domingo, 13 de marzo de 2016

Los Redentores del Pozo - Capítulo 4 [Final]

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- Prólogo - La corrupción de las nubes
- Capítulo I - El sendero de los desdichados
- Capítulo II - El florín de sangre
- Capítulo III -  Los redentores del pozo

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CAPÍTULO IV
Recuérdame en tu gloria


- ¡MAGNÍFICO! – Alguien clamó maravillado resaltando entre una lluvia de aplausos que alborotaban el ambiente sereno. Abrí los ojos tras parpadear una y otra vez, tratando de enfocar la vista con unos ojos hinchados que se resentían con cualquier movimiento, pero no podía ver más allá que unos manchones cafés muy opacos y ausentes de brillo. Era un lugar pequeño, estaba forrado de madera de pies a cabeza, y era tan estrecho como el lugar de carga de una carreta. La cabeza me dolía al igual que todo mi cuerpo, seguido de pulsaciones fuertes en el interior de mis caderas. No sabía qué era lo que pasó conmigo, incluso llegué a preguntarme si había pasado por un mal sueño y también mi consciencia comenzaba a dudar si esto era parte de la realidad o de otro sueño, pero al comprobarlo con solo observar mi diestra y ver su figura incompleta cubierta por las sombras de este lugar, donde apenas pequeños rayos de luz se lograban filtrar por los agujeros del techo; en efecto, no estaba el meñique ni el anular, en su lugar solo habían vendajes con sangre cubriendo la herida cosida. Escuchaba personas cerca de mí, dándome a entender que había entendido lo que mi visión borrosa trataba de construir; aquellos sonido parecían provenir de algún exterior. Intenté moverme de girar la cabeza o de hablar, sin embargo era imposible, no controlaba del todo mi cuerpo y si hacía un sobreesfuerzo el dolor intenso se ramificaba desde la zona y se resentía en las demás. No podía hacer nada. - ¡¿De verdad, usted hizo todo esto señorita Olivietti?! – Era la voz de “el Magnífico” Lorenzo Médicis en persona, y sus palabras estaban dirigidas a alguien de apellido Olivietti. «¿¡Agnese?! ¡¿Era a Agnese?!» Intenté una vez más hacer algo, así que rodé hacia mi izquierda sufriendo las consecuencias, mi cuerpo estaba peor de lo que pensaba. Inhalé profundo varias veces tras cerrar los ojos, intentando de concentrarme para resistirlo. Al abrirlos pude ver por una pequeña ranura en la madera, traté de arrastrarme a ella y contemplar el exterior. Mis ojos se lastimaron ante tal resplandor, pero aún así intenté de ver qué ocurría allí fuera: frente a mí, a una distancia media, estaba lo que parecía una exposición de cuadros rodeados por nobles y con Lorenzo Médicis con sus típicos ropajes llamativos, un guardia vestido de carmesí y Agnese montada sobre una caja de madera en medio de todos exponiendo muchos cuadros, los cuales, a pesar de mi visión borrosa e imprecisa podía identificar algunos míos y aunque los demás no los pudiese detallar por el tortuoso resplandor del sol, intuía que también lo eran. «¡Era, Agnese! ¡Era de verdad Agnese! Vamos, por favor, esta es mi oportunidad para salir de este tormento. ¡Agnese, te lo pido! ¡Ayúdame, por favor! Di que esos cuadros los hice yo, ¡dilo por favor!» Le rogaba en pensamientos, intenté gritarlo, pero solo tosí lastimándome de nuevo. Volví a recuperar la compostura respirando con mucha dificultad. No sabía lo que habían hecho con mi garganta, pero con solo respirar despertaba el ardor en la cavidad hasta el estómago. Si Lorenzo estaba allí, y el hombre de carmesí también, entonces podía comprobar que de verdad estuve trabajando. – Yo... - Vaciló por un momento, sabía que estaba pensando en mí. - ¿No le parece obvia la pregunta, su magnificencia? Jejeje ¡Por supuesto que todo esto fue hecho con mis manos! – Las últimas esperanzas fueron derribadas a pedazos y pisoteadas por mi única y mejor amiga, al igual que mis ánimos. Cerré los ojos lentamente tras dejar escapar un suspiro doloroso de decepción, solo para ocultarme en la oscuridad, alejándome de la grieta, y de donde quiera que estuviese. Cubrí mi cabeza con los brazos y me aferré al cabello tirando de él, gimoteando con voz quebrada y lágrimas formándose entre los párpados. Quería desaparecer, dejar de escuchar esos aplausos que deberían de corresponderme, dejar de escuchar esa voz dulce que tanto me encantaba deleitar desde la infancia. Quería que me dejasen en paz, y parasen de una vez de rebanar mis sentimientos tal como hicieron con mis dedos. Quería volver a casa, y ahí caí en cuenta que no podía. Sollocé ahogando mis lamentos, en un llanto que nunca antes había tenido. Me había quebrado para siempre.

«Oye, Eleo, si llegas a ser reconocida por tu gran trabajo, recuerda mi nombre cuando estés a un paso de tu gloria, ¿sí?», «Acuérdate de mí cuando estés en tu gloria», «Muchas gracias, nunca más te dejaré sola», «¡Tú te robaste los florines esta mañana, y a saber en qué lo has gastado!» «Sí, yo igual acepté el trabajo para ayudar a mis familiares, ya no había dinero en casa…», «De todos modos tienes una salvadora, la señorita Agnese Olivietti dijo que compró lo necesario para ambas el día en que nos conocimos, lo recuerda ¿no es así?» Mi cuerpo se estremecía temblando descontroladamente al escuchar la voces de los días pasados visitándome de nuevo, especialmente aquella que escuché en la tormenta y que volvería para susurrar en mi oído una última vez; incluso sentía el vendaval surcando los cielos arrastrando los aullidos del viento y arrebatándome la capucha de la cabeza para llevarla a las ramas más altas de los árboles, aquellos a los que más nunca me atrevía a montar y las gotas de la llovizna caer de nuevo sobre la piel. Y de pronto sobre mí, aquel rostro deforme y grotesco que se iluminó por menos de un segundo por los truenos y relámpagos del horizonte, diciéndome solo una vez más: «No creas en esta semana… recuérdame en tu gloria.» Mi cuerpo yacía paralizado y con los ojos abiertos como platos saliéndosele las últimas lágrimas hacia el suelo oscuro de madera para romperse cual cristal haciéndese añicos. Comencé a sentir impotencia, una que no cabía en mí, una impotencia que se convertía en enojo, odio y luego en un calor envolvente que hacía temblar mis manos. Sentía por primera vez lo que papá llamaría ira y rencor, tal como me lo había descrito una noche antes de dormir, sobre el monstruo que descansa en nuestro interior y consume nuestros sentimientos.

- ¡Eleonora! ¡Ey, Eleo! – Abrí los ojos como vajillas en lo que pareció un parpadeo, sintiendo los golpes de mi corazón contra el pecho una y otra vez. Me dolía, al igual que en las profundidades de mi pecho, más allá de ese órgano palpitante y físico. Estaba sobre un taburete, con las piernas babeadas por mi propia saliva y frente a mí, nueve lienzos en blancos. - ¡Eleo! Por favor, - Giré lo más lento posible, pues sentía un dolor punzante en cada músculo del cuello y hombros; a mi izquierda hacia la voz, estaba Agnese que tomaba mi mano, mi mano sana, sentada en otro taburete a mi lado pintando el décimo lienzo, uno que no había visto. – Te preguntaba si te parece bien este avance. ¿Qué opinas? – Vi a la obra, un paisaje, uno idéntico a la Siena, solo que esta era demasiado alegre a como la recordaba. Entendí que era una versión fantasiosa de nuestro hogar. – Me pregunto si mis padres estarán bien. - Murmuró  mientras tomaba el único pincel que quedaba. Me sorprendí al ver el espacio a nuestro alrededor, todo parecía más amplio, volteé de reojo para ver hacia tras, «¿Qué ocurrió con los demás? Y, ¿las demás obras, dónde están?» me giraba a todos lados con mucho cuidado, impactada por lo que presenciaban mis ojos. Este sótano era casi irreconocible, las obras se las llevaron y la casa parecía deshabitada en el piso superior, mientras que las ventilaciones parecían más grandes ayudando a entrar mucha más luz. Y al fondo, en el pasillo de dos pasos que parecía descontinuado, ese que ya estaba a la vista por la ausencia de los cuadros y caballetes conglomerados en esa zona y donde dejamos ese colchón infectado de hongos, allí ausente de todo permanecía una piedra enterrada en la tierra, casi tan perfecta que parecía una trampilla sin manija ni aro para tirar. No había prestado atención al suelo aquella vez que fui para allá. Quizás gracias a la oscuridad. 

– ¿Padres, dices?... – Intenté de hablar, aun con la voz carrasposa y con un punzante dolor en lo más profundo de mi garganta, no era mi voz, no me sentía como antes. Mi diestra temblaba ausente de dos dedos y forrada en vendajes con manchas de sangre seca, al igual que mi pie izquierdo con solo dos dedos restantes, pero no solo temblaban de dolor, sino también por mis pensamientos, aquellos que no me dejaban en paz. Veía pinturas que se desvanecían en las paredes y en el suelo. 

– Sí, es normal que piense en ellos todos los días, ¿sabes? Pero, - Giró para verme al igual que yo, con la diferencia que yo intentaba de enfocarme en su rostro y mantener fija la visión. Se quedó en silencio viéndome y reflejando mi figura a través de sus lagos de esmeralda y así se quedó por otros segundos. – sé que estarán bien.

Su sonrisa sutil fue el despertar de pensamientos sombríos, pensamientos que desconocía y no podía explicar. Aquella sonrisa tan tranquila y dulce dibujaban sus labios, aquellos que tanto me encantaban y que fantaseaba con probar, ahora me provocaban una profunda repulsión e impotencia. Me sentí rara por tener esos pensamientos tan variopintos e inusuales, todo era tan irreal, pero no debía engañar a mi cabeza, esto era real. Quedé viendo sus labios, y de un parpadeo ubiqué sus ojos antes de que voltease a continuar con su obra. Me sentí abandonada de pronto, como si realmente no estuviese ahora mismo con Agnese a mi lado, y fuese otra persona más. Pero no, no era así, ella estaba allí conmigo, su aroma, sus ojos, su tamaño y las pecas que se diferenciaban al resto de su piel y cubrían sus mejillas y la punta de la nariz, el lunar de su cuello, la pequeña cicatriz bajo su oreja y por aquella música dulce que ahora tarareaba, aquella que escuché cuando nos conocimos. Realmente era ella. Fue ella quien me acompañó todo este tiempo, quien me siguió en el camino a casa antes de hablar conmigo, pensando quizás en qué decirme. Fue ella quien, en ausencia de otras amistades, pues todos nuestros amigos han muerto, decidió convencerme para que viniese hasta acá con ella. Fue ella quien se llevó el dinero de mi casa en la visita que me hizo el día anterior, antes de salir a vender. Fue ella quien se quedó ante la oscuridad cuando mis padres me acusaban de ladrona. Fue ella quien para tratar de sentirse mejor me hizo una cama de paja, para después traicionarse a sí misma y abandonarme cuando más lo necesité, mintiéndome para hacer cuadros y venderlos en la calle cuando pensaba que iba a trabajar en un puesto al que yo era incapaz de asumir, por mis miedos, y mi propia inseguridad. Siempre fue ella. Bajé la mirada hacia el suelo tratando de librarme de mis pensamientos antes de quebrarme, pero no podía callar mis pensamientos, era incapáz. – Así que fuiste tú. - Musité intentando de levantarme del taburete cubriéndome la boca con la mano y caminando lejos de ella tambaleante, perdía el equilibrio al caminar con un pie herido y ausente de los dedos que soportaban el peso y el equilibrio. Me sentía mareada y con ganas de vomitar, así que traté de volver a la cama. 

– ¿Qué dijiste, Eleo? Hablas muy bajo desde el accidente y estaba concentrada pintando el sol. – No respondí, tocía y escuchaba el aire tratando de entrar y salir de mi lastimada garganta, a la vez en que presenciaba como mi cuerpo lentamente perdía el control. - Debes tener más cuidado en las calles, Eleo, me asusté cuando me dijeron que te atacó un perro. Descansa, anda. Estás muy mal. -  Escuché su voz de fondo mientras veía un papel arrugado entre mis cosas de la canasta. Me incliné tomándolo y lo abrí: era el bosquejo de un hombre cuervo. Me sorprendí al verlo otra vez, haciéndome tragar saliva por los nervios. Ellos existían y vendrían a por mí. La voz del rubio vestido de carmesí apareció de pronto haciéndome ahogar gritos y voltear a todos lados, no había nadie más allí, ni aunque buscase en el techo tratando de ver al piso superior. «Tienes cinco días», «Ni se te ocurra contarle esto a alguien, ¡a nadie! Ni siquiera a tu amiga. Porque te juro que seré el primero en saberlo, y de ser así...»  Abrí los ojos en ese momento viendo hacia la nada, como si se hubiese presentado algo ante mí, pero no era así. Giré hacia Agnese con lentitud contemplando cómo pintaba tranquila y alegre uno de los diez cuadros tarareando aquella canción, la que tarareaba cuando dormía en su regazo. «¿Cómo supo lo de los cuadros? ¡¿Cuántos días han pasado?!» Ella tenía cerca una caja de óleo nueva que aún no usaba, mientras que su alegría y entusiasmo volvían a ser normales, como antes de hacer nuestro trato. Ella lo sabía, sabía del encargo y lo que pasaría si no lo cumplo. Gracias a ella me llenarán de ratas y a mi familia de pulgas. Las malditas pulgas de las plagas y moriremos. Volteé hacia la cama y hacia mi ropa, dándome cuenta entonces que tenía prendas nuevas que no había tenido antes. Con grima descubrí mi cuerpo de toda prenda y me sacudí agitándome por completo, temiendo que fuese demasiado tarde. – Pulgas, pulgas, ¡llenarán mi cuerpo de ratas con pulgas! - Gemía temerosa, temblando a la vez que sacudía las manos por todo mi cuerpo.

El rostro del hombre enfermo apareció junto con sus sentimientos, esos que me transmitió y los que tanto me aterraron, pero que curiosamente ahora me invadían. Sentía las patas de las pulgas subiendo por mi piel, pero no veía nada, ni un solo punto en la pálida piel. Me rasguñaba y sacudía, sintiendo como si estuviesen bajo la piel, pero no, no había nada. - ¡Mi cabello, están en mi cabello! - En un acto de desesperación tomé mi cuchillo para comer corté mi largo cabello hasta más arriba de los hombros reduciendo mi larga cabellera que cubría mis caderas a un corte desigual a nivel de la mandíbula con un corte limpio. Resoplando vi los mechones largos de cabello caer hasta cubrir mis pies casi sin creer lo que pasó y a la vez aliviada. Mis ojos fueron hacia Agnese que aún pintaba tan concentrada que no había notado nada de lo que había pasado. No, me equivocaba, ella no era mi querida Agnese. Aquella niña dulce y enérgica había muerto al igual que mis amigos. Aquel cuerpo casi adulto que estaba a mi lado no era más de un reflejo de lo fue, y ahora estaba corrompida por las plagas y el tiempo. Y solo ella podía delatarme, y yo no podía confiar en ella otra vez. Ella no me delataría y tampoco se robaría mi crédito, nunca más. 

Tambaleando me acerqué y observé su obra una vez más desde la espalda, para luego posar mi mirada debajo de su nuca. Recordando todo lo que pasó y lo que dijo en la exposición, y también imaginándome lo que iba a decir dentro de los días venideros. Ese calor al que llaman ira y ese odio perdurable que se aloja en la memoria al que papá llama rencor volvieron ayudándome a apuntar el filo bajo su nuca. – Quémate con tú cuadro. - Ella detuvo su mano y se quedó petrificada sin voltear al escuchar mis palabras y sentir el filo del cuchillo apoyado allí, en donde me dolía ahora por hablarle, paseando por su cuello.

      - E-eleo, ¿qué ocurre? - Su respiración se aceleró al girar y verme de reojo, aquella mirada que pasó del cuchillo a mi cuerpo desnudo y luego a mis ojos incoloros penetrando los suyos sin parpadear. No sabía cómo era mi rostro ni la expresión que tenía, pero aquella expresión que hizo tiró por el suelo la valentía que le caracterizaba ante mis ojos. Estaba acorralada. - Eleo, no... - No supo qué decir, o qué hacer. Su juego había sido descubierto. Abrió la boca para decir algo más, pero no quería escuchar más, no quería nada más de ella.
  
Inesperadamente para ella le tomé desde los cabellos por la nuca y clavé el cuchillo en su espalda, impulsándola hacia su obra y estrellándole después hacia el suelo. Me encontraba sobre ella mientras le veía forcejear e intentando de zafarse de mí, clamando piedad en alaridos, aquella que no tuvo por mí ni mi familia. Saqué el cuchillo de su espalda que se había enterrado por completo gracias a la caída, y restregué su rostro con el óleo que se chorreaba ahora por toda la obra. – Haré que recuerdes mi nombre, Agnese. ¡MI NOMBRE! ¡Ese que ya olvidaste y que te recordaré, para siempre! - Casi iracunda clavé el cuchillo una y otra vez descargándolo sobre su cuello, ella gritaba, tosía y lloraba. No podía soportar escuchar su voz me desgarraban por dentro. La volteé hacia mí y me senté sobre su abdomen sosteniéndole aún del cabello. Ella rápidamente llevó sus manos hacia mi cuello, apretándolo fuerte tratando de desmayarme, pero yo, a cambio, clave el cuchillo en el suyo una y otra vez, hasta destrozar su tráquea y abrirlo de par en par. La sangre salpicaba por todos lados, y los sonidos que producía al quejarse y respirar eran horrorosos, creía que su voz me hacía daño, pero esto era peor. Mi vista estaba nublada por la fuerza que hacía hacia mi ya herido cuello, así que le apuñalé en el pecho  y en otras partes de la cabeza sin ver, hasta que la fuerza se perdió y sus manos se estrellaron contra el suelo en un golpe seco.

Resoplaba aún alterada y con un gran dolor en la garganta, parpadeando muchas veces e intentando de mantenerme. Ya ese estado de fuerza y ausencia de dolor se desvaneció abandonándome con un cuerpo débil y herido. Sentía el cuello desgarrado, resintiéndose de un agudo dolor, al igual que mis demás heridas. Entre resoplidos ubiqué el rostro de Agnese, sus ojos vívidos se habían vuelvo opacos, como si viese cómo su vida se escapaba en mis manos, hasta que no quedó más que la expresión tatuada en su rostro herido y apuñalado, aquel rostro pintado en óleo. Era la mirada más impactante que había visto en toda mi vida: una mirada perdida fundiéndose con la mía y penetrando lo más profundo de mi ser. Recordando su rostro pintado de pequeña con una mirada alegre amenazándome también con pintar mi rostro. Su voz resonaba en los recovecos de mis recuerdos, dejándome petrificada contemplando su expresión absorbente.

Sentía un frío horrendo que recorrió mi columna e invadió mi cuerpo. Tosí sangre una vez más cerrando los ojos por el dolor punzante de mis heridas, dándome cuenta al llevar mis manos al cuello que igual tenía sangre y heridas superficiales y de las manos de Agnese rastros de carne, y no pude evitar contemplar el resto de su cuerpo sintiendo una desolación profunda y dolorosa. Me dolía mucho mi corazón y aunque supiese que Agnese me había abandonado desde hace tiempo, siempre tuve su reflejo conmigo, y ahora me había abandonado a mi suerte para siempre compartiendo finalmente mi silencio, el silencio que yo compartía al estar con ella. Cerré los ojos tratando de soportar el dolor físico y emocional, pero no pude, rompiendo en llanto. No podía hacer nada más, literalmente éramos ella y su familia o yo con la mía.

El dolor me acompañó durante días enteros en los cuales únicamente me dediqué a pintar, expresando mi dolor en diez grandes lienzos y tratando de salvar lo poco que me quedaba, a mis padres. No importa si estaba agobiada, herida y sola, debía trabajar. Mientras, recordaba las palabras favoritas de mi padre, aquellas que siempre decía, de aquellas que me salvé hace mucho: «Así son estos tiempos, el hurto y la mentira son sinónimos de traición que tarde o temprano serán pagados con la muerte.» Y desde ese entonces volví a sonreír.

- ¡Maravilloso! ¡MAGNÍFICO! – Las típicas muletillas que Lorenzo Médicis clamaba cuando sus ojos contemplaban algo de su agrado. – ¡Eleonora, esto fue divino! ¡Las obras volaron en la subasta internacional! Esos cuadros fueron, fueron, ¡Magníficos! – Yo solo observaba al noble con un rostro inexpresivo, mientras él acariciaba mi nuevo y recortado estilo de cabello, para luego dar unas palmadas en mi cabeza. Mis trabajos le agradaron tanto que me pidió que estuviese presente en la subasta cerca del castillo y allí estábamos ahora, finalmente lo contemplaba frente a mí e iba con él caminando hacia los terrenos del castillo fuera de aquel portón de metal quedando en medio del camino de piedra rodeado de árboles. Llevaba ropajes nuevos y limpios, con un bastón improvisado que me ayudaba a acostumbrarme a caminar otra vez con el pie izquierdo. – Lo único que me pareció extraño era que todas las pinturas fuesen rojas, grotescas y morbosas. Varios se sintieron aterrados por ellas pero curiosamente las compraron. No sé cómo lo has conseguido, tenían algo extraño en su estilo, especialmente “La miseria de un hombre” y “Hermosa hasta los huesos”, ¡incluso ahora recuerdo sus detalles tras cerrar los ojos! - Mencionó algunas de las obras que hice, uno era una representación de un hombre enfermo, mientras que la otra se refería a un desnudo de una mujer joven cuya carne se caía a pedazos. Los otros cuadros eran peores, representaciones de todo lo que viví en estos días, mi vida destrozada en diez diferentes cuadros, pintados en sangre mezclada con el poco óleo que quedaba. - Oye, por cierto, ¿dónde está tu amiga? Juntas harían un excelente trabajo, ¿no crees? ¡La vez pasada igual hizo una exposición divina! Aunque no fue tan emocionante como la tuya, debo admitir.

Lorenzo se había dado cuenta de su ausencia, quizás le han buscado en vano, no había rastro de ella y yo no podía hablar, mis cuerdas vocales y parte de la garganta se había lesionado gravemente, ese era el diagnostico de "un doctor" tras el breve interrogatorio. Así que solo escribía en un pedazos de papiro viejo que guardaba en el nuevo vestido que usaba, uno que ella compró y nunca usó. Debido a que los demás pinceles estaban rotos y los otros no eran míos, saqué uno de mis nuevos pinceles hechos con hueso, tendones y cabello, remojando su punta con algo de tinta y escribí: “Escapó a la Siena con todo su dinero y más.”, para luego detenerme y contemplar el rostro de Lorenzo tras leer las pulcras letras teñidas de rojo. Está de más decir la expresión de enojo que coloreó su rostro intensificando sus marcados gestos. Él no podía dudar de mí, no había pruebas de nada, su cuerpo había desparecido y procuré de deshacerme de sus pertenencias, quemándolas en la estufa para luego verterlas entre los escombros quemados y destruidos de unas casas abandonadas, esas donde no podría vivir nadie más. – Perfecto, muy bien. - Trató de mantener la compostura ante mí relamiéndose varias veces los labios y suspirando disimuladamente cada tanto. - ¡Entonces enviaré la orden para que no envíen más florines a su hogar! Y de paso, enviar un pequeño presente a las puertas de sus aposentos por su... labor. – Sentenció dejando finalmente una gran bolsa de monedas en lo que quedaba de mi diestra, una gran cantidad de florines que parecían no caber en mis manos rebosándose por los costados sostenidos únicamente por la bolsa, más otros que enviaron ya a casa, más de cien monedas se podían escuchar con solo sacudirla un poco. – Gracias por ayudarnos, Eleonora. Luego te solicitaremos para un último trabajo, después del gran festín por supuesto. – Escribí por el otro lado “Buen provecho su Magnificencia” y esperé a que él y sus guardias se fueran de nuevo hacia el interior de sus terrenos hasta que cerraron el portón.

Di media vuelta y regresé para caminar por la ciudad a paso lento y con la frente en alto observando cómo la gente se movía de un lado a otro  sumidos en sus asuntos y en cómo las ratas de los callejones los remedaban de forma idéntica. Por primera vez me encontraba en paz, mientras pensaba sin pensar del todo, solo estaba muy entusiasmada con lo que ocurrió hoy, sentía mucha satisfacción tras ver que todo resultó como esperaba. Ese “pequeño presente” al que se refería Lorenzo eran cajas con prendas infectadas de pulgas y ratas que tenían preparado para mí y que ya no enviarían a mi hogar. Ahora su familia conocería mi venganza y caería en la miseria para sucumbir ante la muerte poco después. Pero el palacio tampoco pasaría por la gloria, este sería la última comida de Lorenzo y sus seguidores. Sería una lástima que alguien hubiese arruinado la fiesta de antemano, saboteando los barriles de alimentos que están dispuestos en los almacenes escondidos en los suburbios para mantenerlos fuera de la vista de otros clientes y de posibles confusiones, lamentablemente yo ya conocía esos lugares. Y toda una pena que alguien fuese al castillo para mezclar los condimentos con plantas y semillas trituradas altamente venenosas. Qué curioso que yo ya regresase de allí. Si eso de casualidad pasara todo se volvería un lienzo, y todos los que estén allí serían parte de mi nueva obra, aquella que contemplaría día tras día ocultando mi sonrisa bajo mi nueva máscara de cuervo de cuencas verdes.

2 comentarios:

  1. MAGNÍFICO!
    *Exclamo Konekay Médicis al terminar de leer* [LOL]

    OK ya en serio; Me gusto en demasía Kat! de verdad!. Ayer antes de dormir me leí la primera mitad y al poco inicio del prologo me sentí envuelto en la historia. Me encanto la parte de la cúpula, Damm!! te juro que sentí hasta el vértigo del momento e incluso me hiciste recordar una anécdota similar que en verdad quería olvidar JO!

    La narrativa de ambientación es solida y clara, supiste como describirla sin que se tornara molesta y repetitiva. Quizás el único detalle malo que encontré en tu historia fueron ciertos errores en algunas palabras.
    (pero eso debe ser cosa del autocorrector y solo encontré 5 errores de ese tipo, pero son solo pequeños detalles)

    No quiero hacer spoiler, pero en verdad hubo una parte que... Oh damm! se torna muy difícil leerla sin que sientas una combinación de impotencia y odio. Me encanto, en verdad que te quedo genial y espero con ansias ver la portada.

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    1. Tienes razón, hay errores pequeños por allí, pero se lo agradezco a mi dislexia, y eso que lo leí un total de 3 veces buscando y no conseguí nada. No son errores del autocorrector, son de mi cabeza, jajajaja. Confundo mucho algunas palabras, significados y agrego y quito palabras sin querer, tanto cuando leo como cuando escribo. Ya he editado varios el día de hoy, al menos está más pulcro que antes, pero de seguro debe de tener alguno más por ahí.

      Dejando de lado mi problema con las palabras, me alegra muchísimo que te gustase el escrito, y que te tomases el tiempo para leerlo y en especial que te hiciese recordar sensaciones personales, es parte de lo que busco y lo que me complace provocar. Que el personaje principal te hiciese sentir tanto es orgasmeante para mí. Jajajajajaja.

      Un saludo, y pronto haré la portada. La publicaré en mis medios y editaré las entradas cuando la tenga.

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