miércoles, 15 de octubre de 2014

El último informe de Granada

Buenas mis apreciados lectores, bienvenidos una vez más. 

Actualmente me encuentro en proceso de remodelación del blog, debido a que decidí cambiar de seudónimo. Katsu Komori fue un nick de foro que usé durante muchos años, pero solo era eso, un nick de foro que amo y que nunca dejaré de usar en dichos sitios y con amigos de internet. Pero ya es hora de pasar de página, necesito un seudónimo diferente y ya lo tengo creado. Me identifica al igual que a mis diversas obras más perversas, y con esta entrada lo inauguro.

-Katmaze Folie-

Kat: Abreviatura de Katsu, que también suena fonéticamente como gato.
Maze: Dédalo, laberinto.
Folie: Demente, loco, enfermo mental.

Significado: Laberinto del gato enfermo.
Pronunciación: Katmas foli.

Así que vamos a darle un toque especial a mi seudónimo artístico. 

La entrada se basa en un escrito que he elaborado durante estos últimos días, intentando hacer una redacción tipo documental (nueva para mí). La inspiración surgió al ingresar a un lugar abandonado que estaba restringido al público, hice lo que pude para saltar al interior por una de las aberturas en sus pequeños pisos superiores, y de allí bajar a su desolado interior. Al tomar las fotos y vivir esa experiencia se me encendió el foco para la historia que leerán a continuación. Las pocas fotos que mostraré son de mi aventura. Otras más tétricas las guardaré para futuras historias. Intenté de redactar la historia  de la forma más entretenida y pulcra posible, lo leí varias veces pero de seguro tengo un error que se me escapa de la vista, tal como siempre. Espero que lo disfruten, tal como lo hice al escribirla. Pondré algo de ambientación para que puedan sumergirse en la historia.







Título: El último informe de Granada.
Género: Terror psicológico, documental.
Autor y Fotógrafo: Katmaze Folie / Katsu Komori




   

<< “Finalmente estoy en Inglaterra, acabo de alojarme en el hotel acordado por mis jefes durante los próximos dos días; una vez que culminen todos los trámites, y de firmarse el contrato que ha formalizado el departamento de turismo, iniciaré mi aventura por las tierras del sur en el condado de Devon. Según ellos, la problemática radica en su casi inexistentes potencial turístico, y ellos no tienen idea de qué podría estar espantando a la gente. Mi trabajo sería ir a investigar, hablar con la gente y tomar fotografías bonitas, para así hacer un gran informe durante todo el mes. Por suerte los gasto de transporte y hospedaje corren a cuenta del departamento, el resto de los gastos van por la mía.

Lo único que me parece muy extraño de todo esto es que… vamos… sé que soy un licenciado en turismo, pero soy, valga la redundancia, un turista más aquí. No entiendo el por qué me encomiendan éste trabajo si cualquier inglés lo haría mejor que yo. En fin, supongo que es por ser otro turista más, digo, quizás buscan a alguien que pueda reflejar y entender lo que quiere un turista. Sí, debe de ser, de lo contrario ellos serían los extranjeros de sus propias tierras. Por ahora guardaré mi vieja libreta junto con la pluma y la cámara fotográfica en la mochila que llevaré conmigo, mañana será un día difícil.”

- He pasado mis breves pensamientos en una nueva libreta, la compré al llegar a la ciudad de Exeter, ya en Devon, la otra será para anotar mis observaciones en área de trabajo. El departamento también ha encargado a un chofer personal que se encargará de llevarme por todo el condado, me encontraré con él hoy en la tarde. Por mientras ya he visitado Axminster, Tiverton viajando en tren, supongo que eso me ahorrará tiempo.

Es un trabajo agradable, pesado, pero agradable al fin y al cabo, ¿en qué otro trabajo se te permitiría visitar bares, restaurantes y clubes nocturnos? Ninguno, aunque por supuesto, con la condición de anotar los fuertes de cada local que visite, junto con su ubicación, nombre, y  hasta la carta que ofrecen. Lo único malo de por aquí son las tías, son muy lindas pero demasiado glamorosas, de labios tan pero tan rojos que al pegar sus labios de la copa de cerveza, o cualquier trago amarillento, forman entre ellos y el cristal una denigrante parodia carnosa de mi bandera. Deberían prohibir los labiales tan colorados.

- Ahora mismo estamos en carretera, solo que esta vez sobre el clásico escarabajo rojo de Eduardo, el chofer; este tío es un caballero con su máquina, todo Don Juan, incluso me regañó por intentar de inclinar el puñetero asiento. Aunque no le culpo, si esta maravilla fuese mía creo que le comprendería. Con solo verle la primera vez supuse que hablaba español, y en efecto, es latino; para mí es un alivio volver a hablar mi idioma con alguien más, me hace sentir acompañado. Aun así, intento mantener la concentración en la libreta de trabajo, mientras la otra mano sostiene la pluma, esa incansable pluma. Ya no veo el folio, mis ojos siempre están fijos en la carretera, estudiando los posibles atractivos y vías que podrían servir para un mayor y mejor tráfico de turistas, tomando fotos ocasionalmente y trascribiendo palabras importantes del chofer que me sirvan para el informe.

Por ahora todo ha sido muy hermoso, no entiendo el por qué nadie pasa por aquí ahora; Eduardo tampoco parece comprender, pero sospecha de algunas cosas que me contará poco a poco mientras vamos en camino a las costas del norte. Él dice que ambas costas, la del norte y del sur, son las zonas más supersticiosas del país, además que esa gente siempre tenía algo que contar. Creo que cerraré la libreta, volveré a escribir si pasa algo interesante, necesito ahorrar muchas páginas.

- La mitad del mes se ha ido y solo he garabateado pocas transcripciones que considero dignas de análisis. Eduardo tenía razón, los pueblerinos de las costas son muy supersticiosos, pero hay algo en ellos que me ha cautivado, algo que al parecer solo era perceptible ante los ojos de un turista tan sediento de información, como yo; daban la sensación de saber algo más, sospecha que se volvió teoría cuando un anciano respondió al interrogatorio con la siguiente frase tras negar la entrevista “tienes que vivir mucho tiempo en éstas costas para ver y escuchar lo que yo”. Los pueblerinos fueron muy amables conmigo, pero eso sí, pocos aceptaron una plática a profundidad, y no todos los que aceptaban respondía por completo el improvisado cuestionario que me sacaba bajo la manga.

Uno de ellos me ha contado, muy brevemente eso sí, sobre una historia que sumerge a Devon en una maldición que se acentúa en las costas, especialmente al otro lado de aquí, en Dartmouth puerto del extremo sur, lugar donde se originaron muchos hechos macabros que marcaron al condado a principios de los ochenta. Desde esa breve charla con aquel hombre quedé encantado, y las horas restantes de mi tiempo libre las usé para caer de casa en casa averiguando muchos más misterios, y realizando pequeñas visitas a personas que muchos recomendaban por “saber más de lo que yo puedo contar”; de hecho, recién estoy llegando a “casa” a altas horas de la noche tras la última entrevista con una anciana muy humilde y amable que vivía a pocos minutos del puerto.

La anciana me dijo que de tanto en tanto llegan turistas a los pueblos costeros buscando “la Casa de la Muñeca”, casi imposible de encontrar debido a que los lugareños mienten de su ubicación por diferentes razones, pero que ella era una los pocos que no tenía problema en revelar su ubicación, a cambio de un precio bastante razonable. Según ella su ubicación era la siguiente, cito: “Sigue las línea férreas ubicadas a los pies de Dartmouth, y camina hacia el este hasta que las casas desaparezcan de la colina. Allí aléjate de las líneas y sube por la colina, cuando veas que estás rodeado de árboles detente que allí estarás en la boca del bosque. La Casa de la Muñeca estará allí, tras un largo sendero custodiado de árboles viejos y frondosos”. La anciana me dio una recomendación al terminar mi consulta, una que, siendo sincero, puso mis vellos como escarpias: “Sé que vas a ir y por eso te aconsejo que no entres, ya la sensación es muy fuerte con solo estar a metros de ella; pero si eres osado y aún así lo haces, entonces no toques nada por más atractivo que sea. No sé lo que pase, solo que los pocos que han salido han reiterado en distintas oportunidades que sus manos no han tocado ni la puerta de la entrada. Aun así tú decides qué hacer, pero asume tú responsabilidad.”, sinceramente no sé qué pensar.

Hace poco terminé de revisar mis apuntes solo para confirmar que no hemos pasado por Dartmouth, según mis cálculos estaremos allá la semana que viene. Siento una impaciencia tan intensa e inusual que me está perturbando.

- Es de noche, no puedo dormir. Han pasado varios días desde que llegué a Dartmouth, y sí, no pude contenerme, hoy visité la Casa de la Muñeca después de trabajar, siguiendo las indicaciones de la anciana. Al principio pensé que eran patrañas “cuentos de pueblerinos” me decía, pensando que el precio que pagué por la información era un derroche que pude gastar fácilmente por un buen coctel en el bar cercano al colorido puerto… pero obviamente no fue así, sus palabras fueron tan certeras de principio a fin, que sentí como si ella hubiese visto el futuro a través de mis ojos, ya que Dartmouth es un pueblo colonial en descenso construido en una empinada colina, y por ello el tren está a sus pies.

Subí la empinada colina por el lado más fácil, la zona estaba repleta de caminos naturales que facilitaban el ascenso, justo en el lugar indicado por ella; pero, al llegar al bosque sentí como si mi corazón se detuviese en seco. Allá, al final del oscuro y tétrico sendero entre los árboles espesos, reposaba en sus cimientos una horrorosa casa carbonizada de dos pisos, ausente de la mitad del techo, y de algunas paredes. A sus pies reposaban pilas de escombros que, en su mayoría, parecía estar cubiertos por la vegetación descuidada desde hace décadas. No sé si era la sugestión de la historia o… o la prudencia que todos en algún momento experimentamos cuando no estamos seguros de algo, pero no me da temor en decir que me sentí observado desde que los arboles cubrieron el horizonte.

La brisa soplaba con mucha fuerza esta tarde, las ramas se movían con brusquedad desde sus copas impidiéndome escuchar algo más que sus raspantes hojas frotándose entre sí al unísono con el vaivén del viento, mientras que la luz del sol apenas pasaba por la espesura de los árboles. Tenía mi cámara colgando del cuello, así que tomé fotos de todo, especialmente a la casa haciendo un zoom especial a las grotescas troneras del piso superior. Después de apenas contemplarle con mi tembloroso y ansioso pulso a través del lente, decidí aventurarme hacia ella, aun teniendo en mente las palabras de la anciana y con el miedo opacado por mi fascinación, pero aún seguía allí, lo sentía en los tuétanos.

Soy terco, muy, muy, pero muy terco, y seguía pensando firmemente en que todo lo anterior solo eran simples coincidencias, y que las palabras de esa condenada anciana solo fueron desvaríos del momento productos de la edad, junto con un coctel de mitos populares tras las posibles desgracias ocurridas en éste lugar, así era también en España. Por lo que recuerdo, alguien me había dicho que la casa fue protagonista del incendio más grande, horroroso y trágico que haya sido registrado en el condado, eso solo fortalecía mi teoría. Eso pensaba mientras caminaba a mi ritmo hacia la casa, contemplando cada vez más sus angustiantes detalles, enredaderas pasando por todo el largo y ancho de la corroída estructura, cicatrices del sol, el viento, la humedad y del tiempo.

Pasé por entre la vieja y podrida cerca de madera que apenas se mantenía en pie, o lo que quedaba de ella, para introducirme casi de inmediato al frondoso camino de hierbas tan altas que casi cubrían mi pecho. Me sentía muy incómodo, más que antes, el escalofrío corría por la espina dorsal con cada paso hacia lo desconocido. El viento me jugaba malas pasadas de pronto, moviendo la hierba en puntos estratégicos y muy angustiantes, desde las lejanías hasta la más cercana a mí alterando casi de inmediato mis nervios por creer que algo acechaba entre su frondosidad, suerte que estaba solo. Todo esto producto de sugestiones colectivas, solo era el miedo de un joven solitario que se aventuraba hacia una desconocida y abandonada casa apartada del pueblo. Era lógico sentir miedo, pero solo era eso, un miedo irracional al viento rozando la hierba; y eso me lo creo hasta ahora que estoy recostado en mi cama.

Finalmente encontré dónde pasar tras rodear un poco la casa, era complicado de llegar por la hierba donde reposaban los escombros que restringían el fácil acceso a las troneras del primer piso. Al entrar me recibió un aire viciado y fétido, una desagradable mezcla entre la detestable humedad, la madera y vegetación podrida de por allí, y quizás también alguna rata, ave o cualquier otro animal muerto entre los pedazos de concreto. Los escombros del techo caído y del piso superior reposaban a mis pies, mientras que sobre mí el cielo celeste de la tarde iluminaba parte de mi camino. Veía estacas de hierro y madera colgando desde las grietas, junto con pedazos muy inestables y agrietados de concreto. La casa crujía hasta con el viento, sentía como las paredes, cubiertas de pies a cabeza por grotescos grafitis, se movían con los vendavales que de pronto golpeaban las pocas paredes sin huecos que aún quedaban.

Me sentía como ratón en una trampa que no se sabía si reaccionaría o no ante mis pasos, como si en cualquier momento pudiese morir sepultado. Los restos de los muebles estaban esparcidos por ahí, entre pozas de agua por la lluvia y por goteras de la casa, escuchaba un constante goteo en la parte trasera del lugar o quizás al otro lado de los caminos cubiertos por escombros; es que allí todo era tan silencioso, que además del viento, los crujidos y las goteras, podía escuchar claramente mi acelerado corazón.

Pasé por varias columnas desnudas que me daban la bienvenida al gigantesco arsenal de pasillos con paredes pintadas de palabras obscenas, marcas y grafitis abstractos, arte y marca de los demás valientes. Algunos marcos de puertas estaban bloqueados al igual que la mayoría de los pasadizos, pero eso no me impidió avanzar a mi ritmo, ya comenzaba a explorar el lugar con celular en mano y guiándome únicamente por algunas aberturas en el piso superior. Solo me detuve en varias ocasiones, cuando pedazos de concreto, madera o metal caían muy cerca de mí. Cruzaba algunas habitaciones que no tenían paredes para así esquivar los pasillos bloqueados, pero a veces me encontraba con huecos profundos en el suelo que eran imposibles de salta. Pero para mi sorpresa en uno de ellos, tan grande como si hubiese caído un pequeño meteorito y con una gotera que caía frecuentemente del piso superior, pude visualizar un llamativo libro rojo que me cautivó casi de inmediato, me llamaba, necesitaba tenerlo como un recuerdo.




Continué, esta vez en busca de la escalera hacia el sótano, ya dejando de lado las paredes repletas de grafitis, ya casi no había, el más lejano y solitario de ellos se quedó muy atrás siendo una simple pero notable mancha, como si hubiesen apretado el espray tímidamente una sola vez para luego correr. No muy lejos de allí me topé de frente con las corroídas escaleras de madera que llevaban al piso superior. No pensaba subirlas, eran extremadamente peligrosas, más que el resto de la casa, una trampa mortal sin invitación ni aviso. Las ignoré y seguí mi camino muy cerca de donde vi el libro rodeando y revisando los pasillos y habitaciones de sus alrededores. Cerca de lo que pudo ser la cocina estaba de un marco sin puerta al final de un pasillo que de seguro llevaba al piso inferior, estaba libre de escombros y eso me aliviaba, pero veía algo grande que no encajaba; a su lado yacía un mueble de dos plazas que no debía de estar ahí, no combinada en nada con el lugar, debería de estar al otro lado de la casa donde pudo estar la sala.

Eso me dio muy mala espina, incluso volví a sentir miedo a la oscuridad que me rodeaba ya que ésta zona estaba cubierta por techo. Ese mueble era la peor señal que avivaba mis temores; alguien más estuvo los admirables huevos de llegar aquí, o en el peor de los casos, vivir aquí. A pesar de mi creciente temor me mantuve y tomé fotos del horroroso mueble que estaba lo bastante deteriorado como para sentarse allí, era una realista parodia de lo que sería un “cadáver” de un objeto. El cuero que una vez le cubrió parecía derretido y desparramado por todos sus alrededores desnudando casi por completo la madera que quedaba de su mohosa estructura. Al terminar sentí un escalofrío muy breve y rápido por mi espalda, pero al girar no había nada, solo el final del corredor que daba vista a los pasillos y a las habitaciones ausentes de paredes.

Pensaba que era sugestión e intenté de ignorar la sensación, pero al ver esto y voltear, me di cuenta el porqué me sentía espiado todo este tiempo. Éste lugar ausente de algunas paredes y con tantos pasillos oscuros, grietas, aberturas en el techo y suelo, tal como yo puedo ver a la claridad ahora mismo, alguien más pudo hacerlo también. Aquí dentro, a pesar de ser tan inmenso y laberíntico, simplemente era imposible esconderse.

Mi osadía sucumbió ante el miedo, quería acabar mi expedición de una vez, ya la sugestión podía conmigo, me sentía realmente acojonado y solo quería salir de allí, pero, ese cuaderno rojo, nunca más tendría la oportunidad de estar en un lugar así y encontrar un documento en una casa que muchos señalan como maldita; tenía que bajar. Me armé de valor y con teléfono en mano bajé al profundo sótano, pero la luz de mi aparato no alcanzaba para que yo pudiese ver su fondo. Joder… con solo recordar esa sensación puedo sentirla de nuevo, ese escalofrío a pesar de estar arropado y seguro en mi recámara. Estar allí era acojonante, como retroceder dos años por cada escalón que descendía, era como un túnel del tiempo donde volvía a sentir esas sensaciones que ya casi había olvidado, pero que seguían allí, en mi subconsciente. Era como volver a ser niño y temer por estar a solas en tu oscura recámara, o cuando cerraba los ojos en la ducha por tener jabón en el rostro, y no solo sentir, sino también en creer que había alguien más allí conmigo, viéndome mientras tenía los ojos embarrados de ardiente espuma… eso sentía al bajar las escaleras oxidadas de metal por aquella claustrofóbica garganta de concreto, tan estrecha que las húmedas paredes tocaban mis hombros, eso sentía al escuchar mis pasos y nada más, eso sentía, pero diez veces peor.

Un horripilante sonido profundo de vacío se hizo presente cuando ya no podía ver la entrada ni el final. El vacío me invadió todo, tanto a mí como al ambiente, mi corazón se aceleraba y yo sin saber por qué seguía descendiendo. Era tan horrible como introducir la cabeza en un pozo seco cuyo fondo era invisible ante su implacable oscuridad, así era; pero sí, diez veces peor.

El descenso parecía interminable hasta que finalmente mi teléfono alumbró una puerta tan oxidada como las paredes y el suelo. Intenté de abrirla con cuidado, haciendo lo posible de no cortarme con los pedazos oxidados de su destrozada manija, empujándola con un cuidado exagerado, pero la puerta me heló la sangre. Esa condenada puerta rechinó tan fuerte como los gritos de un bebé en plena madrugada, pero diez veces peor. La piel se volvió de gallina de inmediato y sentí como mis pupilas se agrandaban a la vez en que mis oídos se agudizaban más que antes; el silencio inquebrantable y absoluto del vacío reinó con suma facilidad una vez más. Allí abajo una caldera forrada en óxido me dio la bienvenida, mi celular solo pudo captar su inmensa parte frontal, con la telaraña de tubos que aún permanecían soldados a ella.

El lugar era tan tétrico y enorme que no pude recorrerlo, las pilas de escombros llegaban hasta los techos, las grietas del primer piso iluminaban la quinta parte de su inmensidad. Caminé entre los charcos de agua que cubrían mis zapatos, no sé por qué pero era agua turbia y maloliente me hacía sentir tranquilo, si alguien más estaba allí conmigo sus pasos chapotearían con facilidad, pero nada de eso ocurrió, y es algo que agradezco. Allí abajo sentía como si la casa se moviese con el doble de fuerza, varias veces me llevé el susto del año cuando las piedras se desprendían del techo impactando con el agua casi al instante. Ya cuando la incomodidad comenzaba a ganarme, y ver que el cielo se pintaba de naranja en esas inmensas aberturas compartidas desde el techo hasta el sótano, encontré en un rincón, sobre escombros y sábanas sucias el hermoso libro rojo.

Al tomarlo, como si una maldita fuerza sobrenatural o de mala suerte se hiciera presente, el teléfono, mi linterna, comenzó a mostrar avisos constantes que ya solo faltaban segundos de batería. Comencé a sudar desde entonces, corriendo entre el laberinto de tubos y escombros, buscando la caldera, buscando con desesperación la puerta de entrada al sótano. Cuando ya la luz titilaba y la pantalla comenzaba a mostrar el logotipo del teléfono, a solos tres segundos de apagarse vi la puerta. Corrí casi cayéndome y salpicando mi ropa de agua y empujé la puerta con el peso de mi cuerpo. Al apagarse subí las escaleras rápidamente usando el flash de mi cámara, suerte que aún le quedaba batería; tropecé pero no caí, solo estaba concentrado en ascender, llegar a la puerta e irme a casa por cualquier tronera que me encontrase, si no, nunca saldría de la casa entre la oscuridad de la noche, y de hacerlo, en su defecto, nunca saldría del bosque espeso que rodeaba su inmenso terreno baldío.

Por suerte ya estoy en la posada, descansando, aunque no pueda dormir, quizás la impaciencia por leer el sucio y degastado cuaderno rojo. Pasé horas leyendo sus añejas, amarillentas y casi húmedas páginas, nunca me había demorado tanto en leer, ni siquiera siendo un niño, y no era por el inglés, solo que costaba mucho fijar la vista en su desgastado grafito. Por lo poco que puedo identificar creo que es el pulso y letra de un infante, creo que de una niña, me atrevería a confirmar.

Su caligrafía atroz llama mucho mi atención, en todas las páginas muchas palabras se encontraban tachadas con mucha fuerza por el mismo grafito, como si se hubiese arrepentido o equivocado al escribir, pero es tan seguido que me resulta anormal en una niña, y a veces en palabras tan específicas que deja mucho en qué pensar. Ella expresaba en muchas de las páginas de su diario estar enojada con las mujeres de su familia por quitarle su valioso tiempo con su amado padre. Pero lo que más me preocupó es cuando comencé a leer sus hábitos, describiendo con lujos y detalles lo que hacía cada mujer de su casa, la hora en que llegaban, dónde iban, con quién y qué hablaban, incluso relataba las intimidades de cada una de una forma tan abstracta e inocente… pero tan detallado que para mí era sumamente angustiante, a tal punto que no volvería a ver de la misma forma la inocencia de un niño, nunca más.

Una parte en especial de su diario me preocupó un poco, una que está casi cerca de la mitad y no tiene tachaduras, cito marcando en --- las partes ilegibles:

“Anoche me divertí mucho con mi xxxxxxx hermanita may—mientras mis padres fueron a jugar a ese edificio. Mientras ella contaba yo bajé a apagar las luces de la casa porque jugábamos a las escondidillas y yo quería xxxxx. Ella asu----- me comenzó a xxxxxx pero no respondí, aún --------- jugando y ella tendría que encontrarme, aun--- muchas veces le xxxxx entre la oscuridad y no me vio. A mitad del juego se acercó a la puerta del ------ y bajó, así que me decidí a seguirle para así asustarla, pero al hacerlo se ----. El “crunsh” que hizo al ---- me sorprendió muchísimo aunque sonó muy gracioso, era como cuando papá sonaba sus manos; pero ésta vez fue diferente, fue un sonido como una galleta, casi de ---- que se compra la mala de m---. Llamé a mi herm--- muchas veces y no respondió, no quería bajar a la osc------ así que cerré la puerta y esperé a decirle a papá. Sé que están xxxxxxxxx y tardarán, ella estará bien, yo la -------.”

Otra de las páginas más impactantes que leí, antes de cerrar el diario, mantenía una caligrafía tan desastrosa que pasaba a ser grotesca, incluso rayaba las partes sin líneas en garabatos ilegibles; no entendí desde esa página en adelante, lo único que sé es que no son dibujos.

Mi cabeza da vueltas al leer esto y compararlo con la sensación agobiante de sentirme observado en esa casa, donde justamente encontré esto. Inclusive aún me siento así, y creo que eso es lo que no me deja dormir. Estoy muy sugestionado, y algo asustado, prefiero cerrar todos mis cuadernos, tanto éste como el maldito diario rojo, acostarme y olvidar todo por un momento. Creo que releeré el diario cuando regrese a España, y revisaré las fotos que tomé estando allá en la Casa de la Muñeca, desde que regresé no me animo a revisar lo que capturé, especialmente cuando comencé a usar la cámara para iluminar el camino.

Trataré de descansar, mañana tengo una cita con Doll, una chica que conocí esta tarde, el nombre perfecto para una chica tan bella. La conocí poco antes de caer la noche, cuando me disponía a pasar un buen rato en un café aledaño al puerto. Fui después de explorar la casa esa, me comían los nervios, sentía incluso esa sensación de persecución que me traje desde el bosque; y vaya que su presencia no pudo caerme mejor, ella es más que una coincidencia.

Es muy hermosa, diferente a las demás inglesas que he visto y conocido a lo largo del viaje, de cabello xxxxxxxxxxxx, sin maquillaje extravagante y con una mirada encantadora, de ojos xxxxxxxxx y xxxxxxxxx que me engancharon desde el primer momento en que cruzamos las miradas. Es la xxxxxxxx del café y debo admitir que no ordené nada la primera media hora, intentando de conquistarla y cuando finalmente pedí me aseguré que fuese lo más simple de la carta, incluso no recuerdo qué tomé, solo quería que volviese de nuevo conmigo, después de todo no he estado con una chica en ya varios meses, no puedo perder la oportunidad.

De seguro la tengo enganchada entre mis encantos ya que incluso me invitó a su casa después de la cita que tendremos mañana, vive sola así que ya puedo imaginar lo que se viene; de seguro me hará olvidar de todo este mal rato, de pasar esta extensa y horrorosa página de mi vida. He vivido cosas peores, como todo el mundo supongo, pero esta sensación de vacío e inseguridad que me carcome y me impide conciliar el sueño… esta sensación tan enfermiza y perversa de temer al cerrar los ojos, esto que se aleja por completo de mi normalidad, de mi comportamiento habitual, ese vacío absoluto que me sigue, eso me supera y siento que algo me acecha. Quizás ahora sea yo el que peca por escribir desvaríos, pero siento que en parte esa anciana tenía razón; pero aquí sigo, aún con vida.

En fin… prefiero pensar en Doll. Sé que tendremos una excelente velada, la mejor forma de pasar la última noche en Dartmouth; presiento que será inolvidable. Me siento como un imbécil de escribir maravillas de ella con apenas conocerla, pero estoy muy emocionado porque será mi primer día libre. Desde que llegué a mi habitación reescribí y formalicé el informe de mi investigación en este tour por todo Devon, a pesar de éstas sensaciones tan terribles que siguen en mi cabeza. Lo envié hace ya unas horas al departamento de turismo, ya lo que hagan con ello no me corresponde.

No tocaré más las libretas por unos cuantos días, y cuando lo haga quizás deje un recuerdo detallado de mi experiencia con Doll, un fragmento de la noche que pasaré con ella una vez que estemos solos, siento que será digno de recordar por unos cuantos años, solo espero que así sea. Por ahora dejaré la libreta sobre la mesa de noche e intentaré dormir, ya me duele la mano de tanto escribir.

Extractos: últimas páginas del diario de Javier Alejandro de Granada. >>


Los apuntes que había dejado Javier sobre la mesa, al lado de su cama, permanecían en perfecto estado, salvo algunas palabras estratégicamente tachadas haciendo irreconocible lo que Javier quiso expresar en su momento, especialmente en las partes que hablaba sobre la muchacha que se hacía llamar Doll y el supuesto diario rojo. Pero según Eduardo, el chofer, nunca le había visto tachar nada, inclusive sus errores, simplemente trazaba con delicadeza una línea bajo la palabra que consideraba errónea y continuaba escribiendo con suma tranquilidad.

Lo más extraño de todo lo que él exhibe en su libreta personal, esa que usó como diario en su viaje, se encuentra en la última página, algo que irónicamente se cree que nunca escribió ni leyó. Con una rígida y fuerte letra de molde como si hubiese afincado mucho la pluma, todo lo contrario a la caligrafía fluida y envidiable de Javier, se encuentra dispuesta en el medio del folio una simple en inquietante frase en inglés que ha despertado un sinfín de teorías tras el caso de Granada. Dice:

<< ¡Te encontré! Ahora búscame al salir el sol. >>

Javier Alejando de Granada desapareció al día siguiente tras escribir su último informe y salir de la posada, no salió con sus libretas, ni su cámara; pero curiosamente ésta última no fue encontrada y tampoco el supuesto diario rojo.


Las autoridades no han encontrado ninguna pista sobre el joven, ni siquiera al pasar por los cafés del pueblo siguiendo los pasos del chico. Insólitamente aunque hayan pasado varios meses desde su desaparición, algunos pueblerinos con grandes terrenos de cultivo al otro lado de la inmensidad del profundo bosque, han contado desde hace pocas semanas, que al desviarse hacia los árboles espesos aledaños a la Casa de la Muñeca, una lejana voz masculina se logra escuchar únicamente si esperas unos minutos a que el incesante viento decida no agitar las ramas de sus más altas copas.

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