domingo, 13 de marzo de 2016

Los Redentores del Pozo - Prólogo

¡Ey! How are you, cosa rica?

Finalmente he terminado. Después de una semana completa editando y rehaciendo un escrito que ya de por sí era bueno y lo volví mejor. Sé que les va a agradar.

Los Redentores del Pozo, es un escrito que relata la dura vida del pasado de una forma diferente a la que conocemos, como en el transcurso de la historia las personas que guardan los hechos históricos más importantes del mundo decidiesen ocultar pequeños detalles que creemos ciertos. La historia se basa en hechos reales, especialmente en el renacimiento europeo, y convierte lo que conocemos en algo completamente contrario. Una relato que deja de lado las clases de historia para atraparte entre sus líneas y vivir lo que era nacer en medio de las páginas que nunca nadie contará.

No es una historia apta para menos de 16 años debido a su contenido. De lo contrario te recomiendo tener precaución el cuento no te va a comer vivo y no vas a ver nada fuera de lo que ya quizás conozcas en la vida real, pero de seguro te dejará pensando bastante.

La historia original no presenta capítulos, pero los he divido de esta forma para poderlos publicar en el blog. Sin más dilación les presento mi más reciente obra (que hice hace muchos años para un concurso, y que edité para que fuese más actual). Luego les prometo que subiré la portada, no la he hecho.

Temáticas: Hechos históricos - Ficción - Terror psicológico

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Capítulos Siguientes

- Capítulo I - El sendero de los desdichados
- Capítulo II - El florín de sangre
- Capítulo III -  Los redentores del pozo
- Capítulo IV - Recuérdame en tu gloria

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PRÓLOGO
La corrupción de las nubes




            Los helados vientos del este soplaban con fervor, llevando consigo nubes negras que amenazaban desde lo más lejano del horizonte, opacando aún más los nublados cielos de aquella triste tarde en la Siena. Mi rostro era azotado por los numerosos mechones que conformaban mi cabello largo, viendo de vez cuando varios mechones azabaches cubriéndome los ojos tras ser arrebatada la capucha de tela gruesa que usaba para trabajar en días lluviosos o para cubrirme del sol al mediodía. Caminaba de regreso a casa tras pasar toda la mañana y parte de la tarde en el mercado del pueblo, negociando lo último que aun quedaba por vender en casa. Era el pequeño negocio de mi padre, encargado de comercializar alfombras provenientes del exterior, aquellas que, según él, provenían del otro lado del mar; yo me encargaba de viajar todos los días a venderlas junto con los artículos y prendas artesanales que elabora mi señora madre. A pesar de no estar en la miseria, ni bajo "el manto de la muerte", como a muchos en el pueblo, sufríamos por las abundantes desgracias que rodeaban todo lo que una vez llegamos a conocer, y ver cómo los colores de vida se oscurecen hasta volverse tan negros como mi cabello, o quizás un poco más.

          Regresaba a casa a paso lento, pensativa y decaída; ¿qué deberíamos hacer de ahora en adelante? Nuestro pequeño huerto del patio trasero aún no tenía lo necesario para depender económicamente de ello, quizás para nuestra supervivencia con unas cuantas verduras para pasar unos pocos días, pero no sería suficiente. Mi padre cada vez caía más en la depresión al no saber qué hacer de ahora en adelante como el pilar del hogar, como el ejemplo y protector de nosotras; de seguir así la familia estaría igual de miserables que en las interminables historias negras que abundaban en el mercado del pueblo y aquellas que provenían del resto del país. Historias arrastradas desde los más lejanos horizontes a nuestros tímpanos por este tempestuoso viento frío que llevaba días surcando los cielos. Llevaba algo de comida en la canasta y aún me sobraban unos pocos florines en los bolsillos, los suficientes como para escucharse a mi andar, los suficientes como para ver una vez más las amplias sonrisas dibujadas en los labios de mis padres, esas que tanto me complacía ver; sin embargo una vez que estos se terminen, no habrán más sonrisas con el tortuoso pasar de los días, cuando solo queden muecas de dolor y nuestras voces sean interrumpidas por el gruñido constante de tripas hambrientas. Irremediablemente ese sería nuestro destino sino hacía algo para evitarlo, pero ¿qué?

          Comenzaba a tiritar por culpa del frío que se ventilaba entre este vestido viejo que traía desde hace unos pocos días, se podía soportar el sol constante y el calor acosador del mediodía con él; pero no era rival para estas corrientes de aire que ahora soplaban acompañadas de una imparable llovizna, una tan sutil que apenas me estaba dando cuenta de su presencia sobre mi piel. Me detuve por un momento para llevar la mirada a las copas de los árboles que cercaban el sendero, al percibir que sus ramas se movían como si fueran marionetas del vendaval que cruzaba la Siena desde lo alto. Este me envolvió en cuestión de segundos como serpiente, y con una incontrolable furia sacudió mi vestido de tal manera que me hizo dudar sobre la procedencia de tal fuerza, era como si algo quisiera despojar mi cuerpo de lo único que podía darme abrigo. La capucha, sin saber cómo, se zafó de mis hombros y voló hacia lo más alto que pudo llegar, enredándose en las copas de los árboles. Solo allí pude sentir el rocío filtrándose a través de mis ropajes, su frialdad ahora cubría mi piel tan rápido como la inseguridad desde mi espalda.

          Desde allí guiada por mi capucha perdida, pude contemplar el honroso espectáculo de las nubes de tormenta que ya estaban a solo pocos metros frente a mí, cual lobo hambriento, acechándome desde las alturas. Entre su negrura y esos breves espacios de cielo difuminado que se logran apreciar por sus escasos descuidos, pude notar algo en los cuerpos voluminosos de las nubes, una figura que pareció mostrarse ante mí de manera fugaz, tras el estruendo y el destello del primer trueno que impactaba en las lejanías: un rostro deforme y de notable agonía, tan amplio como un lago e inmensidad comparable a las montañas del horizonte; era impactante, pero no tanto como esos ojos con los que devolvía la mirada atónita proveniente de mis temores más profundos, estos se clavaron en mi pecho, y taladraron mis pupilas en ese instante conformado con menos de la mitad de un segundo, lo sentía aún en mi interior a pesar de haberse desvanecido ante mí tan rápido como se mostró. «No creas en esta semana… recuérdame en tu gloria.»  Un susurro apenas audible sopló en el interior de mis oídos, como si el aire cobrase vida y se introdujera hasta el tímpano, lo sentía dentro de mí, allí estaba y prevalecía. Estaba sola en medio del sendero y no escuché nada más en los alrededores, aunque intentase prestar toda la atención restante en aquella situación tan irreal, pero era en vano, las palabras y ese rostro no volvieron en los segundos que estuve allí, plasmada ante su descomunal y aciaga grandeza, bajo la sombra del voluminoso y oscuro cuerpo de la nube y el cobijo de los árboles zarandeados por la furia de aquel que de pronto cubría todo ese vasto cielo de la Siena. 

          - … nora. - Otra vez una voz se apareció ante mí, al momento en que el vendaval siguió su rumbo dejándome allí en silencio con esa voz que parecía traer el viento, pero que no se introdujo en mi oído. Este no era un susurro, y parecía viajar desde la distancia. - ¡Eleonora! – Di media vuelta instintivamente respondiendo al llamado, dirigiendo la mirada a quien fuese que estuviese a mis espaldas, solo para comprobar que era la pecosa Agnese, mi única amiga. – Demonios, ¿qué haces ahí parada como una boba ante la tormenta que se avecina? Y con ese aspecto tan... en fin, vamos a casa, tengo mucho que contarte. - Sin aviso acomoda mi húmedo cabello con la punta de sus dedos para luego empujarme tras posar su mano en mi espalda con mucha delicadeza; así emprendió el paso hacia la misma dirección a la que iba con anterioridad.

          No demoré mucho tiempo en preguntar tras seguirle muy de cerca intentando llevar el ritmo de sus apresurados pasos, a la vez que contemplaba su figura de espaldas a mí, su cuerpo en su húmedo vestido verde oliva que estaba algo sucio por la tierra. Llevaba a su diestra una canasta que parecía pesada, repleta de numerosos sacos de cuero grueso, y no parecían llevar alimentos ¿qué llevará? – ¡No lo vas a creer, Eleonora! ¡Simplemente te será imposible creer una palabra de lo que diré! – Su voz me sacó de los pensamientos, que al igual de la lluvia, empapaba en un nivel casi invasivo mi mente. Miré su nuca durante unos pocos segundos escuchando a la vez nuestros pasos sobre las pozas de lodo, solo para percatarme que ella ya me había atrapado contemplándole desde mi silencio, volteando de reojo hacia mí. Se giró finalmente sin dejar de lado el mismo ritmo al andar y con una sonrisa deslumbrante aunque el sol no estuviese ahora sobre nosotras. - ¡La nobleza ha tocado a las puertas de mi casa! ¡Y van a por ti! – Me detuve en seco aún con la mirada atónita al risueño rostro de Agnese, que contrastaba mucho con la situación que acababa de pasar, me era desconcertante y angustioso.

          - ¿Qué has hecho? ¡¿Nos van a culpar por el robo de la otra vez!? Sabes que era por necesidad, y-yo, nosotras no– Ella me devolvió una mueca de extrañeza iniciaba después una fluida pero breve carcajada que me desconcertó por completo.

          – No, boba, ¿cómo crees que pueda delatarte? ven, te cuento de camino a casa, no perdamos más el tiempo. – Tomando mi mano retomó el paso, aumentando la velocidad poco a poco haciéndome tropezar más de una vez con los montículos de tierra húmeda que se formaban con nuestros pasos; y entre el soplido del viento entre las ramas, ella me fue contando muy entusiasmada lo que le había acontecido.

          Al parecer, la nobleza buscaba artistas talentosos en toda la Siena ofreciéndoles oportunidades laborales a cambio del beneficio para la familia del artista; había escuchado rumores de ello por todo el pueblo, y no pensaba que fuesen ciertos, muchas veces de las palabrerías nacen los mitos.  Según Agnese, la familia Médicis había llegado hasta las puertas de su casa en busca de sus servicios, y ella, sin pensarlo dos veces, había aceptado, además de tener la delicadeza de recomendarme también; le agradecía la preocupación, sin embargo no me convencía del todo. Ciertamente era una oportunidad difícil de negar, especialmente por las desgracias que hemos soportado desde que tenemos memoria; pero, después de sufrir tanto y ver morir a otros, para que de pronto se presentase esto, como una señal de bendiciones traídas del cielo. Era muy bueno para ser verdad, casi irreal. Agnese y yo trabajábamos por afición en las bellas artes, especialmente en la pintura. Era nuestro momento para ser nosotras mismas, desde niñas y siempre que teníamos la oportunidad de elaborar una pintura nos reuníamos en una de nuestras casas, especialmente en jardín o fuera de estos en cercanías al bosque; era divertido, siempre lo fue; solo que para mí solo era eso, una afición, un pasatiempo con el que podía compartir con ella de una forma tan especial, casi íntima se podría decir, una forma de ser yo sin prejuicios, y no una oportunidad laboral. No sé cómo podría tomarlo mi mente desde ahora en adelante.

          - ¿Y si no lo hago bien? – Le cuestioné tras pensar mucho en silencio, escuchando nuestras pisadas sobre los charcos y la tierra mojada; pero Agnese no respondió. Estaba con la vista al frente hacia un desvío del sendero, a lo más profundo y oculto entre los árboles frondosos, justo en frente de nuestras narices.

          Al otro lado de una vieja cerca de madera se apreciaba un corto camino de tierra con piedras planas indicando el camino que llevaban a una hogareña pero humilde casa. Entre las sombras de los arboles relinchaban caballos cafés amarrados a lujosos carruajes estacionados frente a la cerca, los cuales estaban destinados a llevar en la mayor parte de su vida, solo cuando no eran entrenados para la guerra y morir por un bien en común, que supongo que era un destino mucho peor. Al otro lado de la cerca y frente a la puerta de mi casa, se diferenciaban unos cuantos guardias hablando con dos personas de mediana edad, mis padres. Me sentía angustiada de solo verles ahí, no sabía lo que pasaba en realidad allí en frente, pero podía escuchar murmullos de una charla apacible siendo llevados por el viento.

          – Agnese, mejor n-no. Yo, no puedo. - Impulsiva traté de aferrarme de su brazo cuando esta  intentaba de reanudar el paso hacia el otro lado de la cerca, cuando apenas logré diferenciar su pisada en el barro. No sabía qué hacer ahora, solo intentaba de detenerle como podía, esto me daba muy mala espina.

          Se giró, y tomándome de los hombros buscó mi mirada bajo su barbilla; ella siempre fue más alta que yo, o tal vez yo era demasiado baja, y así seguiría. – Escúchame con atención, Eleonora: tú y tus padres están en una situación complicada, tanto como yo, y ésta puede ser tu única oportunidad para salir adelante. La prueba de oro, la prueba del Florín. Solo imagina cuantos florines te darán, solo imagina el orgullo que tendrían tus padres al vivir como deberían y de tener a una hija artista de gran renombre. - Quedó callada para escuchar mis palabras, pero yo solo titubeaba sin decir algo en concreto, escuchaba esos penosos balbuceos entre nuestro silencio al intentar pronunciar algo concreto, algo que contradijese todo lo que ha dicho, algo alejado de las fantasías, pero era imposible, solo evadía y vacilar aquella mirada fija que buscaba mis ojos. Notaba las gotas de lluvia resbalando por sus castaños cabellos casi rojizo y por la punta de aquella pecosa y delicada nariz hasta caer sobre mis prendas, manteniendo el silencio y obligándome sin hablar a prolongar su tiempo. – Vamos, Eleonora, ellos te necesitan, y yo también. No puedo pintar sin ti, y tú sin mí. Lo sabes ¿verdad? – Cabizbaja me escondí una vez más de su penetrante mirada, pero no era suficiente, sentía como atravesaba mi frente con sus pupilas rodeadas de un pozo esmeralda, tan notable que podía verlas incluso entre las tinieblas. 

          Finalmente acepté afirmando la decisión con solo mover la cabeza. Agnese me rodeó entre sus brazos brindándome un poco de su calor, y dando unas suaves palmadas en la nuca al apoyar mi barbilla sobre su hombro, dijo entonces: – Muchas gracias, nunca más te dejaré sola. Vamos. - Se separó de mí y tomando mi mano caminó con decisión hacia mi casa. Me limité a seguirle con pasos tímidos hasta pasar la cerca, pero después me detuve y solté su mano. Ella vaciló un momento sin voltear al sentir su mano libre, pero segundos después continuó hasta llegar frente a un hombre de cabellos claros que resaltaba entre las demás armaduras descoloridas por su brillante y elegante uniforme con tintes carmesí. Era un hombre intimidante, fornido e incluso más alto que mi padre; mientras que Agnese estando frente a él apenas podía llegar a su hombro.

          Intentaba mantener la calma con inhalaciones profundas, pero de nada sirvió; mi corazón dio un salto cuando volví a enfocar la mirada en la puerta de mi hogar y ver a aquel hombre mirándome bajo la luz de las antorchas de sus compañeros, seguido de las pisadas decididas sobre las piedras del sendero. Apreté los puños alrededor del asa de la canasta junto con los dientes tratando de no pisar mi descontrolada lengua que buscaba la forma de distraerme y desahogar los nervios. Tragué saliva con esfuerzo y traté de prepararme para lo que fuera a ocurrir de ahora en adelante, no iba a dar un ni paso atrás. Al estar lo suficientemente cerca pude percatarme que de sus prendas resaltaban figuras con toques de bronce y verde esmeralda, con diseños que parecían provenir de un sueño o de un pensamiento abstracto. Nunca antes había visto a un noble, o un guerrero de alto rango como él, desconocía quién era aquel hombre, pero lo único agradable de su presencia era aquella vestimenta, ya que su altura, fuerza y mirada eran tan intimidantes como la espada que reposaba a la izquierda de sus caderas.

          – ¿Eleonora Francesca Adalberone? – Con una voz grave y directa se dirigió ante mí pronunciando mi nombre completo sin titubeo, ni duda, y con toda la claridad posible; como si me conociese de toda la vida y solo leyese mi nombre, como si fuese mi propio padre. Afirmé moviendo la cabeza con unos segundos de retraso tragando saliva una vez más, los nervios no me dejaban asimilar bien la situación y al parecer por lo que pude notar gracias a la instantánea mueca que surgió de sus labios, aquello le agradaba, y mucho; esa única sonrisa tanto sutil como turbia, decía demasiado, pero a la vez desconocía el significado o la razón de aquel fugaz gesto. – Los Olivetti han hablado muy bien de ti y tus habilidades como pintura. Supongo que la hija menor ya te habrá puesto al corriente, ¿no es así? – No respondí, pero no hizo falta, él continuó con su monólogo. – Su señoría, Lorenzo, el Magnífico, me ha designado la labor de buscar artistas talentosos que puedan cumplir con sus futuras exigencias. A cambio de los servicios a la nobleza, la familia Adalberone saldrá beneficiada con diez florines por cada obra concluida. Pero se debe de cumplir con varias condiciones, como por ejemplo la más importante: nadie debe salir de Florencia, hasta que su señoría le autorice. Además de la responsabilidad que tendrías que asumir; si es que aceptas la oferta, claro está. -  No era que tuviese muchas opciones de todas formas, lo hacía ver como si fuese algo sencillo, algo que se pudiese tomar y dejar libremente, pero con la crisis económica, la hambruna, la enfermedad y la escasez de todo, era algo similar a un “lo tomas o tus familiares morirán en desgracias; pero, eres libre de decidir, claro está”. – ¡Rápido niña, no eres la única a la que tengo que visitar esta tarde! – Dando un disimulado, largo y profundo suspiro, acepté cabizbaja con solo asentir con la cabeza. – Bien. Aquí tienes un pequeño adelanto. – Lanzó un pequeño saco al interior de mi canasta produciendo un sonido metálico al impactar en su interior con la comida que traía, eran florines. – Ahora, tú y tu amiga vayan al pueblo en un rato, partirán esta noche. No pierdan el carretón. - El hombre siguió su camino pasando a mi lado, para ser recogido por su carruaje al cruzar la cerca, los dos soldados que le acompañaban subieron con él tras cerrar la cerca y se perdieron de vista por el sendero que llevaba al pueblo, por la misma dirección de la que veníamos. Quedé allí de pie viendo hacia el sendero casi cubierto por los árboles de la entrada, escuchaba el galope lejano de aquellos majestuosos y fornidos animales en su furioso andar, abriéndose paso entre los charcos de lodo.

          Dando otro profundo suspiro, entre alivio y agobio, di media vuelta y me dispuse a entrar en casa, ya mis padres y Agnese estaban en su interior resguardados de la lluvia, dejando la puerta abierta para que entrase con ellos al calor hogareño que tanto echaba de menos. Dentro, ya dejando la canasta sobre la mesa y los florines bajo las velas, me dediqué a explicar brevemente a mis padres lo que ocurría, era de suponer que no les daría mucha gracia y más aún por algo que no comprendía; bajo la luz de las velas notaba decepción, lo único que resaltaba con claridad entre la lluvia de sentimientos que demostraban a la vez, en ese momento quería que la tierra me tragase, y lo peor era no saber por qué.  

          – Sabía que te consumiría la culpa muy pronto. ¡Tú madre y yo comprendemos por lo que estamos pasando, pero eso no te da el derecho a hurtar el dinero de la casa! – Quedé extrañada ante tal acusación, pero a medida que preguntaba y se incrementaban mis desconciertos, la decepción de mis padres sufría una grave y rápida metamorfosis, tal y como las chispas encienden las fogatas. Los sentimientos pasaron por la indignación, el enojo, hasta perderse en la impotencia, dando pie a que en medio del reproche, mi señora madre diese largas zancas hacia mí para plantar su palma en mi sucia mejilla, resumiendo todo en un golpe seco pero sonoro, un sonido que hizo callar hasta los truenos que provenían al otro lado de las montañas y a mis propios pensamientos. Me giré por reacción para sostenerme de la mesa, mi cuerpo no estaba preparado para una reacción así y casi perdía el equilibrio. - ¡Tú te robaste los florines esta mañana, y a saber en qué lo has gastado, Eleonora! – Clamó, mientras que mi padre observaba de entre las sombras con sus ojos fijos en mí, reflectando la luz de las llamas de la chimenea en ellos, haciéndame sentir la furia que su rostro era incapaz de mostrar, y donde apenas podía ver mi figura también reflejada en ellos. Deseé que mama me golpease de nuevo, solo una vez más para alargar su reacción y quizás apaciguar sus ánimos, pero solo era un deseo fugaz, de esos que nunca se cumplen. Él se incorporó caminando lentamente hacia mí con aquellas pisadas pesadas que hacían rechinar el viejo suelo de madera; y apartando a mamá del medio se mostró ante mí apretando los puños. 

          Mi cuerpo se estremeció al verle, haciendo que las rodillas se les dificultase sostener mi propio peso, estaban temblorosas, al igual que mis manos. - ¡No, por favor, esperen! – Intenté calmar la situación para que su furia se apaciguara, y solo tenía una única oportunidad. – ¡Yo lo pagaré, traeré dinero, mucho dinero, de verdad! Y y-yo… perdónenme. - Costó cargarme con la culpa. Me dejé caer, plantando las rodillas contra el suelo y agaché la cabeza hasta casi tocar la mugre adherida en él. - ¡Por favor, perdónenme! ¡No lo volveré a hacer! – Quería hablar más, pero mi voz llego al punto del colapso, se quebró, y de mi boca no salió más que gimoteos. Realmente no lo entendía lo que estaba aconteciendo, lo que en carne estaba padeciendo. Yo no había cogido nada de dinero cuando salí esta mañana. Mi mente maquinaba por sí sola, a una velocidad casi comparable con las lágrimas que caían sobre el suelo y mis lastimadas rodillas cubiertas por el vestido sucio, intentando de recordar «¿cuándo tomé las monedas?», me preguntaba una y otra vez, pero era imposible, por más que preguntara no había respuesta, ni por error las había tomado de la mesa. – No tomé nada… yo no les hurté nada. -  Musitaba entre sollozos una y otra vez, pero nadie me escuchó, no me atrevía a alzar la voz, pensarían una vez más que miento y eso solo empeoraría las cosas. Papá una vez me dijo con toda seriedad: "en estos tiempos el robo y las mentiras son actos de traición que se pagaban con la muerte". Esas palabras me perseguían ahora, haciendo que temiese por mi vida.

          Sin embargo algo no encajaba, era extraño. Mis padres no eran unos viejos decrépitos, no estaban locos, su memoria era admirable. Si ellos decían que el dinero no estaba allí era porque de verdad no lo estaba. Agnese de inmediato se interpuso entre ellos y yo, y habló. Solo escuchaba murmullos, no entendía nada aunque lo intentase, mi mente estaba en otro lado, sumida en mis propios pensamientos vueltos sollozos. No me levanté del suelo hasta que ella misma me ayudó, me secó y me entregó una canasta con ropa limpia. Era la misma canasta que yo había traído desde el mercado, solo que esta vez con mis pertenencias y mi cuchillo para comer. Estaba recién arreglado, no sabía si fue mi madre o ella misma la que lo había acomodado, ni sabía cuánto tiempo había pasado; solo sentía mi rostro enrojecido y mis ojos hinchados al igual que mi mejilla herida.  Finalmente Agnese se dirigió hacia la puerta haciendo señas para que avanzara, ya no había nada más por hacer, y era lo mejor por ahora, la situación en casa solo empeoraría si me quedaba allí, y quizás, tarde o temprano nuestras vidas corran peligro.

          Giré la cabeza hacia mi familia por última vez antes de partir, mi madre se apartaba llorando con disimulo, escuchando únicamente cuando inhalaba por su nariz evitando que los fluidos chorrease por sus labios, mientras que mi padre se limitaba a observarme con frialdad desde la mesa, a pocos metros de mí. Estaba decepcionado, no lo había visto así nunca, ni en el peor de los casos. – Adiós padre, madre. Volveré con lo prometido. – Murmuré, pero con el silencio que reinaba en la casa estaba segura que al menos él lo escuchó. No esperé respuesta y caminé hasta la entrada. Quería salir de allí, no soportaba más esto. – Cuídala bien… - Escuché a mi padre una vez que estuve fuera, cuando estaba secando las lágrimas que amenazaban con salir. Él dijo algo más, pero el pasar del viento y el movimiento de las ramas opacaron la claridad de su voz en el exterior. – No hay problema, don Adalberone, confíe en mí. Adiós. – Respondió Agnese cerrando la puerta y siguiendo mis lentos pasos hacia la cerca tratando de alcanzarme, pues ya había emprendido sin esperarle.

          – Vaya… ¿Qué fue lo que pasó ahí dentro? – Negué con la cabeza a la vez en que llevaba la mano para abrir la cerca y cerrarla una vez que Agnese estuviese fuera. No sabía lo que ocurrió, pero no importa, ya nada me importaba, solo quería irme y cumplir con mi promesa.


          Me dolía mucho que dudasen de mí de tal forma, y que esto se convirtiese ahora en una obligación para no defraudarles y pagar una deuda de algo que no cometí; aun así, comprendía su desilusión hacia mí. La hija unigénita que tanto amaban les había traicionado, o eso era lo que pensaba. En estos tiempos, un florín no podía ser desperdiciado, la gente cuidaba mucho sus propias pertenencias para poder sobrevivir a la hambruna y la enfermedad. El robo en estos tiempos era lo peor, era penado por la ley, y más si cometía entre familiares. Recordaba casos en el mercado del pueblo, cuando se corría el rumor entre los mercaderes que a "fulano" lo condenaron a muerte sus propios familiares, librándose de un ladrón, que si ya hacía eso con su familia peor sería para el resto, y a la vez se libraban de una boca menos que alimentar. Era increíble que ahora esto me pasase también a mí. Sin embargo, y aunque las lágrimas empapasen mi rostro, y no pudiese apreciar el aire fresco con el aroma de los castaños, sentía mi consciencia limpia; aunque mi mente estaba plagada de incertidumbres, de un peso que no era mío, un peso que hería mi corazón. No tenía cómo probar mi inocencia ante las personas que me amaban. Lo que no podía negar ni dudar era que mis padres tuvieron compasión de mí, y eso solo refleja lo mucho que amaban, pero a la vez reflejaba cuánto les dolía. Solo espero que mi sacrificio pueda servir para reparar su desilusión, o al menos hacerles comprender que yo no sería capaz de hacerle algo a mi amada familia. Ese sería mi objetivo desde ahora.

1 comentario:

  1. Uff que fuerte todo lo que le ha pasado a Eleonora hasta ahora, te felicito es una gran historia, se me hace muy facil poder imaginarme en la piel de la personaje, no me gusto el hecho de que los padres de ella descofiaran de ella por las monedas, aunque si es una historia de terror psicologico sorpresas traeran los proximos capitulos. Saludos

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