormía y que otros temían despertar. - Ya veo, entonces es seguro. - Le respondieron afirmativamente, y continuó explicándole. Presté atención aunque las voces se escucharan lejanas. Él decía que el único problema era que los trabajos asignados eran muy duros, tanto que muchos no resistían la presión. <<¿Qué sería tan duro como para que algunos decidieran regresar a casa?>> Me pregunté regresando a mi lucidez manteniéndome en un completo silencio, como si aún durmiese. Pero la conversación fue interrumpida por unos golpes en la puerta. - ¡Han de ser ellos! - Exclamó impaciente el señor - Rápido, despierta a tu amiga. Es hora de trabajar. - Escuché cómo se cerró la trampilla seguido de los pasos apresurados de Agnese al bajar las escalinatas de madera a toda velocidad. Abrí los ojos, encontrándome en medio de la oscuridad, las velas se habían apagado pero ella regresaba con una mejor. - Estabas muerta, Eleo. - Bromeó mientras reía por lo bajo ayudándome a levantar y a mantenerme en pie. - Te veías tan linda durmiendo que no quise despertarte. Pero vamos, ya nos llaman a trabajar. - Sin dar explicación y sin abrir la boca apresuramos el paso hacia el piso superior, hacia el comedor. 

De camino a las escalinatas de madera escuchábamos cómo rechinaba la pesada puerta de la entrada que lentamente se abría, dejando pasar el resplandor de la mañana que incluso sin problemas ingresaba entre las tablas de madera que separaban el sótano del comedor, dejando un rocío de luz fluyendo en medio de la penumbra, como cortinas divinas. Era hermoso de ver estando allí, contemplar cómo la luz bañaba las obras abandonadas por su autor. Escuchamos nuestros nombres combinando la voz con el crujido de la madera de las escalinatas al posar nuestros pies; habían regresado a por nosotras y una vez estemos arriba se decidiría todo lo que estaba preparado desde el principio. Abrimos la trampilla y una por una fuimos saliendo hacia el cegadores rayos de la mañana, en presencia de la figura opaca de un hombre de espaldas a semejante luz y frente a nosotras pacientemente de pie al otro lado de la entrada, el cual se dispuso a anotar algo en el pergamino que llevaba en la mano al vernos caminar hacia él. Le observaba con detenimiento al escribir y al devolvernos la mirada para luego iniciar el monólogo que echaría a la suerte nuestro destino. Primero nombró a Agnese, quien debía realizar cuadros en lienzo al igual que a muchos que nombró después, mientras que a mí me tocaba ir con otros cuantos a la catedral más grande de Florencia, aquella que sin problemas se podía ver desde cualquier lugar de la ciudad, supuestamente, por su descomunal altura incluso similar a la del castillo. Comencé a dudar si tanto recalco de su altura era una indicación o una advertencia.

Pregunté sobre mi trabajo, tratando de asimilar lo que me habían querido decir, él, por su parte, me explicó con serenidad pero sin empatía; la catedral necesitaba una remodelación ya que no había sido tocada tras su construcción, y ahora tendríamos que pintar todo su interior en escenas religiosas y divinas dignas de cuadros. Alcé las cejas sin decir o hacer nada más viendo su rostro sin siquiera verle realmente, era una completa locura. El guardia, por las buenas, me dio el paso para que saliese de la casa junto con otro hombre que vivía bajo nuestro techo y que no había visto antes, para encaminarnos hacia la monstruosa estructura que realmente era tan inmensa que en efecto, podía ver su campanario desde aquí con los ojos entreabiertos por la lastimosa luz del sol. Era como ver un lobo en medio del sendero que llevaba a casa y no saber qué hacer y cómo reaccionar; eso sentía ahora mismo.  

Fuimos llevados por el guardia por otro camino completamente diferente al que tomamos anoche, pasando por muchas calles hasta llegar a un terreno baldío con un sendero improvisadas entre la tierra, dentro del propio acantilado que dividía esta zona con la verdadera Florencia. El ascenso parecía peligroso y al caminar evitaba ver al suelo, pero de reojo veía la forma de las casas a varios metros abajo de mí. Cada vez estábamos más altos del suelo y un resbalón sería el último. Alcé la mirada lastimando mis ojos que aun estaban acostumbrados a la oscuridad solo para ver lo que faltaba del serpenteante sendero, "la senda de la serpiente" como le decía el hombre que caminaba a mi lado.  Veía a algunas personas a varios metros sobre nosotros acercándose a los bordes del acantilado en el final de este desolado y discreto camino que quizás solo nosotros conocíamos. El trayecto era muy agotador por lo empinado que era y alteraba los nervios con solo saber que estabas a centímetros de caer. El hombre con el que estaba, cuyo nombre no logré escuchar, inició una conversación a mitad del ascenso preguntándome cosas básicas para conocerme mejor. Le expliqué algunas cosas, como por ejemplo de dónde provenía y cómo fue el trayecto para llegar hasta aquí, pero ignoré otras e hice como si no las hubiese escuchado. Él me explicó que aquella catedral fue terminada a principios de este siglo y los Médicis estaban planeando una remodelación, mejorarla con relieves, llenarla de pinturas hermosas y colocar vitrales de colores hermosas, y por eso quizás fueron a buscar más candidatos de la Siena y de otros lugares para empezar esta y otras labores; sin embargo, el dato más curioso que reveló era que este camino: "la senda de la serpiente" era un entrenamiento para aquellos que sean designados trabajar en las alturas. Con un rotundo suspiro respondí a sus comentarios seguido de una mirada preocupada enfocada al suelo. Agradecía su intención de calmar mis ánimos y de hacerme sentir mejor  y capaz de todo en una conversación tan amena, pero él no comprendía lo que sentía, me estaba preocupando muchísimo el trabajo que me esperaba una vez que este sendero acabase.  

Desde entonces mi percepción del tiempo se alteró sin saber por qué, vi que todo pasaba más rápido de lo que debería y en un abrir y cerrar de ojos volvíamos a las hermosas calles de Florencia para unirnos y mezclarnos con la muchedumbre en frente de la majestuosa y gigantesca catedral. Allí a la espera de que los guardias nos llamasen por nuestros nombres, la gente hablaba entre sí, unos entusiasmados, otros extraviados preguntando qué se tendría que hacer allí dentro, y otros al igual que yo, preocupados por lo que fuera a pasar allí. Cubrí mi boca con la mano mientras alzaba la cabeza contemplando y comprobando la altura de semejante monstruo de piedra que parecía consumir mis miedos para volverlos realidad. No podía creer lo que veía y mucho menos que fuese yo quien estaría allí dentro, ha de ser impresionante entrar si ya por fuera su rojiza cúpula era el cuádruple de grande que cualquiera de las casas y negocios que nos rodeaban. 

- ¡Ey! Eres Eleonora, ¿no? - El sujeto que me acompañaba me dio unas palmaditas en el hombro para llamar mi atención. Desconcertada volteé a verle. - Te están llamando, niña. Apresúrate o tacharán tu nombre como ausente.

El corazón me comenzó a latir con mucha fuerza casi saliéndose de mi pecho. El hombre señaló a los guardias que me llamaban al ver que estaba perdida volteando a todos lados buscándolos entre tanta multitud, y luego de darme un empujoncito comencé a caminar siguiendo el ritmo de otros que también habían llamado, eran varios guardias con pergaminos. Mis pies se sentían pesados haciendo que la simple tarea de caminar hasta ellos fuese más complicada para mí de lo que creía. El ruido de la gente murmurando, vociferando y pululando pasó a un segundo plano a conglomerándose en un estruendoso caos dentro de mi cabeza acompañando los desesperantes palpitaciones de mi pecho. Finalmente, me presenté ante los hombres de armadura quienes me observaban desde arriba, desde su pronunciada estatura. El portador del pergamino tras un movimiento sutil con la pluma sentenció: – Eleonora Adalberone, pintora. Tendrás que pintar el mural que se está iniciando ahora mismo. - para luego otro proseguir - Los designados a trabajar dentro de la catedral solo podrán descansar cuando les sea anunciado el permiso. Cumplir el horario de trabajo por un día equivale a un florín… pero si son pillados descansando en el horario laboral, su sueldo será descontado por tres días. Si faltan al trabajo por razones no anunciadas por la nobleza serán llevados ante el "Magnífico Lorenzo" para así prepararlos para el interrogatorio y de ahí aplicar una penitencia de corrección elegida por los grandes. Tomen en cuenta las advertencias en todo momento y trabajen hasta que les sea otorgado el descanso. Si no hay ninguna duda, pueden pasar.

Los guardias se retiraron de la entrada permitiendo mi paso junto con el de otros que habían llamado también. Fui la más lenta en entrar, pues con pasos pausado observaba con una mezcla de temor y fascinación todo lo que pude ver tras cruzar la pesada puerta tachonada de madera sólida. Al otro lado tuve que agachas la cabeza solo un poco, pasando por abajo de una plataforma de madera en donde varias personas trataban de comenzar el vitral circular que estaba sobre la entrada, mientras que otros trataban de perfeccionar un relieve. A los lados otras plataformas estaban dispuestas haciendo labores similares con guardias abajo observando y organizando a los trabajadores. Ellos hicieron señas para que continuase más adentro hasta lo que parecía ser el centro, el mural no parecía estar por aquí. El suelo era liso, casi resbaladizo donde podía contemplar el reflejo de mis piernas y bajo mis faldas, aunque no era mucho el detalle por la ausente luz del pasillo enorme que llevaba hacia la siguiente zona de trabajo. A los lados se alzaban enormes pilares tallados sosteniendo un techo curvo que vista desde abajo daba una sensación extraña de profundidad. No sabía explicarlo bien, quizás porque mi mente no estaba funcionando como debería. Al frente, tras el largo recorrido que faltaba, se alzaban estructuras monumentales de madera con puntos luminiscentes que se movían de un lado al otro, eran candelabros llevados por los trabajadores tratando de iluminar las paredes. Las plataformas de madera se alzaban hasta lo que parecía la gran cúpula que antes había visto y continuaba más allá de lo podían ver mis ojos. Al acercarme lo suficiente pude comprobarlo y descubrir a la vez algo que me heló la sangre: podía ver partes pintadas en las paredes de la cúpula apenas empezadas y planchas de madera suspendidas por cuerdas que las hacía ascender y descender con la ayuda de otros ubicados en las partes superiores de la torre que ayudaban a ajustarlas y a prepararlas. Estas no tenían barandillas eran solo unas simples planchas de madera rectangular ¡con cuatro simples cuerdas! Esto no podía ser cierto. Allí se encontraban pocas personas, pues la mayoría yacía en el suelo, preparando las cosas para ascender. Los otros trabajadores, aquellos que escalaban y subían por las laberínticas escaleras de la torre de madera, se dirigían a lo alto donde se sostenían las planchas. Allí, mucho más arriba tocaba pintar y colocar los vitrales. Todos los trabajos allí eran horribles para mí, no sabía qué elegir.

Sequé el sudor de mi frente con la manga, y suspiré escuchándose más fuerte de lo que esperaba. – ¡Tú, niña! – Alzó la voz uno de los guardias a varios metros de distancia ubicado en los primeros pisos de la torre. - Necesitamos más personas en las planchas y tú eres ligera, así que ¡rápido! ¡A trabajar! - Señaló hacia una plancha de madera que aún no era suspendida junto al frente del camino y con solo dos personas sobre ella que trataban de acomodar bien las pinturas para que no se cayesen en el ascenso. Los pasos se hicieron más pesados que antes al igual que mis respiros que poco a poco se volvían jadeos, tratando de llevar un poco más de aire a mi sofocado pecho. Me paré frente a la plancha pero mis pies no podían subir a ella, los hombres me observaban intrigados e impacientes, esperando a que subiera, pero no podía. - ¡DIJE, RÁPIDO! - Miré al guardia que no apartaba la mirada de mí, y al ver que no hacía nada se dispuso a buscar el camino para bajar. Iba a por mí. Los hombres que estaban allí se apresuraron y me subieron a la plancha a la fuerza, quizás para así calmar los ánimos alterados del guardia y protegerme o quizás porque también su trabajo estaba en juego. Una vez sobre la plancha dieron las indicaciones para subir; yo estaba paralizada.

La plancha comenzó a moverse y a tambalearse cuando apenas se separó del suelo, me arrodillé y traté de sostenerme como podía con manos alejándome todo lo posible de los bordes, casi no me respondía el cuerpo, temía que se tambalease otra vez. Me sentí como si estuviese montada sobre un árbol y ahí mi mente comenzó a recordarlo todo con imágenes fugaces que bombardeaban mis ojos. Me veía de niña sobre un árbol, uno de las ramas gruesas y altas, mientras que observaba con mirada borrosa el cuerpo inerte de un niño que había caído de allí, el mismo niño del lago, junto a una rama a su lado. Me cuenta que la rama en la que yo estaba rota a pocos centímetros de mí y él al parecer estaba sentado a mi lado. Gritaba su nombre y también pedía ayuda para ambos, tratando y queriendo bajar de allí sin saber cómo, pues estaba paralizada de miedo. Las lágrimas brotaban y me costaba respirar por la nariz. 

         - ¿Estás bien? - Una mano en la espalda me estremeció, espabilando y dándome cuenta de nuevo en dónde estaba. Las lágrimas seguían cayendo, humedeciendo la madera. - Debes mantener la compostura aquí arriba o todos vamos a tener problemas. Venga, te vamos a ayudar si cooperas. Toma el pincel y ayúdanos también a pintar. Tenemos mucho por hacer. - Me tomó de la mano y me ayudó a despegarlas de la madera, él estaba de pie como si nada al contrario de mis rodillas  que no respondían. - Vale, vale. Mejor quédate así, solo trata de tener cuidado. - El hombre me soltó dejándome para volver a trabajar, tomo el pincel y comenzó a pintar en la pared de la cúpula. El compañero ya estaba en ello observándome de vez en cuando de reojo. Se veían los años en sus rostros, como si hubiesen hecho esto antes. Inhalé de forma interrumpida por los espasmos, tratando de calmarme y tomé el pincel que estaba en el suelo, lo remojé en la pintura y me giré hasta el borde, a donde tenía que pintar, donde habían varios centímetros de separación de la tabla a la pared sintiendo el borde en la punta de los dedos de la zurda. Tragué saliva tratando de ignorarlo y sin ver hasta abajo, tratando de imaginarme que estaba arrodillada sobre una mesa y frente a un lienzo, que no estaba suspendida en medio del vacío. Cerré los ojos y recé mentalmente en medio de la desesperación mientras mi cuerpo se estremecía, temblaba como si estuviese desnuda en medio del invierno. De mis mejillas aun resbalaban gotas que lentamente se volvían frías por el viento que se colaba por las ventanas sin cristales. – ¡Mejora ese pulso, niña! – Reclamó por lo bajo pero con carácter el hombres no me había hablado y que no se había inmutado ante la situación. Abrí los ojos y me di cuenta de lo que había hecho, solo manchas de color en donde debería de haber un cuerpo. El miedo sería el autor de mis obras. – Si los guardias se dan cuenta de tu incompetencia no te veremos más por aquí. Intenta de calmarte un poco. - No podía responder, la voz no me salía. Pero no podía estar tranquila, y menos cuando trataba de ignorar en dónde me encontraba. No podía, realmente no podía. Todo esto me superaba. Quiero ir a casa.

Durante toda una eternidad estuve tratando de trabajar, cuando me calmaba e intentaba de continuar, mi mano se paralizaba a las pocas pinceladas. Los hombres discutían por lo bajo por mi poco rendimiento, uno tratando de entrar en razón al otro, mientras que yo solo me limitaba a intentar de superar esta pesadilla. En medio de la jornada cuando ya casi lo lograba, pues no habían bajado la plancha desde que llegué y mi mente al parecer se acostumbró a ello, escuchamos unos gritos de exclamación seguido de estruendosos golpes y un sonido muy característico a aquel recuerdo, un "crash" tan sonoro que puso los pelos de punta. Reclamos, preguntas, exclamaciones y garabatos se escuchaban, tantos que el hombre "inmutable" pareció sorprenderse por lo que había pasado. Ninguno dijo nada pero me veían de reojo y yo a ellos, mientras que realmente veía mi mano paralizada en la pared. Había ocurrido un accidente con una de las planchas al otro lado de la torre y habían caído hasta estrellarse contra el suelo de mármol. Cerré los ojos y notaba cómo mi respiración se alteraba tanto que al inhalar me dolía el pecho. - ¡SIGAN TRABAJANDO! - Exclamó el guardia desde abajo a la vez que escuchaba el paso de varios corriendo hacia el accidente desde el pasillo. El resto de las horas fue un infierno para mí. Pudiendo pintar en períodos entrecortados, paralizándome cada vez que se tambaleaba la plancha de madera por movimientos leves de mis compañeros, y cuando esta ascendía o descendía de nivel cuando se terminaba una sección del mural.

- ¡Descanso! – Anunció el guardia a final del turno en mitad de la tarde tras largas horas de trabajo riesgoso y con mi mente vuelta añicos. Los guardias ayudaron a bajar las planchas por medio de las cuerdas mientras esperaban a que los pintores de la torres bajasen por las escaleras. – El próximo turno será en últimas horas de la madrugada ¡No se admiten retrasos! Ahora a moverse, ¡largo de aquí o trabajarán también el turno nocturno! – Salí de la plancha aliviada de tocar el suelo otra vez y caminé tambaleante hasta la salida, esquivando a otros que estaban más apresurados y cuerdos que yo, y los que estaban tratando de entrar para iniciar su jornada. No quería volver aquí otra vez

Al salir y recibir los rastros del sol me propuse a regresar a "mi hogar", tratando de seguir a otros que ya sabían el camino de vuelta. – Sabía que este trabajo era demasiado bueno para ser verdad. – Musitaba por el camino viendo la dorada moneda en la palma de mi mano. Este era el florín más valioso que había ganado en toda mi vida, uno que quizás no gaste nunca. Tomé mi tiempo para bajar por la senda de la serpiente sin mirar abajo y pegada a las altas paredes de tierra y piedra para luego, al llegar abajo, tratar de ubicar mi hogar, que a pesar de no ser la casa de mis padres era, sin dudas, lo más hogareño que podía tener. Especialmente después de semejante experiencia.

Olía a comida y una mujer de edad similar a la de mi madre frente a la hornilla. Preparaba algo, pero no podía ver qué. Quizás sopa. - Oh, hola cariño. De seguro eres Eleonora, ¿me equivoco? - Me limité a afirmar con la cabeza cuando volteó a verme. - Eres justo como me dijo Agnese, que chica tan linda. Me recuerdas mucho a mi pequeña Cerelia, aunque ella no podía hablar de verdad. - Suspiró nostálgica observando su preparación y echando condimentos. Bajé la mirada, no sabía su historia y no quería hacer preguntas indebidas. Solo me dispuse a caminar hacia la trampilla. - Agnese está abajo, te espera. Las llamaré cuando la comida esté lista.

Noté que colgaba cerca de la trampilla una lámpara de aceite de forma que no se chorrease. Era extraño, juraría que no estaba allí anoche, o quizás estaba muy cansada para verla. La tomé, la encendí, abrí la trampilla y bajé a mis aposentos aunque fuese incómodo agarrar una escalera de mano a una mano. Una vez allí me sorprendí por la luminosidad de la lámpara, pero luego me di cuenta que no provenía de ella, la luz venía del fondo y era luz del exterior que carecía de ese color amarillento proveniente de las llamas. Al bajar las escalinatas de madera noté que aquella leve iluminación provenía de ventilaciones ubicadas en lo más alto de la pared, cerca del piso del comedor. Las ventilaciones tenían barrotes pequeños para que no entrasen las ratas. Me sentí aliviada y contenta por este lugar, curiosamente la peor habitación que me pudo tocar resultó ser la más cómoda, siendo la única habitación con luz natural. Estas ventilaciones estaban al final, junto en la pared en la que estaban apoyados los lienzos limpios siendo un lugar perfecto al momento de trabajar; esto reforzaba mi teoría de que aquí vivió alguien una vez. Frente a todo, tranquila y dándome la espalda, estaba Agnese sentada en un taburete concentrada en su faena.
  
– Oye. - Me acerqué a ella poco a poco. No volteó, pero noté que detenía su trabajo por un momento, prestándome atención. – ¡Eleonora! ¿Qué tal te ha ido? – Parecía interesada por mi llegada y las historias que tenía por contar. Se veía animada y a la vez serena como siempre, pero yo no tenía muchos ánimos después de todo, estaba cansada, tanto física como mentalmente, me dolía el cuerpo de tanto estrés y mi mente estaba en un estado en que me costaba pensar. 

– Fatal. Realmente falta. Estoy agotada y no pude pintar casi nada bien, las manos no respondían. – Agnese respondió casi de inmediato, e interpretó mi trabajo como de esas jornadas exigentes y con sobrecargas de estrés. Tenía razón pero a la vez no. Traté de explicárselo y al parecer no logró entender mis emociones, al contrario, pareció gustarle el trabajo. Fruncí el entrecejo con extrañeza alzando una ceja, preguntándome en silencio si había usado las palabras correctas para expresarme. ¿Tan mal había quedado después del trabajo que ya me costaba hablar?

- Cualquier cosa sería mejor que esto, Eleo, digo, mírame: estar encerrada aquí todo el día apresurando la mano para entregar pinturas a tiempo límite. Sí, sí, claro Eleonora, tengo que entregar cinco cuadros para el domingo en la noche. Apenas tengo uno completo y este a medias. - Suspiró profundamente mientras se estiraba, inclinando un poco su torso hacia atrás para verla de más lejos. - ¿Verdad que está linda? Este será mejor que el anterior. Lo malo es que ya no tengo ideas que expresar, estoy vacía y las obras de aquí abajo no me inspiran para nada. Quisiera salir y ver todo a mi alrededor, pero perdería el tiempo. No sé qué hacer. - Parecía muy estresada, era difícil verle quejándose por algo así. Aun así, esto era muy curioso, ahora yo comenzaba a sentir atracción por su trabajo, lo veía sencillo y no necesitaba estar en un estrés que podría acabar con mi vida, literalmente, en especial por ese miedo que paralizaba mi cuerpo en las alturas. Y al contrario de ella yo tenía la mente llena de sentimientos y visiones que podría plasmar con facilidad. Si tan solo pudiésemos cambiar todo sería mejor para las dos. Allá en la catedral la temática está impuesta por los Médicis y guardias, y aquí es libre. - ¿Podrías ayudarme? – Dejé de divagar con la mirada y le observé a la nuca justo antes de girarse hacia mí para interceptarme con sus ojos. Permanecí callada y algo perpleja. – Quisiera cambiar de puesto contigo, aunque sea por un día. Me duele mucho la mano y quisiera relajar mi trasero también, si sabes a lo que me refiero, jejeje. - Me sorprendió bastante la conexión que logramos tener por un momento, era justo lo que deseaba hacer, pero que no era capaz de pedírselo. Mi trabajo y jornada eran riesgosas, y no quería ella sufriese por mi culpa. Me inquietaba, no quería que de pronto ella tuviese un accidente y me dejase sola en este lugar tan injusto como este. 

Observé su pecosa nariz, su sonrisa sutil y aquella mirada esmeralda, realmente me lo estaba pidiendo con la mejor intención. – Pero, Agnese, ese trabajo es peligroso, en serio. ¿Acaso me escuchaste cuando te contaba todo? ¿De verdad estás lista para todo eso? - Ella me negó con la cabeza, y me confirmó que sí me escuchó, pero que quería intentarlo. ¿De verdad era eso lo que quería? – V-vale. Supongo que está bien. Prométeme que te cuidarás, por favor. - Le tomé de los hombros. - No quiero que te pase nada.– Ella me sonreía y pasó la mano por mi rostro obligándome a cerrar los ojos, para luego acariciar mi cabello con suavidad, un gesto de cariño y aprecio a mis sentimientos.

– Esa es mi chica. Todo estará bien, créeme, y gracias por preocuparte querida. Ahora vamos, creo que es hora de comer. Los guardias llegaron hace horas informando que trajeron comida y lo que está cocinando doña Donielle huele espléndido. Prepara el cuchillo que de seguro estará delicioso. – Me sonrió y tomó mi mano como apoyo para levantarse del taburete tras un quejido al separar su trasero de la madera, imaginaba que la cadera al igual que la columna eran las más afectadas. - El dolor estaba absorbiendo mi vida, jajaja.

Tras estirarse subimos para darnos un banquete. doña Donielle, como le decía Agnese, había preparado un consomé y varios trozos de carne cocida dispuesta sobre un plato de madera grande donde estaban todas las porciones, las pinchábamos con el cuchillo mientras bebíamos del consomé. Nosotras y varios hombres más estábamos sentados en la mesa, siendo un total de cinco personas. Aquellos hombres eran los mismos que nos recibieron esta mañana, los demás al parecer no estaban en casa. - ¿Y dónde está Emilio? - Se preguntaron los hombres, viéndose entre sí. - El salió contigo, ¿lo viste regresar por las calles? - Negué con la cabeza, manteniendo el silencio. - Ha de estar con alguna chica, no te preocupes. - Interrumpió doña Donielle, risueña y llevándose una cucharada de consomé. Todos continuaron hablamos de otras cosas, pero dejé de prestar atención. Había recordado el accidente y dándome cuenta que no lo vi más desde que entré, ni siquiera al salir. Él quizás me hubiese hablado viendo que caminaba lento de camino a casa, pero no, él no estuvo allí. Me preguntaba si fue él quien tuvo el accidente junto con otros que estaban en la tabla. Permanecí en silencio, no quería preocupar a nadie, podría arruinarles el almuerzo que con tanto trabajo habíamos logrado y también existía la posibilidad de equivocarme; pero por dentro algo me decía que tenía razón. - ¿No te gusta el consomé, cariño? - Me interrogó doña Donielle sin perder tiempo, al verme con la mirada perdida sobre la mesa.

- No. Está muy buena. Solo que, estoy, estoy muy cansada. Solo eso. - Agnese no tardó en dirigir la mirada hacia mí. Sabía que algo estaba mal, así que sonreí a la señora muy levemente y continué comiendo. Aunque no escuché casi nada de la conversación el resto de la reunión solo me limité a comer todo lo que podía, tenía mucha hambre. Nos quedamos allí un rato hasta que todos se fueron levantando de la mesa, limpiaron sus respectivos tazones y se retiraron a las habitaciones, dejándonos a solas a Agnese y a mí intercambiando miradas. 

Ella no tardó en hablar para preguntarme qué era lo que me pasaba conmigo últimamente. No supe qué responderle. – Eleonora… - Me levanté de la mesa y le hice señas para que volviésemos al sótano y sin esperar abrí la trampilla para estar dentro de una vez. Si vamos a hablar de algo prefería que fuese privado. Ella solo tardó unos segundos en seguirme hasta volver entre los cuadros, mi nueva "habitación" de rostros pintados, cuyas miradas nos contemplaban a ambas como si fuésemos parte de alguna enfermiza obra. – Oye, ¿estás molesta? – Preguntó algo preocupada por mi actitud, aunque no le culpo, igual me he sentido rara últimamente. 

– No, solo estoy cansada, es todo. – Limpiaba el cuchillo con un trapo viejo que tenía guardado en el bolsillo del vestido quitando la grasa de su filo a la vez en que la observaba entre las penumbras, ese el rostro preocupado de mi amiga que recién bajaba las escalinatas de madera y se plantaba en frente de mí, a unos escalones más arriba. Ella respondió de inmediato: – Quizás sea eso, sí, pero estás muy rara, y- ¡Tú también estás rara! - Sentencié cortando sus palabras de inmediato alzando la voz un poco más que antes sin gritar a pesar de sentir un ardor profundo en el pecho, iniciando sin querer un silencio incómodo y profundo que perduró unos largos segundos; aquella reacción no era propia de mí, había explotado sin razón. No demoré en sentirme culpable al verla cabizbaja, no debí estar a la defensiva. – Lo siento, yo… solo quiero dormir. No ha sido un buen día. – Ella aceptó moviendo la cabeza, pero continuó caminando hacia mí, bajando los últimos escalones hasta posar sus manos en mis hombros. 

- Oye, Eleo, - Murmuró apoyando su frente sobre mi cabeza, si tan solo fuese más alta de seguro nuestras frentes se hubiesen encontrado. – si llegas a ser reconocida por tu gran trabajo, recuerda mi nombre cuando estés a un paso de tu gloria, ¿sí? - Mis ojos estaban clavados en su pecho, pero no contemplaba nada en realidad, solo tenía la mirada fija en ella, pensando; aquellas palabras me parecían familiares y no entendía por qué de tan repentino comentario, sin embargo era agradable escuchar eso viniendo de ella. 

– Igual tú, recuérdame en tu gloria. – Escuché que rio por lo bajo al separar un poco su rostro de mi cabello para buscar el enlace de nuestras miradas. 

– Entonces es un trato. - Sonreí de verdad por primera vez en varias horas, y le abracé apoyando la cabeza en su hombro. – Espero que mañana te sientas mejor. – Susurró devolviéndome el abrazo. - Tienes una sorpresa aquí abajo. Ven, te va a encantar. - Lentamente se separa de mí y me lleva hacia donde estábamos antes, frente al lienzo, pero esta vez me hace girar para que viese hacia la oscuridad y hacia los demás cuadros. Allí, frente a todo, estaba una cama improvisada hecha con paja y una sábana que la cubría. Estaba realmente impactada. - Ahora a dormir. No te preocupes por lo demás, me haré pasar por ti mañana y tú termina mi cuadro y los que faltan. - Me  besa directo en la mejilla espabilándome para luego reír y dirigirse a las escalinatas viéndome de reojo, contemplando aquella sonrisa estúpida que se dibujaba en mis labios, aquella sonrisa infantil que me había abandonado por tantos años. 

- ¡Muchas gracias, Agnese! - Alcé la voz mientras le observaba irse, dejándome a solas para poder dormir. Me sentí contenta después de todo lo anterior, dando un suspiro profundo de alivio y felicidad. De pronto, un sonido metálico me hizo volver en sí, provenía cerca de mis pies. Al bajar la mirada atónita vi el cuchillo tendido a mi lado, se había resbalado de los dedos al olvidar que lo llevaba en la mano. – Vaya, debo de tener más cuidado la próxima vez que le abrace. Menos mal que no pasó nada. – Me sentía aliviada por no herirla, por el trato que habíamos hecho, por todo en realidad. Dejé el cuchillo en la canasta con cuidado para luego acostarme en la sábana con la que había hecho la cama para mí. Se sentía mejor que estar acostada en el piso, era reconfortante. Mi cuerpo finalmente reposaría.

Veía hacia la ventilación cuya luz caía muy cerca de donde estaba. A mi espalda estaban los cuadros, los cuales ella había tenido la molestia de girar para no sentirme incómoda por su mirada. Suspiré una vez más, esta vez de alivio y felicidad cerrando los ojos finalmente. Intenté de dormir e ignorar lo cargada que estaba mi mente, pues con solo cerrarlos veía imágenes, fragmentos de todas las conversaciones que había escuchado en el día, representaciones de lo que viví sobre la plancha de madera alturas, el accidente y el rostro del pobre hombre que reposaba en el piso de arriba. La cabeza me dolía mucho, sentía que todo giraba aunque la cama estuviese estática. «Aquí a las paredes les salen orejas, y a los objetos ojos» Recordé un fragmento de la conversación que escuché hace un momento y a la que no presté atención, hasta ahora. Agité la cabeza en la cama disipando todo lo que me agobiase y me dispuse a tener la mente en blanco y no pensar en nada más en lo que quedaba de día.

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