Ou yeah... ou fuck *dandole nalgadas a todos y cada uno de los lectores, sin
importar que tengan 80 años o si son nuevos en el blog*
Jajajajaja ¡¿Qué taaaal?! No, no me he muerto, ni tampoco contraté a alguien para que escribiese por mí. Llegué de nuevo al blog. Estaba con pocos ánimos y poca inspiración... aunque intentase escribir no me salía NADA, ni siquiera un cuento infantil de esos "facilongos". Pero hoy es diferente, si señor. Les traigo algo bien bueno que me pasó hace unas noches.
Tuve un sueño bastante raro y hardcore, y quisiera compartirlo con ustedes, tal como pasó en esta entrada anterior [Sueño cambiante - Aquello que llegó del mar], pero este viene mejor, si señor, viene más siniestro que nunca. Espero que sea de agrado y que también disfruten la portada, hijos de su madre, no saben lo mucho que tardé en hacerla.
Pero primero que nada, quisiera informarles una cosilla, es posible que esté medio ausente, pero no dejaré el blog de lado, incluso ahora estoy preparando otra entrada diferente. Tal como las antiguas entradas que hacía, un poquito de paciencia, que se viene buena, muy buena. Mientras, les deleito con un poco de literatura Katsuosa, soñada y sentida, tal cual se describe. Nos vemos muy pronto. Besos y abrazos~
EMERALD OBSESSION
A veces, la curiosidad o la simplicidad de una pregunta
pueden ser la puerta que induzca a una serie de eventos desafortunados
enlazados a su respuesta. Porque tú y yo sabemos, que lo más simple puede ser
complicado. Pero nunca lo sabremos si no damos el primer paso.
¿Cuál es tu color favorito? ¿El amarillo? ¿Rojo… tal vez? O
quizás… el verde. No importa cuál sea la respuesta, este llevará siempre a lo
mismo. O al menos fue así en el caso de la chica de esta historia que vengo a
relatar. Ella veía lo que quería, y sentía lo que nunca existió. Era como si el
mundo girase a su propio ritmo, haciendo que ella fuese en el sentido
contrario, casi por naturaleza; como dos engranajes.
Su nombre era Amber, una joven preadolescente común, con
una vida normal y una familia también normal; pero abusar de la normalidad
siempre trae alguna consecuencia casi por defecto, tendría que tener su
contraparte; y sí, ella lo tenía, una muy pequeña a la vista de todos… pero de
grandes magnitudes dentro de su joven mente. Amber, amaba el verde con pasión,
en todas las gamas y matices que pudiesen existir. Ese color, para ella, era un
deseo, la llama de la euforia que carcomía desde sus adentros, el néctar de su
más íntimo frenesí, el cálido tacto de la vida y el sentir. Eso significaba
para ella, a tal punto que ya no importaba lo que le regalasen. Estaba cegada
en sus placeres y conformismo, todo tenía que ser simple, pero solo debía
cumplir un solo requisito; ser verde.
Carcajadas, gritos de eufóricos y un torrencial de aprecios
provenían de ella al recibir cualquier cosa con dicho color cubriendo su figura.
Pero esto era algo sin importancia para todos, a nadie le interesaba; y así
siguió siendo para todos, ignorando los altos y anormales niveles de excitación
que convertían a la chica en un remolino viviente. Era común… “¡pero si es
normal!” decían todos, “pronto se le pasará”.
Amber amaba algo más en la vida, algo que casi alcanzaba los
empinados y aberrantes niveles por su gusto por el color verde; actuar y jugar
con sus juguetes, a pesar de ser casi una adolescente. Era un pasatiempo muy
inmaduro en sus inicios, pero a los pocos años la vida no derrochó su talento, obligándola
a dejar de lado sus elaboradas actuaciones dentro de las cuatro paredes de su
pequeña habitación; para estar de pie sobre la tarima de un teatro dirigido por
un viejo amigo de su padre, quien tras pensarlo mucho decidió hacerle un favor
a la humilde familia.
Con el tiempo aquel viejo director de teatro, se percató
del talento que guardaba la joven Amber en su extraño comportamiento, ese
entusiasmo, esa espontaneidad; sin duda, ella había nacido para estar en un
escenario, pero el trabajo más difícil era crear disciplina en medio del caos,
para así pulir aún más sus habilidades. El camino para el señor no fue sencillo
pero los resultados fueron satisfactorios, y económicamente una inversión
aprovechable. Ahora Amber presentaba su propio Show infantil de marionetas,
llamándolo muy alegremente como “El Show Esmeralda”, y adoptando el seudónimo
de “Esmeralda”, siendo el personaje y figura principal.
Una vez que ella salía al escenario se transformaba en una
maravilla, tan sublime que era fácil encariñarse con ella cuando abrazaba su
papel sobre el escenario; tanto así que, él, secretamente, se sentaba en todas
las actuaciones tras los telones recogidos y escuchaba con atención la obra de
la joven; cerraba los ojos y se dejaba llevar por las melodiosas frases
recitadas por aquella dulce y alegre voz que tanto identificaba a Esmeralda;
acompañada también de la de sus múltiples y peludos personajes ficticios que la
acompañaban, las marionetas, que, adicionalmente, todas sus distintas voces
provenían de la propia chica. “Era toda una estrella”.
Ella acostumbraba a presentar obras muy ridículas e
infantiles, pero abriéndose paso de igual manera por el sector de la comedia,
sin importar la falta de sentido lógico que abundaban en sus temáticas; este
cambio extraño e inusual hacía que la gente, muy extrañada, quisiera escuchar más
de lo que tenía que ofrecer ésta loca y alegre chica de verde.
Una vez que su show casi terminaba ella acostumbraba a
tomar el tiempo restante para interactuar con los niños, que era su público
principal, su objetivo. A veces se sentaba a platicar con ellos, y en otras,
los invitaba a jugar a la tarima unos minutos, todo con la ayuda de su
marioneta más conocida y preferida por ella; le llamaba con un tono muy dulce:
“Cola de Espinaca”. Era todo un conejote, grande y verde, cachetón y de una
sonrisa atrapante con los dos dientes delanteros sobresaliendo de sus peludos
labios. Las orejas eran proporcionales al tamaño, enormes y pesadas, mientras
que su cola era grande y espesa, de un tono verde espinaca. Pero, lo que más
resaltaba del señor Cola de Espinaca, aquello que le hacía sobresalir y dejar
al público atrapado en su esponjosa figura, eran sus ojos amarillos, saltones y
vidriosos, aquellos que eran capaces de reflejaban el brillo de cualquier luz
cercana.
Lo más extraño de ésta marioneta tan simbólica para el
show, era que daba la sensación que estuviese vivo, por los ojos, la figura, y
la voz chillona que Amber usaba para hablar por él, y aunque era ilógico pensar
en ello, con el solo hecho de estar allí sentado frente al escenario, en plena
oscuridad, y contemplar cómo el conejo pasa sus enormes y vidriosos ojos hacia
tu asiento, para finalmente infiltrarse por mirada hasta tu mente, solo por detenerse
largos segundos intercambiando miradas contigo, una muy insípida, fría e
interminable mirada, como si de verdad estuviese consciente que estás allí, y
le que observas. Solo así aquellos ridículos pensamientos se disipan, y ese
momento pasaría a ser, quizás, el intercambio de miradas más incómodo que
tendrías durante toda tu vida. Aun así, inexplicablemente, a todos los niños
les parecía encantar el señor Cola de Espinaca.
La fama de Esmeralda fue grande, y al cumplir las metas
aquel viejo director más que satisfecho y contento con los logros, decidió
ampliar sus ambiciones, llevando ésta vez a su estrella por una gira por el
país, para luego ir a países vecinos. El éxito de Esmeralda no era la última
panacea del momento, pero su personaje, al igual que el show, alcanzó gran
reconocimiento en su país, y vecinos. Por ello, Amber resaltó aún más su
seudónimo, pintando su cabello de un verde limón, haciendo que su ánimo
aumentase nuevamente a niveles muy desproporcionados, insostenibles e
indomables. Amber intentaba de controlarse en público, pero una vez que estaba
en soledad se sumergía en un frenesí sin fondo al verse en el espejo, acariciar
su cabello y su cuerpo, volviendo todo un enfermizo y creciente fetiche
inconsciente.
El hombre viejo que le auspiciaba no se tomó la reacción de
la joven a mal, siempre y cuando mantuviese su control en público. Él notaba el
aumento de su desempeño y sabía que esto podría ser la catapulta al estrellato,
esto podría ser hacer realidad sus sueños antes de morir, en donde Amber,
conocida como Esmeralda, daría más de sí misma… y le daría gran renombre al
anciano… curiosamente, y tal como podría esperar, así fue. En el escenario no
solo agradó a los niños, sino también a los jóvenes y adultos, por diferentes
motivos, apariencia, personalidad y una chispa nueva, un atractivo hipnotizante
a los sentidos, como si transmitiera sin palabras su íntimo disfrute. Todo era
excelente, a tal punto que podría llegar a la magnificencia.
La última parada de Amber, fue en Aguascalientes México,
donde su actuación la realizó como siempre, pero esta vez tendría una sorpresa
para todos, y este llegaría al final del show. Con el pasar del tiempo y la
maravillosa obra que realizó, más pronto que tarde llegó el momento de la interacción
con el público. Esmeralda bailó con los niños, se bajó del escenario a bromear
y comentar cosas graciosas con los adultos y jóvenes, hasta tirar de alguno de
ellos para llevarlos al escenario, donde se burlaba con comentarios del señor
espinaca hacia la persona, hacía reír a todos los que estaban sentados. Hasta
que finalmente, Esmeralda, fue hasta el principio del escenario, lo más cerca
que pudieron estar del público, para una vez más y por última vez en su gira,
hablar en paz con la gente del público que tanto había disfrutado esa noche,
pero con el conejo sentado en sus piernas. La sorpresa llegó en ladridos, y un
pequeño cachorro apareció desde el telón hasta el escenario, corriendo hacia
Esmeralda. Ella, lo tomó con cuidado con su brazo libre y se sentó para
concluir su show.
- Hoy este perrito será de uno de ustedes… - Comentó con
mucha serenidad tomando al perro con su mano libre, mientras que los niños
comenzaban a emocionarse, gritando “¡a mí!” desde sus asientos. Esmeralda
negaba con la cabeza mientras continuaba. - …Es el animal más fiel que
podríamos encontrar en este mundo, además de dóciles y fáciles de domar, pueden
llegar a ser la mejor compañía durante toda la vida. Pero tienen que tener en
cuenta que a veces suelen morder... ¿Verdad Cola de Espinaca? – Preguntó
dulcemente al conejo verde que estaba sentado en sus piernas. Pero lo observó
extrañada al notar que no había una respuesta espontánea del conejo - ¿Qué
ocurre señor Cola de Espinaca? – Preguntó una vez más, acentuando su tono curioso
y agudo, mientras acercaba su rostro al conejo. Sonreía, pero en su mirada se
notaba algo de preocupación. El conejo, de mirada gacha no respondía aun, hasta
que levantó la cabeza lentamente para ver al público.
- No quería que nombraras a los perros Esmeralda. No me
gustan… - Respondió muy triste y asustado al sentir al perro en el otro brazo
de Esmeralda. Se tapaba la cabeza con los brazos haciendo que volviese a
agachar la mirada. – Tengo miedo a que me muerdan… y sé que muchos de ustedes
me comprende ¿Verdad niños? – Levantó la mirada con sus ojos saltones viendo al
público, obteniendo una respuesta afirmativa de algunos niños de la audiencia.
- ¡No hay problema señor Cola de Espinaca! Esmeralda les
devolverá la confianza de esa noble y tierna mascota ¡Confíen en mí! –
Exclamaba ella con emoción, acercando al perro a Cola de Espinaca, posándolo su
hocico cerca de la oreja del peluche.
- ¡NO! ¡Saca a esa cosa de mí! – Chillaba Cola de Espinaca,
desesperado y moviéndose con brusquedad, haciendo que Esmeralda apartase al
perrito para protegerlo y le abrazase con el único brazo que tenía libre.
- ¡Tranquilo Cola de Espinaca! ¡Por favor! – Exclamó, casi
como una orden, y con mucha serenidad. El conejo se calmó y así ella volvió a
acercar al cachorro a las orejas del conejo nuevamente, y éste no le hizo nada,
solo olfatearle - ¿Ves? Solo quiere jugar contigo, Cola de Espinaca. Quiere que
tu... ¡Y todos ustedes, niños! Sean sus amigos – Su tono volvió a variar. Sonrió
observando la sonrisa automática que se dibujaba en su público y para luego
volver al peluche, que ya tenía la mirada puesta en ella, con aquella enorme y
permanente sonrisa. Ella dejó al cachorro en sus pequeños y rechonchos brazos
sin dejar de sonreírle ni apartar la mirada de sus vidriosos y saltones ojos –
Los perros son tiernos, juguetones y muy valientes… - Retomó una vez más su
monólogo – Pueden salvar vidas sin pensar en ningún momento si tienen que dar
la suya a cambio. Pero también, muchas veces son miedosos y frágiles tras vivir
algo que les haya aterrado. Por eso niños… tienen que tener mucho cuidado con
ellos, recue…
- ¿Y si nos muestras un ejemplo, Esmeralda? – Le
interrumpió el conejo verdoso, dirigiendo lentamente su cabeza hacia ella, una
vez más – …De cómo evitar que un perro sea cobarde… - Dijo con inocencia, una
inocencia más allá de lo infantil, incluso, más allá de su propio significado.
Sus ojos no se apartaban de los de Esmeralda a pesar de ya tener muchos
segundos en silencio.
El público también sucumbió ante él, dejando un ambiente
incomodo que Esmeralda decidió prolongar un poco más, mientras hurgaba en su
bolsillo con su único brazo disponible. Aquel ambiente se llenaba de suspenso,
no solo por la ausencia de habla de Esmeralda, sino también de lo que se
tardaba en hurgar en el interior de su bolsillo. Tanto era el suspenso, llegaba
a tal punto, que hasta el propio director de teatro se asomó sigilosamente
hacia el escenario, para ver qué había ocurrido ¿Por qué tanto silencio?
- Una demostración dices… ¡Esta bien! – Sacó de su bolsillo
un encendedor, mostrándolo al público con orgullo, mientras sus propios ojos se
clavaban en el objeto, ignorando por primera vez al público, como si aquel
encendedor tuviese algo más, algo hipnótico – Solo una demostración pequeña,
Cola de Espinaca; que ya pronto los niños tienen que ir a sus casas a dormir, y
este perrito debe quedar en manos de alguno de ellos.
La voz de Esmeralda se escuchaba una vez más, con aquel
tono dulce e infantil que le caracterizaba, pero, esta vez, había algo más que
algunos adultos pudieron presenciar; algo que se alejaba mucho de la inocencia,
algo que no andaba bien del todo… por eso algunas pocas familias decidieron
retirarse en ese instante, con mucho disimulo e intentando callar a sus hijos
que aún querían ver el show, tirar de ellos o incluso cargarles para finalmente
salir de la pequeña sala de teatro. Pero era normal, y nadie lo había tomado
como una mala señal, ni siquiera el director de teatro, que aún estaba asomado
entre los telones del escenario; era muy tarde y algunos niños ya tenían que ir
a dormir, tal como había informado Esmeralda. En cambio, ella no se había
percatado de esto, ya había dejado de prestarle atención al público desde hace
ya unos largos minutos.
- Sujeta al perrito, Cola de Espinaca, y te demostraré que
buena criatura es… todo se basa a la costumbre, se debe acostumbrar al perrito
para que sea valiente de grande. – Le pidió al peluche con algo de impaciencia,
mientras iniciaba la llama en el encendedor, para acercarlo al perro lo
suficiente para que él pudiese verlo. Pero aun así a una distancia respetable
para el animal. Éste solo veía la llama, más no reaccionaba ante ella.
Esmeralda le observó con curiosidad y sonrió levemente – Aun no podemos
completar el experimento, porque el perrito no siente nada ante la llama. Habrá
que acercarlo un poquito más.
Esmeralda acercó la llama hasta que los bigotes del perro
sintieron el calor, solo ahí fue cuando la criatura reaccionó apartando el
rostro de la llama hasta temerle, pero ella le ayudó para que no temiera, no le
apartó el encendedor, hasta que el animal se tranquilizara pero mantuviese una
distancia prudente del fuego. Esmeralda sonrió con satisfacción y retiró el
encendedor del cachorro. Giró hacia el público con una sonrisa, aun con el
encendedor en mano y abrió sus labios para concluir con su experimento y el
acto. Pero quedó petrificada al ver de nuevo la llama que aún se mantenía. La
observaba de tal forma que no borraba la sonrisa que aún conservaba en sus
labios. Ella quería ver al público, ya era consciente que estaba en medio del
escenario, pero, pero la llama, la llama le pedía un poco más de atención. Un
último acto. Y ella, como Esmeralda, debía culminar su Show, tal como debía de
ser. Sus sentidos en ese momento se consumieron y no escuchaba los
aplausos provenientes del público, solo escuchaba su acelerado corazón.
El público estaba comenzando a suspirar de alivio, y otros
comenzando a aplaudir, pero su tranquilidad se convirtió en centenares de gritos
ahogados cuando Esmeralda volvió con la llama hacia el perro, y sin dar tiempo
de reacción, posó el encendedor en los ojos del animal quemando sus pestañas
hasta afincarlo más y más, llegando al interior del ojo del pobre cachorro que
chillaba, lloriqueaba y aullaba de dolor, clamaba de piedad entre su agonía,
mientras su ojo y mitad del rostro era carcomido por la intensa llama. El dolor
del animal llegó hasta la carne de los presentes, taladrando los tímpanos,
invadiendo muy rápidamente el instinto de cada adulto presente, volteando
helados hacia el escenario y ver el rostro perdido de la chica, ya no era
Esmeralda. Antes de que la gente pudiese reaccionar, mientras que apenas se
preparaban para incorporarse fuera de sus asientos y correr hacia el escenario;
todos pudieron apreciar a Cola de Espinaca, sentado sobre las piernas de la
chica con mucha tranquilidad, sujetando con mucha fuerza al animal, y lo
observaba con aquellos vidriosos y saltones ojos que brillaban con el
resplandor de la llama que cada vez se hacía más grande, esbozando la
permanente sonrisa cocida de siempre.
Los gritos de los niños se unieron con los chillidos
del animal, haciendo a los adultos reaccionaran de la hipnótica escena. Muchos
hombres y mujeres se levantaron de sus asientos, corriendo hacia el escenario
para intentar detener a Esmeralda, mientras que otros, más preocupados de lo
que presenciaban sus hijos, los tomaron de las manos y salieron a toda
velocidad del teatro; mientras que los adultos restantes estaban a punto de
abalanzarse contra Esmeralda, para arrebatarle el encendedor y el animal de sus
manos. El director de teatro, horrorizado, apenas estaba comenzando a dirigirse
hacia la chica, si saber que hacer primero, estaba entrando en una crisis
mientras corría. No sabía si protegerla de los furiosos adultos, o detener a
todos, en un ambiente que poco a poco se volvería más agresivo en medio de los
gritos de los niños que aún estaban sentados y de los quejidos del animal,
mientras una pequeña cantidad de humo salía de sus grotescas quemaduras.
El anciano había llegado primero que el resto de los
adultos, y la sujetó de ambos brazos desde la espalda, forcejeando para que
separara los brazos y que se levantara. Ella perdió el encendedor en medio del
forcejeo pero no al cachorro, que estaba bien sostenido por Cola de Espinaca,
que temblaba cada vez más, aplicando fuerza contra la criaturita. Su rescate,
aunque oportuno, no llegó tan pronto como el anciano lo esperaba, porque ya los
demás adultos habían tomado de las piernas a la chica, mientras otros subían al
escenario, dando saltos impresionantes, motivados por la adrenalina, corriendo
para rodearles, apartar al anciano y arrebatarle al animal de las manos de la
chica.
Ella fue golpeada entre el desespero para que soltase al
cachorro, al igual que al anciano por intentar de protegerle, pero ella parecía
no sentir nada, seguía hipnotizada, viendo al techo, hacia el telón, que
inesperada había sido consumido por el fuego. Todo el escenario rápidamente
comenzaba a incendiarse, sin perdón. Las llamas no demoraron en arropar todo, y
a todos los que estuvieron sobre la tarima. Las gigantescas lámparas de
iluminación cayeron sobre las personas, el fuego llegó hasta los asientos y
varias explosiones provenientes de la parte trasera del escenario se escucharon
a los pocos minutos. Todo había sido a causa del encendedor que había caído en
algún lugar inflamable, en alguno de los materiales del escenario, o cerca de
las telas que cubrían el mismo, y nadie se había dado cuenta hasta que ya todo
estaba fuera de control.
Mientras tanto, Esmeralda, yacía en el suelo del escenario,
viendo todo el desastre en una paz e indiferencia difícil de entender, rodeada
de cadáveres en llamadas, sujetando su fiel marioneta, Cola de Espinaca, que ya
no sostenía al animal, pero protegía su mano del fuego que comenzaba a cubrir
las orejas de la marioneta. Sonreía viendo el fuego, al ver la sangre cerca de
ella y notar como partes de su cuerpo comenzaba a ser arropado por las llamas,
mientras que poco a poco perdía el conocimiento. No era por el dolor de las
quemaduras, tampoco por los golpes de antes, ni la caída, y mucho menos por el
humo; lo que le ocurría a aquella joven en ese momento, era una violenta
sobrecarga de éxtasis le había invadido, impidiéndole realizar una inhalación,
perdiéndose en espasmos de placer.
En un lento abrir y cerrar de ojos, una vez que sucumbió
ante el desmayo, Amber se encontró frente a su reflejo sobre un charco, en un
atardecer lluvioso, frío y muy oscuro. Las gotas de lluvia se reunían y
resbalaban sobre su alto, adulto y esbelto cuerpo, que juntas en un
incalculable pasar de minutos habían formado un gran charco frente a sus
descalzos pies, a donde ella podía ver aquellas imágenes pasando velozmente
desde los extremos del charco, pasando hasta las ondas que hacían los dedos de
sus pies. Todo lo que había visto pasó hace ya mucho tiempo, pero los recuerdos
eran tan vívidos y constantes, que ella frecuentemente sentía que todo volvía a
pasar, cada vez más rápido e inesperado que antes, como el inicio de ese
incendio.
Ella sujetaba un desecho peluche de conejo verde, con
partes muy oscuras y duras, producidas por el incendio; pero de ojos brillantes
y vidriosos. El torso del peluche permanecía rodeado por los brazos de la mujer
que lo abrazaba con fuerza, recostándolo de su pecho. Uno de sus brazos
mantenía cicatrices de quemaduras que le recorrían hasta perderse en la manga,
mientras que el otro permanecía sano e intacto; ese brazo, en el que
acostumbraba a introducir su mano al interior del peluche, para hablarse a sí
misma, y con el que hace tiempo también había hablado a un sinfín de
personas.
Ella solo sonreía con ver las imágenes que pasaban en los
diferentes charcos en los que improvisaba un ballet bastante malo y
descoordinado, pero que expresaba la felicidad que aún sobrevivía en su
interior, y más al ver en ellas su reflejo con detenimiento, donde resaltaban
sus ojos y cabellos de verde limón. Al terminar se sentó en una piedra para
ponerse sus zapatillas, pero de vez en cuando llevaba la mirada hacia sus cicatrices,
le encantaba contemplar con asombro su hermosa piel, que desde entonces, estaba
cubierta por una delicada capa verdosa muy clara y fina; era casi tan verde
como el fuego y los rayos del sol.
Si… lo era y es algo que ella nunca compartió. No
comprendía cómo la gente decía que el amarillo, rojo, naranja y rosa, no eran
otros tipos de verdes, es más, decían que no tenían nada que ver con ese color.
Ellos son los que no pueden apreciar los colores, son ellos los que no ven otros
tipos de verde, a nadie le gustaba admitirlo; pero ella se consolaba sabiendo
que ninguno podría apreciar la hermosura y vívido verde que despide el fuego, y
sentirlo en la carne. Después de todo se siente casi tan placentero como el
verde limón, su favorito.
Por más que costara digerirlo, así era como ella veía el
mundo y algunos colores, siendo sus más íntimos placeres. Esa era su realidad, la
única en su mundo. Era donde Amber se llamaba también Esmeralda.