domingo, 13 de marzo de 2016

Los Redentores del Pozo - Capítulo 3

Capítulos Anteriores

- Prólogo - La corrupción de las nubes
- Capítulo I - El sendero de los desdichados
- Capítulo II - El florín de sangre

Capítulos Siguientes

- Capítulo IV - Recuérdame en tu gloria

----------




CAPÍTULO III
Los redentores del Pozo

           Los minutos, horas y días de paz pasaron haciendo que el ritmo de mi percepción del tiempo volviese a la normalidad al igual que mi salud mental. Estuve preocupada el primer día después de nuestro trato, era la prueba de oro, pero al regresar Agnese me contó que le encantaba el trabajo, que le emocionaba y que quería continuar, lo cual me impresionó bastante especialmente por esperar todo lo contrario. Por mi parte logré terminar varios cuadros, el primer día casi termino tres estando aquí sentada durante muchas horas, levantándome únicamente para recibir a Agnese y para comer. Realmente comenzaba a amar lo que hacía, pintar además de ser una afición se estaba convirtiendo en más que una pasión. Ambas decidimos continuar con nuestro trato con lo bien que nos estaba yendo. No entendía cómo ella podría soportar un trabajo tan pesado y destructivo para luego regresar tan contenta y satisfecha, como si nada hubiese pasado; aunque notaba que sus ganas por hablar habían disminuido, al menos no me contaba con mucho detalle lo que había hecho en la catedral, y le comprendía, quizás ella no lo quería reconocer para no dejarme "ganar", típico. Aun así noté que su comportamiento había variado un poco, estaba más natural que de costumbre y percibía el cansancio en su voz. Por mi parte estaba tranquila en este taburete pintando una representación de mis pensamientos, aunque de vez en cuando me tenía que levantar para estirar las piernas. A diferencia de ella yo sí reconocía lo que me había mencionado y advertido, ese taburete lastima poco a poco la espalda y corta la circulación en los muslos; pero lo bueno es que avanzaba rápido y podía darme el lujo para estirar las piernas unos largos minutos para luego volver a trabajar. 

          Como era de esperarse un día me cansé por sobreesfuerzo y en el descanso más prolongado, en el que estaba tendida sobre la cama, sincronicé sin querer con el descanso de otros que hablaban en el comedor con suma tranquilidad. Por lo que logré escuchar eran de temas adultos, aquellos que según mi madre "no tenía la edad de escuchar", eran otros dos pintores que juraban que estaban a solas, quizás pensando que "Eleonora estaba trabajando en la catedral". Me reí por lo bajo y con picardía y me quedé allí prestando toda la atención a cada palabra, cerrando los ojos para concentrar mis sentidos en aquellos murmullos en el piso superior, me sentía emocionada, casi tan traviesa como una niña, pues no era algo que se tuviese la oportunidad de escuchar o experimentar, de hecho, era la primera vez que escuchaba a alguien (además de a Agnese y a mí) hablar de aquello. Mientras lentamente formaba sus conversaciones en algo más, una obra erótica que poco a poco me impacientaba por pintar, sus descripciones servían para condimentar aún más mi imaginación, sería la primera vez que me animaría en hacer algo así, y quizás le pida a Agnese para que sea mi modelo y posara mientras le retrato. Era realmente emocionante.

          De pronto la conversación cambió muy drásticamente, tal y como suele pasar normalmente cuando se llega a un punto apasionante entre dos personas que tienen confianza, tomando un rumbo inesperado, como uno de esas historias de papá que me contaba antes de ir a dormir. - ... así es, Cornelio, me dieron diez florines por el cuadro ¿y sabes a cuanto lo subastó la nobleza? En ciento veintiséis florines, a nombre de un tal "da Vinci". Te lo digo tal como lo siento, esto es un asco, y yo que estaba tan ilusionada. ¿Puedes creerlo? Pensaba que esta vez reconocerían mi trabajo. - Reclamó algo deprimida la mujer a un tal Cornelio; no me había aprendido los nombres de nadie, solo de doña Donielle y de Emilio, el hombre que desapareció y que al día de hoy todos desconocen su paradero. Ahora que tenía el tiempo para pensar, recuerdo que he escuchado muchos rumores al respecto a la hora de la cena, muchos decían que es posible que volviese a casa. Sinceramente esa historia no termina de convencerme. – Y déjame adivinar, - Respondió el tal "Cornelio" haciendo que volviese mi interés a la conversación. - ese tal da Vinci le pagó el doble a la nobleza por realzar su nombre y tener mayor fama ¿cierto? ¿Te pagaron algo extra esta vez? – Esto parecía una broma de mal gusto, pero las voces de allá arriba conversaban en un tono suave, uno que detallaba claramente la frustración en los cambios de tono, esos tonos que solo eran audible para mí por estar a sus pies y en completo silencio, en una habitación donde no debería haber nadie. Si esto era cierto, entonces estos hombres estaban aprovechando un buen negocio al costo de nuestras vidas, a coste de nuestro tiempo y talento, cosa que a ellos no les costaba remplazar por otros necesitados de "una buena oportunidad para vivir". Ya lo pillo, ahora todo encajaba. A la nobleza le encantaba usarnos a su antojo y levantar su nuevo imperio económico a coste de las vidas necesitadas de pobres, inocentes y desesperados.

          «Venganza...» Quedé en silencio al escuchar una voz que me susurró al oído, haciendo que una ansiedad despertara dentro de mí sin sentir nada raro, frustrante o extenuante, era como si todo estuviese bajo control dejando de lado mi impresión, como si siempre hubiese estado allí en silencio al igual como hago yo con mis labios y palabras con la gente que me rodea, callo, pero allí estoy. - ¿Venganza? ¿Cómo podría vengarme de tantas personas tan poderosas? – Me pregunté a mí misma dejando de escuchar por completo para sumergirme de lleno a mis pensamientos. Quedé en silencio esperando la voz de mi cabeza, pero nada ocurrió, hasta que al suspirar y cerrar los ojos, una amalgama surrealista de todo lo que había visto en estos días invadió de nuevo mi mente sin orden ni piedad, incluso de cosas que no había visto antes, algo tan grotesco que mis vellos se volvían como escarpias al sentir que esa imagen, la que quedó después de toda aquella amalgama, parecía tener vida dentro de mí. Me detuve a pensar con más calma cuando la veía moverse lentamente, enfocándose y desenfocándose al otro lado de los ojos. Hace días había vuelto a revisar las habitaciones cuando me aseguré de estar sola en casa, y tomé el valor de ir a ese cuarto con cortinas color vino, y para mi sorpresa, no estaba ni el hombre enfermo ni las cortinas. Era una habitación oscura sin rastros de haber tenido a alguien allí en años, pero había algo adicional, bajo la cama yacía un bosquejo de lo que parecía un hombre con cabeza de cuervo hecho de líneas imperfectas digno de un pulso tembloroso, se podría decir que era una obra casi caóticas dispuesta sobre un papel arrugado y viejo. Muchos hacían comentarios sobre "el cabeza de ave", pero nunca presté atención por ser rumores que algunos cuentan, y porque sus narraciones eran paupérrimas.

          Abrí los ojos alarmada por un ruido seco que me sacó de mis pensamientos, un caballete cercano se había caído. Me incorporé quedando sentada en la cama con la mirada fija al cuadro que yacía allí, en medio de la soledad. Observé todo a mi alrededor sintiéndome indefensa una vez más, un sentimiento que no había vivido a lo largo de los días y que pensé que había quedado atrás; pero no, estaba aquí conmigo. El miedo ahora era realidad pues era imposible que algo se cayese por sí solo en un lugar donde en todos estos días nada había pasado. Vi a la trampilla, estaba cerrada, y nadie pudo haber bajado por las escalinatas o su crujido me habría alertado, saltarlas era imposible por lo alto y el ruido que haría un cuerpo al caer. Quedé alerta aunque no pasara nada por largos minutos y aunque intentase de estar tranquila y de convencerme que nada pasaba era completamente imposible, ya que pensar lógicamente era peor: lo mínimo que pudo causar que aquello se cayese era una rata, y eso era lo peor que cualquier cosa. Comencé a sentir escozor por todo el cuerpo carcomiéndose por los nervios, me rascaba y acariciaba la piel para apaciguarla mientras con la mirada clavada en el suelo vigilaba y rastreaba cualquier pista que me llevase hacia aquel asqueroso roedor. Recogí las piernas hasta estar sentada sobre ellas y esperé sin dejar de ver al suelo, especialmente hacia el montón de caballetes que inundaban el sótano, pero estaba muy oscuro como para ver más allá.

          Fui por la vela que tenía y traté de encenderla para poder ver qué había bajo los caballetes, y allí estuve hasta que de pronto dejé de ver seguido de un tirón desde el cuello que me tumbó sobre mi espalda y una fuerza me llevó a arrastras fuera de la cama hasta el suelo de piedra. Desconcertada llevé las manos a la cabeza que estaba cubierta por una textura similar a un saco de patatas, alguien había conseguido entrar y cubrir mi rostro, alguien me quería llevar a quién sabe dónde. No hice preguntas, solo me quejé y alcé la voz tratando de pedir ayuda, pero ese alguien cubrió aún más mi boca y me siguió arrastrando hacia las profundidades del sótano entre los caballetes, los sentía rozar mis piernas pero al intentar agarrar uno o tropezarlos con los pies, ya no estaban. En el forcejeo mi cuerpo perdió poco a poco la resistencia y las ganas de luchar, como si mis movimientos fuesen mucho más pesados por más que intentase de moverme y zafarme de sus manos. Había algo en la bolsa, algo muy aromático y fuerte que hacía picar la garganta y molestaba al inhalar. Algo andaba mal, realmente mal; aquello no hizo más que facilitar mi traslado, pudiéndome cargar sin mostrar resistencia ni que fuese un problema más. Sentía los pasos tambaleantes pero constantes y sonidos que parecían disolverse en la nada, solo entonces todo se volvió monótono y distante. Me comencé a sentir mareada y desorientada, ya no sabía si estaba acostada o no y si realmente todo esto estaba pasando.

          Mi cuerpo se sentía pesado y la mente se mantenía ligera, a tal punto que solo mover la cabeza me producía nauseas por no saber dónde estaba y por las variopintas sensaciones que sentía entre el cuerpo y la mente. Mis sentidos solo ayudaban a empeorar la situación, no tenía control sobre ellos, se agudizaban algunas veces y se ausentaban en otras tantas, no obstante entre todo ese caos habían dos que se mantenían en un mismo estado y que podía identificar: siendo la primera mi estado físico, podía sentir mi cuerpo inerte yaciendo sobre una superficie fría y sólida que me impedía mover los brazos y los pies; y la otra era parte de mi percepción, sentía el cuerpo helado, mis labios secos al igual que mi garganta y los ojos fuertemente cerrados con algo que los envolvía hasta la nuca. Darme cuenta de aquello ayudó a que el resto de los sentidos poco a poco fuesen organizándose por sí solos dejando de lado muy lentamente el caos agotador que succionaba la cordura logrando ahora escuchar mi respiración y a los lejos ruidos que, con sutileza, despellejaban el control dejando al desnudo los instintos. A veces identificaba pisadas que luego se confundían con pozas en agua y el agua se volvía en gotas, de gotas a golpes y chirridos metálicos similares a las puertas al cerrar o a las cadenas al agitarse y golpear contra el suelo, y de aquello a sollozos que parecían viajar de un lado al otro. Todo esto me parecía familiar, como si lo hubiese vivido antes de una forma más sutil o quizás fueron historias que alguna vez escuché. Este ambiente era extraño, parecía que todo sonido rebotase de todos lados, y que algo proviniese de todas direcciones, y eso mientras más lo asimilaba, mientras más lo pensaba y lo rebuscaba entre los numerosos recuerdos, más me aproximaba al resultados, hasta que finalmente di con él: un recuerdo que variaba desde hace pocos días, hasta uno con diez a once años de diferencia. Este lugar era como el túnel que va de camino a las ruinas de Florencia, o como meter la cabeza dentro un enorme jarrón de barro y escuchar su profundidad. Era idéntico a lo que una vez me padre me relató una noche al lado de mi cama, entre la luz de las velas observándome acostada bajo la manta para dormir: «aquel lugar era el único donde tus respiros regresaban hacia ti como voces de algo que no podías ver ni sentir, hasta ese momento. Era como despertar bajo tierra, en una cueva a la que nadie se atrevería a bajar ni siquiera a buscarte, y donde la oscuridad consumía tus sentidos. Ese maldito lugar donde el abismo te llamará por tu nombre, es el final de lo que muchos llamarían como vida, y a lo que yo llamo la desolación de piedra». Suspiré una vez más al recordar el porqué el sonido envolvente se había vuelto un temor casi incomprensible desde entonces, especialmente por lo que ocurrió poco después, cuando la niña Agnese metió mi cabeza en un jarrón de barro donde se me quedó atascada hasta que lo rompieron. Ahora todo estaba claro, incluso sabía en dónde me encontraba sin siquiera saberlo en realidad.

          Sentía con la punta de los pies un suelo de piedra gélido y húmedo, al igual que el aire que entraba por la nariz, un aire frío pero viciado. Al hacerlo me di cuenta ya estando más consciente, que mi garganta dolía con solo forzar las cuerdas vocales. No podía hablar ni gritar por más que lo intentara. - Vaya vaya, pero si es Eleonora Francesca Adalberone. – Me dio un vuelco al corazón al escuchar mi nombre completo de forma tan inesperada y siniestra por su tonalidad burlesca de su voz nada apropiada para esta situación tan desconcertante que no hacía más que intensificar mis nervios. Pude identificarla pero no recordaba de dónde, me era muy familiar por aquel tono burlesco, elegante y varonil. Era incapaz de girar el cuello, de siquiera hacer el intento de mover la cabeza, algo la sujetaba y un dolor punzante recorría la columna. – Es una grata sorpresa tenerte por aquí. Debo de admitir que te sobrestimé por aquel semblante tan sumiso y gentil que mostraste esa tarde en la Siena. Parecías trabajadora, callada y obediente, una trabajadora esplendida e inigualable para tu edad, de esas que callan y asienten con la cabeza. Por eso me sorprendió saber que te desanimases tan rápido de esta maravillosa oportunidad que iba a cambiar tu vida para bien. – Ese tono para los monólogos también lo había escuchado antes y por dentro sabía a dónde iba a llegar sin siquiera saber qué quería y a qué se refería, si yo había trabajado todos estos días con solo horas de descanso, no había desaprovechado la oportunidad ni en un solo momento, al menos hasta que supe la trampa que ocultaban estos malditos burgueses. - Ah... así que no sabes lo que ocurre. - Acertó de pronto, al parecer había leído muy bien mis muecas, tal como si lo hubiese expresado con palabras. - Qué típico, te imaginaba más original. Actuar como si no fueses la causante de tantas irregularidades estos últimos seis días faltando al trabajo no te ayudará ahora, niña. Y mucho menos cuando intentas jugar con fuego, ¿qué dices? ¿A qué fuego, dirás? Te refresco la memoria. Varios testigos decían ver pasear por la ciudad a una chica joven y pordiosera pidiendo dinero y revendiendo la comida que le otorgábamos a los trabajadores. ¿Te suena de algo, ah? – No podía decir nada, pero estaba realmente confundida, yo había trabajado todo este tiempo, y mucho menos había intentado algo semejante. De pronto me tomó por la barbilla y la alzó un poco causándome dolor por dentro y por fuera, parecía contemplarme, pero yo no podía devolverle la mirada. - Te daré una oportunidad, solo una. Dime por qué hiciste esto y menospreciaste la gran oferta del gran Lorenzo Médicis, y tendré compasión de ti. ¡Vamos, habla ahora! No querrás que te cuente lo que vendrá sino lo intentas.

          Estaba un poco alterada tragando saliva varias veces y tratando de decir alguna palabra, dolía y debía ignorar cómo la garganta parecía desgarrarse por dentro. - Y-y-yo-o... yo - Las palabras comenzaban a fluir con dificultad intentando de parecer serena ante tantas adversidades. - N-no, no he hecho, hecho nada. Hee-e traba-jado e-en todo, todo este ti-tiemp-po. Pi-pintando cua-cuadros. - La voz me temblaba muchísimo tanto por los nervios como por el dolor dentro y fuera de mi cuello.

          - Y, ¿por qué hacías cuadros, querida niña? Si tu trabajo fue designado y acordado en la catedral, ¿me equivoco? – Esto era un interrogatorio, ahora entendía qué pasaba. Me mantuve en silencio mientras retomaba fuerzas para hablar, y las palabras del guardia retornaban a mí una vez más: «Si faltan al trabajo por razones no anunciadas por la nobleza serán llevados ante el "Magnífico Lorenzo" para así prepararlos para el interrogatorio y de ahí aplicar una penitencia de corrección elegida por los grandes» eso era lo que ocurría ahora, y de hacerlo bien quizás mi castigo sea obviado, pero había un problema: no podía revelar a Agnese ni nuestro trato, ¿qué debería hacer? ¿Asumir la culpa o traicionarla? - Y-yoo, me sen-sentí m-muy mal, la, la altura, n-no podía. Así-que, que hice c-cu-cuadros p-para-a traba-jar yo- Una tos súbita calló mis palabras lastimando aún mas mi herida garganta, no pude hablar más después de aquello me era imposible pronunciar algo más con semejante afección, por ahora. El sujeto soltó mi barbilla dejándome toser quedándose allí frente a mí, pues ni un paso dio después de aquello.

           - Ya veo, ya veo. - Comentó en voz baja tras pasar el ataque de tos. – Todo ha quedado muy claro ahora, y es una lástima que desaprovecharas esta segunda oportunidad. - Traté de hacer el menor ruido posible y quedé expectante ante lo que él tenía que decir. Le había contado todo y resguardado el trato con mi amiga, ¿qué había hecho mal? - Así que eras tú quien vendía los cuadros entre los suburbios, ¿eh? Qué curiosa y pequeña comerciante emprendedora resultaste ser, usando los recursos que prestamos a los artistas por sus servicios. Pensando quizás que nadie se daría cuenta. Una pintura más, una pintura menos, un lienzo gastado, pigmentos vaciados. No importa, "si después de todo la nobleza puede comprar más y más" ¿no es así? - Su tono se volvió muy sarcástico y me estaba dando muy mala espina, algo más había pasado estos días y al parecer yo había dado pistas falsas que necesitaban. Antes mi caso era aislado, ahora parece se entrelazó con otro al que yo no tenía nada que ver. Negué con la cabeza desesperadamente, mientras algo goteaba de entre las comisuras de mis labios. Él solo respondió con una risotada y unas palmaditas sobre mi hombro desnudo bastante suaves de un principio, para luego se volverse rudo hasta el punto de tomarlo en la última palmada y presionarlo tan fuerte que sentía cómo sus uñas me atravesaban la piel. - Aaahh, Eleonora. Te prometo que la pasaremos en grande. - Unos pasos comenzaron a escucharse, pausados, pacientes pero decididos resonando en toda este lugar que parecía no tener salida. - ¡Anda mira! Pero si ya han llegado los "animadores". ¡Oh! Es verdad, no puedes ver. Déjame echarte una mano.

          El hombre se inclinó hacia mí y posó sus manos tras mi nuca, buscando el nudo que sostenía aquello que me aislaba de mi visión. - Ya casi estará. Resiste un poco. - Lo trataba de desajustar mientras movía bruscamente mi cabeza lastimándome con aquello que sujetaba mi cuello, me di cuenta que era algo similar a un collar, algo que hacía presión y que aferraba el cuello a la silla de metal, y presionándome contra eso. En medio de su forcejo y mi lucha por respirar escuchaba pasos que se aproximaban desde algún lado, era complicado ubicar la dirección por aquel sonido envolvente al que no estaba acostumbrada a escuchar, ese "eco" como diría Agnese, que estaba segura que si estuviese conmigo también se sentiría igual, estar amarrada sin poder ver y con un sonido tan errante en semejante y desconocida habitación que parecía tan descomunal, donde varios sonidos iban y venían de todos lados, todos los que antes presenciaba y trataba de relacionar, y ahora estos que por su procedencia y volumen podía intuir que estaban muy cerca de nosotros. El sonido de sus pisadas parecían andar sobre pozas que estaban esparcidas apenas por la habitación, unas más lejos y otras más cerca; algunas veces golpeaban con las puntas del calzado objetos que salían despedidos desde sus pies rebotando sin parar una, otra y otra vez, hasta pasar por más pozas y chocar contra las retiradas paredes que conformaban este cerrado lugar, donde los sonidos eran libres y las personas presas de otras. Solo así me di cuenta que uno de esos pasos se había detenido frente a mí, mientras que a lo lejos una zarandeada y rechinamiento de un algo metálico me hizo entender en dónde me encontraba, sin siquiera verlo ni por un momento, seguido de un golpe estridente que rebotó hasta la profundidad de mis oídos acompañado poco después de un breve chasquido fácil de identificar, tan fácil que me dejó sin aliento: una cerradura y un pestillo. - ¡Listo! ¿Mejor?

          Parpadeé varias veces tratando de enfocar las figuras borras que apenas podía presenciar, y que por un momento me hicieron creer que estaba ciega, amplios matices de manchones negros me rodeaban, siendo el más oscuro la habitación de piedra negra, pues hasta el suelo tenía el mismo tono sin importar que la luz sobre mi cabeza se reflejase en él. Un manchón carmesí llamó mi atención, uno que estaba justo frente a mí, resaltando en lo más alto brillos dorados que se movían con él, como cabellos rubios. - ¿Sabes? Es una verdadera lástima que seas tan escuálida y ausente de pechos. – Despreocupado tocó mi pecho plato, presionando los pequeños bultos que conformaban mis senos, aquellos que cabían con facilidad en su palma y no parecían moverse por más que se esforzase. Los presionaba con fuerza causando dolor, escapándosele de entre los dedos cuando trataba de estirarlos. Gracias a ese tacto brusco y a unas palmadas que sentí en el muslo, muy cerca de las caderas pude percatarme que estaba desnuda ante él. No podía bajar la mirada y solo podía ver mis manos al final de los reposabrazos. - Quién diría que ser joven produciría tal decepción, o quizás no deba echarle toda la culpa a tu edad y solo seas una chica desnutrida, un saco de huesos que nadie quiere, ni más ni menos. Al parecer no va a servir de nada usar esto después de todo. - De la oscuridad se mostró algo curveado que se cerraba y abría haciendo ruidos metálicos. Era una gran pinza roja y caliente al rojo vivo que desgarraría un seno común como mantequilla. Mi vista estaba mejor, por lo que pude ver la figura con claridad algunos segundos. Cerré los puños y contraje los dedos de los pies al igual que muchos músculos de mi cuerpo, no podía moverme, y no sabía qué hacer. - Pero tranquila, ellos se encargarán de arreglar este pequeño problema y darte algo mejor. - Llevé la mirada imprecisa y temblorosa al rostro de aquél hombre vestido de carmesí solo para encontrarme con el rostro que me recibió en las afueras de mi casa en la Siena. Sonreía muy ampliamente, y esta vez, al contrario de la sonrisa que me dedicó esa tarde, esta era asquerosamente sincera. De reojo veía algo más al frente un poco más a mi izquierda, y al tratar de enfocarle me vi cara a cara ante un gran y frío rostro de cuervo pálido con sombrero negro casi tan alto como aquel hombre, de un pico tan largo y grueso que se podía comparar fácilmente a un antebrazo y con la punta afilada y de metal pulido dirigida hacia mis ojos. Sus cuencas negras, enormes y cristalinas reflejaban mi figura desnuda ante la única luz que había en este húmedo y oscuro lugar, con mi rostro estupefacto y paralizado grabado en las que podían ser sus pupilas. A su lado estaba otro bastante retirado de nosotros que no me hubiese percatado de su presencia si no fuera por haber dirigido la mirada al otro ya que se camuflaban bien con las desoladas y negras paredes de este calabozo. Estaba preparando algo que no podía ver por la posición en la que estaba aquel extraño ser y por la rigidez de mi cuello, pero podía escuchar lo que hacía, frotar algo con fuerza contra el metal una y otra vez. Este se detuvo cuando mi mirada se posó en su nuca, y en la misma posición giró la cabeza contemplándome con enormes cuencas rojas como ojos y con su cara negra de un profundo mate. Un calor invasivo estaba siendo bombeado desde el pecho alertando al resto de mi cuerpo a estar atento ante aquellos engendros que parecían vivir entre las sombras, preparándome sin saberlo para algo que iba a pasar. - No te preocupes Eleonora, - La mano del hombre carmesí tomó mi puño cerrado cubriéndolo con facilidad y con una sádica ternura acariciando mis nudillos con su pulgar. - estaré aquí contigo en todo momento. Mientras te cuidan "los redentores del pozo".

          Resollaba y temblaba al mismo tiempo, a veces en orden y en otras volviéndome un caos descontrolado, sudando a tal punto de no dejar agua para mi boca ocasionando que poco después mi lengua se pegase al paladar. Eran los hombres cuervo del bosquejo. El sujeto con rostro de cuervo blanco sacó de entre sus atuendos negros algo similar a un látigo pequeño con espuelas colgando de sus múltiples puntas de metal curveadas como patas de cuervo. El sujeto carmesí se apartó de mí dejando el paso libre hasta mi silla, y al llegar este se quedó estático, observándome fijamente durante prolongados períodos de tiempo en los cuales solo se dedicaba a tensar cada vez más las cuerdas del látigo y tocar una y otra vez las espuelas con la punta de sus dedos cubiertos. Mis ojos no sabían a qué apuntar, si a sus manos forradas de una tela gruesa y negra, o a su rostro pálido de ave muerta con cuencas negras que reflejaba mi rostro demacrado y golpeado. Escuchaba al otro sujeto mover cosas que no se podían identificar y que estaban tiradas frente a la pared, gotas y gotas cayendo desde el techo incesables, una y otra vez, y respiros serenos mostrando un falso sosiego al mezclarse con el ya presente aullido del abismo.

          - Te gusta tomarte tu tiempo, ¿no? - Comentó el hombre carmesí irrumpiendo en el silencio con su escandalosa voz, tratando de apresurar lo que sea que iban a hacer, estaba impaciente; pero aquel sujeto, ese ser extraño que estaba frente a mí absolutamente inmutable, se limitaba a persistir, clavando sus cuencas ausentes de vida en mis ojos en un absoluto silencio. Llegué al punto en que mi mente trataba de hacerme creer que era una estatua, que no haría nada más, que todo estaría bien y que regresaría a casa tranquila y con su figura tatuada en mis recuerdos. Inhalé angustiada y cerré los ojos en busca de un alivio al son del inconsciente ingenuo que negaba la realidad, intentando de no ver hacia aquel horrendo y perturbador ser que ahora tenía en frente y que sin importar que le viese o no, que cerrase los ojos o me tapara la cara, aquella cosa o ser se mantendría conmigo atravesando mi frente o párpados con las cuentas cristalinas y profundas al igual que los pozos de agua en busca de mis ojos.

          - N-noo-o - Gemí escapándose las palabras de los labios hinchados y agrietados que se lastimaban con solo moverlos. Tras escuchar un breve roce llevé la mirada una vez más hacia su rostro y vi que su brazo estaba ya alzado por sobre su cabeza, ese donde empuñaba el látigo. Se detuvo con solo mirarle eternizando mi angustia otros largos minutos más. - Cuando parpadees, será el momento. - Comentó el hombre carmesí seguida de una risotada corta y contundente. Gimoteaba al intentar respirar otra vez, y otra vez, y otra vez, y una vez más, sin saber qué hacer ahora que mis ojos estaban por volverse cristalinos si llegaban a no cerrarse por traición y permanecer así hasta cansarlo, empero, aquello nunca pasaría. Sentía cómo de a poco los ojos comenzaron a molestar secándose la humedad que los recubre haciéndome lagrimear con el escaso viento que oscilaba por los pozos. Mordí mis labios arrancando pellejos de heridas ya abiertas al sentir las lágrimas recorrer las mejillas y que los ojos incitaban a vacilar, amenazando con cerrarse aumentando el peso de los párpados gradualmente. Me estremecí tras un suspiro profundo de angustia y temor, un deje del autocontrol cuando el dolor era notable y las últimas lagrimas estaban activando el reflejo de los ojos, ya era inevitable, no podía hacer nada más. Al cerrarse los apreté al igual que los dientes fortificando mi concentración para soportar el dolor. Y aquel verdugo no tardó ni un momento en golpear el látigo contra mi piel, sin piedad ni miramientos. Clamaba sin palabras al ser golpeada por aquella cosa que afligía un dolor profundo y que cada vez se volvía mayor por los desgarros que causaban el retirar cada gancho rasgando la carne para luego volver a golpear. Ahogaba los gritos que me volvían la garganta en un verdadero infierno ardiente y me obligaba a volver a toser aún más empeorando todo lo que ya estaba pasando, mi cuerpo se resentía por dentro y por fuera. Aquel ser desalmado golpeaba especialmente en los costados y en el pecho, pero a veces los ganchos se desviaban al rostro, a las piernas y los brazos. Los sonidos tanto de golpes como de quejidos se escuchaban como alaridos en este lugar consumido por la agonía y la desolación. Nadie podía hacer nada por mí. Tal y como me lo describió mi padre aquella noche.

          El sujeto dejó de golpearme con el látigo pero no abrí ojos hasta que sentí que se apartaba de mí. El cuerpo parecía palpitarme de dolor como si estuviese envuelta en fuego, mientras que la sangre fluía como lava hirviendo. La mirada nublada volvió al igual que el desconcierto pareciendo que por un momento estaba en el piso o todo estuviese de cabeza a mí. El constante golpeteo de metales se detuvo, y tras dejar un objeto pesado en el suelo nuevas pisadas se encaminaron hacia acá, y esta vez ambas figuras, tanto el hombre carmesí como el engendro del pico blanco se posaron a mi lado como guardias cuyo trabajo era observar a su reina, o como cuervos acechando desde las alturas; el otro hombre con cabeza de cuervo negra era quien caminaba ahora observando con sus cuencas rojas entre las tinieblas, siendo lo único que se destacaba de él en medio de la lobreguez. No sabía qué esperarme, pero ya mi mente se destruía a sí misma con solo imaginar que esto apenas estaba comenzando. Nadie dijo nada pero ya lo sabía, sabía que esto no terminaría aquí. El engendro finalmente fue iluminado por la única luz de la habitación, aquella antorcha que estaba en la pared sobre mi cabeza, y a pasos ligeramente cojos, sin detenerse, llegó hasta mí. Bajé la mirada al ver que algo portaba en sus manos cuando la lumbrera de la antorcha reflectó su luz de vuelta a mi rostro, un objeto alargado de metal que detuvo mi respiros en seco y olvidándome del dolor que se esparcía por dentro y fuera de mi piel, para luego luchar en salir de aquí, braceando y pataleando sin conseguir que las ataduras que me aferraban a esta silla se zafasen ni un poco. Aquel de cuencas escarlata, casi más monstruoso que el anterior, portaba unas tijeras tan enormes y de un filo tan reciente e insuperable que podrían cortar un brazo si tuviesen la fuerza para ello. Sentía nauseas, mareos y dolores punzante atravesándome el pecho hasta los pulmones. Tragué saliva mientras las lágrimas volvían a recorrer el mismo camino que ya conocían por mis mejillas, y comencé a sentir frío en los pies y palmas de las manos que estaban húmedas al igual que algunas zonas de mi cuerpo. Este, se acercó con esas cosas apuntando hacia mi rostro, todo esto sin apartar las cuencas rojizas de mí, mientras que de reojo veía la amarillenta pero impecable sonrisa del hombre carmesí, complacido por lo que veían sus ojos. Desde que le conocí en la Siena pude sentir una enfermiza fijación hacia mí y que se comprobaba con la forma en que me veía y trataba, sabía que le excitaba verme así, era lo que él tanto deseaba. - ¿Qué ocurre, querida? ¿Por qué esos ojos como vajillas? – Sentía que no podía respirar, como si mis pulmones no pudiesen llevar el ritmo acelerado de mi corazón, como si dentro de poco me fuese a desmayar. Quejidos y murmullos comenzaron a salir de mi lastimada boca cada vez más fuertes y claros, al ver cómo abría las tijeras a pocos centímetros de mi nariz y que ese sutil movimiento recorriese su brillo por el resto de mis ojos. – Yo n-no, no he hecho nada malo. He tr-trabajado, he trabajado todos estos dí-días, n-no ¡ Yo nooo! - Mi voz se quebró seguido de un llanto frenético y doloroso. El sujeto con las tijeras las retiró del frente para posarlas esta vez sobre el puño de mi diestra, afincando cruelmente la punta sobre la carne. Mis dedos ya estaban escondidos bajo la palma desde hace rato, y ahora se estaban cerrando tanto que las uñas me herían la piel. - ¡Noo! ¡Con ella pinto y trabajo! ¡La diestra no! ¡¡LA DIESTRA NO!! – La tos volvió una vez más salpicando esta vez mis muslos con sangre, mientras que un poco más resbalaba por las comisuras de mis labios mezclados con saliva, no pude hablar más. El hombre carmesí cubrió mi boca finalmente con una prenda empapada mientras gimoteaba convirtiendo así mis lamentos en jadeos silenciosos e igual de sonoros y mucho más agobiantes que antes. Al presionarla contra el paladar y contra la lengua pude saborear una horrenda mezcla entre vinagre y alcohol, uno tan concentrado y fuerte que al escaparse por sí solo a la garganta ya causaba arcadas y aumento en la tos. Cada trago era horrible y cuando no podía hacer más lo dejaba escapar rebosando por las comisuras de mis labios. El hombre carmesí lo volvió a empapar y así continuar causando daños a las heridas que desconocía en el interior de mi garganta.

          El hombre carmesí, satisfecho tomó mi diestra y con fuerza obligó a que mi sudado y tembloroso puño intentase de abrirse. - Colabora Eleonora, o él se hartará de esperar y te cortará toda la mano. - Negaba con la cabeza jipiando y presionando los ojos con todas mis fuerza, mientras lentamente abría la mano, la cual fue recibida de inmediato por el filo inferior de la tijera bajo el índice y el anular, justo en los nudillos. Eso me destrozó los nervios, sollozaba descontrolada siendo víctima de múltiples reacciones que era incapaz de controlar, sofocándome con el líquido y estremeciéndome en la silla que me atrapaba en esta pesadilla. Ya había perdido el control absoluto de mi cuerpo. Había llegado al límite de mi cordura. Sentía el sudor recubriéndome, pasando por las múltiples heridas combinándose con la sangre y aumentando el dolor de las mismas y resbalándose por el rostro mezclándose con las lágrimas y junto con la baba y los mocos que deslizaban desde los labios hasta la barbilla volviendo mi apariencia mucho más vergonzosa y miserable de lo que ya era. Noté que el hombre con las tijeras se apartó un poco de la silla al igual que el hombre carmesí sobresaltándose de repente, el otro se mantuvo en su sitio, viendo como un calor húmedo se esparcía desde mi cadera hasta las piernas, hasta rebosarse por los bordes goteando casi a chorros y empapado por completo mis tobillos y pies. – ¡Eleonora, por favor, niña! ¡Mantén la compostura como una señorita, arg! - Se quejó asqueado, pero yo solo podía sentir mi cuerpo estremecerse entre violentos temblores y llantos sofocados por el trapo húmedo que cubría mi boca. Sentí una mano adicional acariciando mi diestra. Era el sujeto con pico negro y cuencas rojas que se volvía a incorporar a su posición, el portador de las tijeras. – Tiene hermosas manos, ¿verdad? Dignas de una artista. Debes estar contento en que serás tú quien acabará con su belleza. ¡Ah, y por cierto, Eleonora! - Apartó las tijeras de mi mano, y tronó sus dedos cuyo sonido rebotó por toda la habitación. El sujeto de cuencas negras y pico blanco se alejó y fue hacia donde le señalaba el hombre carmesí. Fue lentamente hacia allá, tomándose su tiempo. - Antes de proseguir, que, sé que será imposible que puedas concentrarte y leer después de nuestra sesión; quisiera mostrarte algo que te encantará. - El sujeto volvió portando un pergamino y una pequeña vela para aumentar su legibilidad, y lo abrió frente a mis ojos acercando el papiro lo suficiente como para poder ver aún con las lágrimas cubriendo mis ojos; era la lista de asistencia, y mi nombre solo tenía dos marcas, la misma que agregaron cuando asistí y la otra, en el día prometido por Agnese, las demás estaban en blanco contrastando con la puntuabiliodad de los demás trabajadores. El nombre de Emilio estaba allí también, un poco más abajo del mío, solo pude localizarlo porque llamó mi atención la única marca que tenía de asistencia. Sin embargo, y volviendo a mi caso, Agnese no regresó al trabajo en la catedral después del día prometido, me había mentido. Ahora entendía su silencio, el por qué no mencionada nada de sus días y el motivo de estar tan apagada y distante en comparación a otros días. - Debía decirte que ya sabíamos que habías faltado y solo queríamos saber qué estuviste haciendo. Creo que hemos sido muy pacientes contigo, esperando tantos días para que te reincorporases, ¿no crees? – Esto solo me hacía sentir peor, traicionada y abandonada aquí como un trapo usado en manos de este loco, y de estos dos "engendros" del pozo. – Ahora, ya que terminamos con el papeleo, - El "engendro" portador del pergamino sacudió la vela apagándola y recogió la lista para dejarla de nuevo en algún lugar de entre tanta oscuridad. - prosigamos por dónde íbamos entonces, ¿vale? - Al escuchar las tijeras abrir de nuevo fue suficiente para volver de nuevo a la agonía. Una vez más las tijeras fueron ubicadas bajo el dedo índice y anular, muy suavemente. - Seré amable, querida, - Acarició mi rostro empapado y pellizco la mejilla con todas sus fuerza. - contaré hasta diez ¿sí? Después de todo, es tú primera vez, y los tres tenemos que ser amables contigo. – Negaba con la cabeza, enloquecida, agitada, tratando de mover las manos pero no podía cerrar de nuevo el puño, pues, estaba firmemente sujetado por ellos, mientras tanto iniciaba la cuenta regresiva muy lentamente. Él sonreía al ver mi desesperación, al verme llorar y sufrir sin siquiera haber pasado el número diez: la forma más primitiva del pánico y la desesperanza, demostrado con temblores y sudoración excesiva la fragilidad de la mente y el cuerpo. – ¡No tiembles tanto! ¡¿No ves que te pueden cortar más dedos por accidente?! O quizás toda tu mano ¿por qué no? – Se detuvo en siete solo para decirme eso, para luego proseguir desde el cuatro.

          Ahogué lamentos entre lloriqueos y cerré los ojos con todas mis fuerzas, casi comparable con el trapo con vinagre y alcohol que mordía justo en el momento en que el filo tanteaba mi piel por ambos lados presionando sutilmente los huesos con su filo justo cuando pronunció el "uno". No ocurrió nada, pero el filo seguí allí, apretando y soltando solo un poco, y aumentando de manera gradual, no sabía cuando los iban a cortar y así se prolongó la espera durante largos y contados segundos, llegando incluso a varios minutos. Desconcertada pero temerosa abrí los ojos temblorosos solo para ver los tres rostros frente al mío contemplándome a más no poder, y él, que portaba en esta ocasión un traje carmesí, me mostraba orgulloso todas sus piezas de marfil, engullendo mis opacos iris en sus grandes lagos circulares de cristal celeste, mientras que los otros con cuencas enormes en lugar de ojos parecían absorber mi alma al solo ver mi reflejo en el vacío. Escuché las tijeras cerrarse seguido de una presión en la mano. Fue rápido, inesperado y tan violento que no sentí más que eso. Atónita enfoqué a mis dedos los cuales se vestían de rojo lentamente, salpicando incluso en las tijeras que apenas se separaban de mi. Ahogué un grito de impresión sin creer lo que había pasado, comenzando a sentir el dolor punzante tras comprender que ya me faltaban dos dedos y que ya solo quedaba una herida abierta a carne viva. El engendro de cuencas rojas y rostro negro tomó mi mano y la cubrió de un paño empapado que apestaba a alcohol y vinagre que con solo tocar la carne sentía que la quemaba por dentro y por fuera. El dolor se hizo insoportable de inmediato, no solo por el trapo empapado que se teñía de rojo, sino por los nervios, tendones y huesos que se resentían ante el filo que arrasó con todo a su paso. Esto solo era un repudiable círculo vicioso, intentaba tomar aire entre la tos y los sollozos al restregar el trapo húmedo no solo por la herida de la mano, sino por los múltiples desgarros que se esparcían por el torso y las piernas. De pronto el otro ser, el de pico blanco, tomó mis dedos tirados en el suelo y los metió en un saco de bolsillo. – Tranquila, - El hombre carmesí volvió a "consolarme" con su sarcasmo y a reconfortarme en su sadismo. Acarició mi sudado y magullado rostro con su mano ensangrentada por mí. No podía sentir calma, y menos con ellos en frente. - que aún están comenzando.

          Sin perder tiempo el del pico blanco sacó de sus prendas una aguja curva como garra de ave la cual pasó por un paño de alcohol para desinfectarla para luego proseguir y posarla sobre el fuego de la vela, observando cómo poco a poco se pintaba de rojo, sabía lo que iba a hacer y no era tranquilizador. Sin embargo, impaciente, el otro, el portados de las tijeras curvas, se agachó frente a mí y limpió mis piernas y tobillos con el mismo trapo sucio de sangre librándolas de la orina que las recubría, hasta quedar limpios, casi impecables y sin dejar que pisasen de nuevo en el suelo húmedo, tomó de nuevo las tijeras, y las posó bajo los mismos dedos en el pie izquierdo. Yo ya no podía más, ya no podía soportarlo más. Agobiada traté de de resistir el resto de las torturas, que repetían los mismos procedimientos que con la mano, pero mis ánimos sucumbieron por completo. No podía hacer nada, y por más que intentase gritar nadie vendría a por mí, ni siquiera Agnese lo haría. Ya no tenía fuerzas de nada, solo de seguir luchando y tratar de no desmayar, mi más grande temor era imaginar lo que estos harían si perdía la consciencia. Y lo peor, es que estaba segura que hubiese sido peor si tan solo fuese una mujer de grandes senos.

          Al verme tan apagada ante el conteo regresivo, el hombre de carmesí empezó a golpearme para que sufriese más, pero no podía, estaba en un estado en que volvía a ver nublado. Me golpeaban en el abdomen y a veces en el rostro, pero ya solo de mis labios salían quejidos ahogados y débiles. - Córtale los dedos y acabemos con esto, pero también corta otro más, el del medio. - No sentí más que otra una presión rápida pero más dolorosa que la anterior, porque a diferencia de aquella vez ahora estaba alerta y sabía que lo harían pronto. Sin demora, la aguja incandescente pasó por mi piel quemando la carne tras coser las heridas que estaban abierta y no solo la de mis extremidades que fueron las primeras que atendió el cuervo blanco, sino que adicionalmente también cosió aquellas que no podía ver que cubrían la mayor parte de mi torso. El hombre carmesí, incansable, me tomó por la barbilla muy suavemente cuando terminaron de coserme y viendo a mis ojos de mirada borrosa y apagada por el peso de mis párpados me murmuró muy de cerca cuando las malditas aves se apartaron de mí limpiando sus herramientas. – Escúchame bien, niña: te gustaba "pintar" ¿verdad? Jeje, de ser así, pongamos a prueba tu talento y con tu nueva mano digna de una profesional: tienes cinco días a partir de mañana para terminar diez cuadros. ¿Me entiendes? Diez grandes y gloriosos cuadros. ¿Y sabes lo que pasará si no lo logras? Nos encontraremos aquí una vez más y entonces, repetiremos esto otra vez y durante más tiempo, pero con toda tu preciosa diestra, quizás así aprecies el arte al aprender a pintar con la zurda otros diez cuadros. ¿Te parece? ¿Te gusta la propuesta? – Me negué con la cabeza y el cuello adolorido se resintió ante tal movimiento brusco. - ¡Escúchame primero, perra! – Recibí otra bofetada cuyo estruendo hizo voltear a los engendros del pozo. Sin embargo de mis labios no salió ninguna queja, esto no dolía tanto en comparación a mis heridas. – Queda poco óleo en los almacenes, y ¿adivina quién tiene la culpa? Y más te vale que uses lo necesario o menos. De todos modos tienes una salvadora, la señorita Agnese Olivietti dijo que compró lo necesario para ambas el día en que nos conocimos, lo recuerdas ¿no es así? Pero una cosa te voy a decir, y espero que me escuches con atención: - Giró mi rostro muy bruscamente hacia él tronando varias vertebras del cuello causándome mucho dolor, especialmente por estar en la misma posición por quien sabe cuánto tiempo. - Ni se te ocurra contarle esto a alguien, ¡a nadie! Ni siquiera a tu amiga. Porque te juro que seré el primero en saberlo, y de ser así, mi niña querida, joven, escuálida, miserable y guarra Eleonora, - Sus ojos claros parecían estacas de hielo, de esas que cuelgan del techo en invierno apuntando directo a mis ojos, sin ser capaz de apartar la mirada - descubrirás lo que hay dentro de los sacos.


          Volteé lentamente hacia el cuervo de cuencas negras cuyos pasos se aproximaban a mí, arrastrado algo que parecía producir varios chillidos al unísono. Sentía que me iba a desmayar. «No, eso no, ¡por favor! ¡¡ESO NO!!» No podía hablar sin embargo mi voz resonó dentro de mi cabeza casi tan vívido que creí escucharme de verdad. A una distancia prudente ese verdugo alzó el saco, pudiendo ver cómo se movían millones de bultos por dentro, chillando y chillando miles y miles de escorias con patas. Miles de ratas negras. El hombre vestido de elegante carmesí se acercó para susurrarme al oído una frase que por sí sola me estremeció. – Y eso no será todo. Llenaré tus cosas con pulgas, y las enviaremos a tus padres. Pulgas cosechadas por estas plagas inmundas. - La imagen del hombre enfermo tendido en la cama volvió a mi cabeza, haciendo que mi corazón se detuviese por un momento y mis ojos se abriesen como huevos volviendo una vez más varios días en el pasado; ese sentimiento que sentí esa noche al ver a ese hombre, y aquellas palabras que me dedicó con su voz ausentes: «No creas ni una palabra», ahora lo entendía a carne propia, algo ocurría tras todo este trabajo lleno de mentiras y falsas esperanzas, algo que no pude entender cuando leí sus labios. Volví a quejarme y negar con la cabeza a pesar que los músculos del cuello me doliesen, no deseaba que le pasase lo mismo a mis padres. Él sonrió complacido, reflejando el fruto de su crueldad en sus grandes dientes al contemplar y tocar mi cuerpo adolorido por completo, de arriba abajo y cada rincón, maravillado y apartando el sudor que goteaba desde el rostro hasta los rincones más inhóspitos. Era como si yo fuese su trofeo viviente más preciado, o alguien que quisiera dañar y tener a la vez. No era capaz de comprenderlo. – Así me gusta. Dulces sueños, señorita Adalberone. Nos vemos en cinco días y veremos si mereces otra corrección. – Un golpe en la boca del estómago me privó de toda reacción y aliento cortando la respiración súbitamente, seguido de otro más. Sentía que me iba a caer de la silla, pero estaba amarrada a ella. Vi por última vez el maldito rostro de ese hombre, cuyas muecas guardaré para siempre con rencor y repetiré entre maldiciones.

No hay comentarios:

Publicar un comentario